Me sorprende cada vez
más cómo en esta tierra llana manchega proliferan los renos, los trineos, los
rechonchos abuelos barbudos vestidos de rojo, los adornos de acebo, los abetos
de plástico o naturales para replantar, las bolitas rojas y las inmensas tiras
de luz importadas por los chinos. En algún lugar, pocos más bien, se encuentra
un “nacimiento”, con los personajes clásicos del mismo a excepción de la
controvertida mula, que los más ortodoxos han eliminado siguiendo el pie de la
letra las reflexiones del papa alemán. Debe ser a causa de la globalización y
de la pérdida de influencia de la cultura cristiana mediterránea frente a la
nórdica anglosajona que nos ha invadido de tal forma que ya dudamos a veces si
nuestros ascendentes eran visigodos o vikingos.
Sea cual fuere, lo
cierto es que en todo el mundo cristiano se celebra el nacimiento de Jesús de
Nazaret, participando en determinados actos religiosos y sobre todo celebrando
el encuentro familiar en Noche Buena. Otras religiones tienen igualmente sus
días de evocación de acontecimientos singulares y, salvo aquellos que cayeron
en la miseria espiritual del fundamentalismo, cada uno respeta los días
sagrados de los demás.
Ocurre que en nuestra
sociedad occidental y muy destacadamente en la española, esa miseria
intelectual y espiritual que anida en los cerebros de muchos ateos de libro,
impide o dificulta la conmemoración de un hecho capital en la religión
cristiana. Esos ateos modernos de encefalograma plano, en el mayor de los
desprecios por las libertades de los demás, pretenden sustraer a la sociedad
cristiana el protagonismo de su festividad. La cuadrilla de indigentes intelectuales
del zapaterismo, en amalgama con lo más retrógrado de la izquierda cayolariana,
pretende ahora sustituir la Navidad por una fiesta laica de invierno, igual que
pretendieron sustituir el bautizo cristiano por la celebración laica de la
venida al mundo, entrando en contradicción consigo mismos porque por un lado
celebran el alumbramiento cuando por otro lado lo dificultan.
La Iglesia Católica ya
pidió perdón en repetidas veces por su actitud fundamentalista a lo largo de
los siglos. Ahora en cambio, en pleno siglo XXI el integrismo islámico y
el ateo están en pleno auge y su intransigencia contradice la defensa de los
derechos humanos, de la que algunos descaradamente presumen. Desde la
generosidad que debe regir nuestros pasos a lo largo de la vida, vamos a hacer
partícipes a todos de nuestra alegría y nuestra fiesta, sin distinción de
clases, colores, religiones, creyentes o ateos. A estos últimos y en
concreto a su representación hispana, se lo ofrecemos especialmente y les
deseamos un feliz año 2014, al tiempo que lamentamos que su falta de
imaginación, de ideas y de proyectos les lleve a la autocontemplación imitando
o destruyendo lo de los demás. Setenta años de ateísmo oficial tras el telón de
acero no terminaron con dos mil años de cultura y tradición cristiana. Aquí,
por mucho que se empeñe la izquierda radical, es empresa fracasada. Su
miserable condición humana basada en el odio y en la intransigencia no va a
dejar semilla que les sobreviva. Para ellos también, feliz Navidad.
Francisco del Hoyo, articulista del diario EL PUEBLO de Albacete. Opinión Domingo, 22 de diciembre de 2013
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