domingo, 28 de octubre de 2012

REVISTA "6 FLORES", Nº 31, Septiembre 2012, Carta del Director

MEMORIA HISTÓRICA  II

Veo en la prensa que la asociación de víctimas del franquismo está organizando un homenaje a Garzón por considerarlo un luchador por la causa y en agradecimiento de los servicios recibidos del mismo. Me comenta un primo mío, que había que hacer un homenaje a dos hermanas sisanteñas que fueron fusiladas en Uclés en 1940. Hace ya 73 años que terminó la guerra civil y somos tan cerriles que todavía seguimos en el empeño de convertirla en motivo de discordia, como sin con ella no hubiéramos tenido suficiente. Franco murió en 1975 y el nuevo régimen nace con la Constitución de 1978. En treinta años hemos vivido en paz, intentando pasar página los unos y los otros, porque no olvidemos, esto fue una guerra entre hermanos y cada uno luchó por sus ideales o porque la guerra le pilló en uno u otro bando. Unos permanecieron fieles a la causa y otros se pasaron al bando contrario. Unos fueron criminales y otros simplemente soldados. El ejército republicano fue tan variopinto que dentro de él se desataron luchas internas con muertos por doquier. Puestos a hablar del bando republicano hay que matizar que había una diferencia insalvable entre los militares profesionales y los milicianos de mil facciones y corrientes y digo que hay que matizar porque en Sisante, el comportamiento de unos y otros a lo largo de la contienda fue muy diferente.

Pasé un cuarto de siglo oyendo hablar de los crímenes de unos. Otro cuarto de siglo oyendo hablar de paz y de perdón y no deseo pasar el tercero oyendo hablar de los crímenes de los otros. Creo que este camino no conduce a nada y desearía que todos así lo vieran. Voy a tratar en esta ocasión de la suerte que tuvo Sisante con la instalación de la aviación republicana, fríamente y sin acritud, a pesar de que esa misma aviación bombardeó sin piedad el Alcázar de Toledo en cuyos sótanos temblaba de miedo una niña de nueve años que ahora es mi madre. De paso quiero hacer pública una muestra de lo que es saber de verdad pasar página de todo aquello. La amistad de mi abuelo materno, Matías, a la sazón guardia civil dentro del Alcázar, con Fernando el carnicero, que como artillero del ejército republicano se pasó dos meses lanzándole bombas. Esa amistad era digna de admiración. La tertulia de la carnicería de Fernando era frecuentemente animada por mi abuelo y se pasaban los ratos diciéndose burrerías y echando … el uno del otro. Eso mismo ocurría en el molino de su vecino Juan Andrés “Gamboa” donde solían reunirse algunos excombatientes republicanos. Falleció mi abuelo en 1965 y mi familia renunció a enterrarlo en la cripta del Alcázar, donde era habitual hacerlo con los defensores y lo hizo en el cementerio sisanteño.

Volviendo al hilo principal de la carta, los militares republicanos lucharon por restablecer el orden alterado por otros militares que en nombre de la República se alzaron contra ella. Esta sería la visión más simplista, sin entrar en si la sublevación fue llevada a cabo por los socialistas dos años antes. Los milicianos no luchaban por la República sino por la revolución, adoctrinados, organizados y dirigidos por el camarada Stalin. De hecho dificultaron siempre que pudieron la labor del ejército profesional conduciendo la guerra al desenlace de todos conocido. El final de unos y otros también dependió de sus actuaciones. La tropa volvió a su casa pasado un tiempo y los militares de graduación y otros detenidos cada u no corrió su suerte. Una anécdota, de la que tengo varias versiones pero todas parecidas y muy significativa de la diferencia entre unos y otros ocurrió con un capitán sisanteño del ejército republicano, soldado de reemplazo y ascendido hasta capitán por méritos de guerra. Gozaba de gran fama en su unidad por su valor, su carácter afable, su espíritu militar y sin connotaciones políticas. En la ocupación de un convento de clausura por tierras de Levante, en su despacho debajo de una alfombra había una trampilla que conducía a un sótano. Allí estaban refugiadas las monjas. Debió oír los sollozos de alguna de ellas y descubrió su escondite. Ante la cara de pavor de las hermanas, les prometió que nada les pasaría y las mantuvo escondidas y atendidas hasta que pudieron trasladarse a otros lugares. Terminada la guerra, cuando este capitán fue detenido para ser juzgado, la abadesa intercedió por él y fue puesto en libertad sin más. Este valiente y honrado capitán sisanteño se llamaba Samuel.

En Sisante, el estado de guerra se convirtió en un estado de terror como si de la revolución francesa se tratara. Los milicianos del pueblo, ayudados por otros de los pueblos próximos encarcelaron y asesinaron a más de una docena de personas incluido algún republicano de derechas. Entre ellos mismos se mataban por causas irrelevantes, como ocurrió en la placeta cuando en un reparto de leña entre los de UGT y CNT, uno de ellos acabó con la cabeza abierta de un hachazo y otros varios heridos de consideración. Las imágenes fueron incendiadas y utilizaron las prendas litúrgicas para disfrazarse por la calle en plan de mofa. El convento fue desalojado y en “6 Flores” estamos investigando las razones por las que se libró del desastre y las personas que intervinieron en ello. Los destrozos producidos en la imagen del Nazareno fueron posteriores y ejecutados tristemente por el entonces alcalde sisanteño.

Esta primera oleada de asesinatos terminó en el momento en que los detenidos fueron trasladados a Cuenca y llegaron los primeros soldados para instalar un campo de aviación. La misión se encomendó al entonces capitán de la Aeronáutica Naval Enrique Pereira Basanta. Este brillante militar había nacido en Barcelona en 1902 consiguió el título de piloto en 1926 y ascendió a Oficial del Cuerpo Auxiliar de Aeronáutica seis años después. Fue desde el principio un aventajado piloto de hidroaviones y luego de aparatos de tierra. Ascendido a capitán en Octubre de 1936, fue nombrado jefe de la 2ª Escuadrilla del Grupo 12 de “Katiuskas” y a partir de este momento comenzó su periplo sisanteño.

Pereira era por encima de todo un militar de vocación que encaminó su carrera por la recién estrenada Aeronáutica Naval que fue la primera en contar con aviones para uso militar. No perteneció ni simpatizó con los partidos políticos y sindicatos de la época y eso le acarreó algún que otro disgusto. Llegó a la Base de Los Llanos en Albacete a poner orden y convertirla en una unidad combativa. La primera medida fue expulsar del comedor de la Dehesa de los Llanos a grupos de milicianos indocumentados ataviados con trajes variopintos de guerreras y gorras y armados hasta los dientes, que hurtaban el rancho descaradamente a los soldados allí establecidos. Esto le valió alguna enemistad aunque contara con las autorizaciones pertinentes. Inmediatamente fue encargado de organizar el aeródromo sisanteño cuyas obras ya habían comenzado dirigidas por el Comandante Aral con la colaboración, obligada pero retribuida, de la mayoría de los hombres del pueblo entre ellos el capataz y albañil de profesión Marcos.

Pereira se reunió con el Comité del Pueblo, requisó cuánto por razones de guerra consideró necesario, instaló en el convento y en diferentes casas grandes a cada grupo de los aproximadamente doscientos hombres que componía la unidad, aviadores y mecánicos rusos y españoles, médicos, fotógrafos y fuerza de maniobra. Utilizó la devastada iglesia como garaje y se instaló en la casa de Losa de la calle Espuche. Su relación con las autoridades locales fue correcta pero tensa en algunos momentos. El aeródromo permaneció inaccesible a los civiles incluidas autoridades, partidos políticos y sindicatos y esto parece ser que les molestó bastante. Con el secretario del Ayuntamiento, José Martínez, la relación fue excelente y encontró en él un competente colaborador, como después dejo escrito. Con la gente del pueblo también hubo una relación fluida y quienes prestaron trabajos, mercancías o servicios a la Base fueron debidamente retribuidos.

Hay tres actuaciones de este excelente militar que quiero destacar y son el motivo principal de esta carta. Por ellas considero que Sisante debería ofrecer un homenaje póstumo a quién influyó tan positivamente en la vida sisanteña en los momentos más complicados de la guerra. Poco conocemos de los principios religiosos del Capitán Pereira pero sí de su honestidad, su sentido del deber y de la justicia. Era un hombre de principios morales sólidos y valores castrenses inmutables. Su hombre de confianza durante su estancia en Sisante fue el Capitán Antonio Blanch Rodríguez, navegante-bombardero de Pereira, procedente también de la Aeronáutica Militar y fallecido en Rusia luchando como guerrillero contra los alemanes.

Al comienzo de las operaciones en la Base y una vez instalada la fuerza de maniobra en el convento, se cerró el templo y solo se utilizaron las dependencias interiores ante la posibilidad de que la tropa, de diferentes procedencias y todavía insuficientemente instruida, pudiera cometer algún desmán. Llegó a sus oídos un comentario de unos soldados ebrios que hablaban de acceder a la cripta y sacar los cadáveres de las monjas como ya se había hecho años antes en Madrid, Barcelona y otros lugares. Inmediatamente ordenó tapiar la cripta impidiendo su profanación.

En su ausencia de un mes para asistir a Reus a un curso de polimotores, el piloto español incorporado a la Escuadrilla, Leocadio Mendiola (del que ya trataré en otra ocasión), había influido sobre el comandante del campo el ruso Nesmieyanóv (camarada Pablo) y le convenció para desplazar al “ómnibus” a Cartagena y traerlo de vuelta lleno de prostitutas. Dicho y hecho, se requisaron algunas casas y se habilitaron otras para instalar a este ejército de mujeres alegres. A la vuelta del curso, Pereira recogió las quejas que le trasmitió en nombre del pueblo el secretario Martínez y muy enfadado por el asunto ordenó inmediatamente la devolución a Cartagena de las meretrices, lo cual no agradó demasiado al ruso.

En otra ocasión y esta es la más importante, el cabo secretario de Pereira (se cree que Varea, que se casó después con una sisanteña) estando libre una tarde, oyó en el casino situado en los bajos del comercio Jover, como los miembros del Comité Local hablaban de dar el paseíllo esa noche y fuera del pueblo a una lista de treinta y dos sisanteños considerados simpatizantes de los fascistas. Inmediatamente acudió al puesto de mando y pidió hablar con el Capital, el cual muy sorprendido oyó el relato y se dispuso de inmediato a impedir la masacre. Llamó al Capitán Blanch y le ordenó que si en un plazo de tiempo determinado no volvía a la Base, tomara militarmente el pueblo. El corneta de órdenes repitió varias veces las llamadas a formar y la tropa del convento y otros libres de servicio en el pueblo corrieron a la llamada no sin levantar sospechas e inquietud entre la población. Se presentó Pereira en el casino y reconoció a algunos del Comité y pidió hablar con ellos. Les comentó lo que había oído y les trasmitió que no estaba dispuesto a consentir de ningún modo esta barbarie y el desprestigio del pueblo y de su unidad; que para ello estaban los tribunales de Cuenca donde serían conducidos y juzgados. Al principio lo negaron pero al final reconocieron su veracidad y ante las protestas del Comité, Pereira les anunció la acción militar prevista y como ya habían oído los toques de corneta no tuvieron más remedio que rectificar. De esta forma salvaron la vida treinta y dos sisanteños, que posteriormente fueron detenidos y conducidos a Cuenca donde fueron algunos condenados pero ninguno perdió la vida. Entre ellos se encontraban D. Eulogio, Gaspar “Contreras”, Antonio “Traspunteas”, Doroteo, Román el herrero y otros. La actitud de este íntegro militar demostró una vez más las diferencias entre la honorabilidad de los militares y el odio de los colectivos revolucionarios. Desde estas páginas queremos rendir un homenaje de gratitud al honrado militar Enrique Pereira Basanta e invitamos a las autoridades locales a hacer lo mismo en un acto público, por ello hemos creído conveniente relatar estos hechos, desconocidos para la mayoría de los sisanteños y mostrarles que una sociedad sin principios ni valores solo conduce a la barbaridad y al desastre.

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