domingo, 28 de octubre de 2012

Opinión, 14/10/2012 EL C.I.S. LO CONFIRMA

EL C.I.S. LO CONFIRMA

No hace muchos días la encuesta del CIS nos ponía en guardia ante dos situaciones alarmantes. Una es que la cuarta parte de la población consultada está en contra del actual Estado de las Autonomías y a favor de modificar la Constitución. La cuarta parte de la población española ya está en contra de un sistema que se ha demostrado desintegrador políticamente y sangrante económicamente. La otra, que la clase política ocupa el tercer lugar entre las preocupaciones de los españoles.

La raíz de todos los males que ahora padecemos se encuentra en el equivocado enfoque que se dio a la Constitución de 1978, en la que todos los “padres” de la misma llegaron a un consenso gracias a que la redactaron en contra del pasado y no a favor del futuro. En España cada nueva Constitución ha ido contra el ideario establecido en la anterior y en el caso de ésta, se trataba más de desintegrar y hacer desaparecer el Estado franquista que de encontrar una fórmula que sentara las bases de una convivencia pacífica y duradera, carente en la sociedad española de los dos últimos siglos. Se rehabilitó el concepto de las nacionalidades y territorios históricos establecido en la República y para no crear agravios comparativos se hizo extensivo al resto de regiones y provincias, creándose un Estado tan absurdamente descentralizado que solo satisfizo los intereses de la nueva clase política emergente. Diecisiete Comunidades, siete de ellas uniprovinciales y alguna con menos habitantes que la capital de otra. Cuatro administraciones, estatal, regional, provincial y local; todo ello para realizar solapadamente las mismas funciones y para mantener a una creciente y paniaguada clase política tan egoísta e inútil como innecesaria.

No sé si los “padres constitucionales” creyeron de verdad en la solidaridad interregional o si alcanzaron a comprender los vicios inherentes a la descentralización, lo cierto es que dieron lugar al nacimiento de un Estado que ha necesitado tan solo un cuarto de siglo para acabar descompuesto y arruinado. Si algo copiaron del régimen anterior fue la mamandurria de las clases política y sindical, tan apesebradas como las del Movimiento pero bastante más crecidas y profesionalizadas. La política es una carrera cuyo fin no es la gobernación del país sino el medio de vida y la defensa de los intereses particulares del político; vivir de la política desde la más tierna infancia como Zapatero, Pajín, Aido y un largo etcétera extendido por toda la geografía española. De los sindicalistas que decir que no se sepa. Una oligarquía rodeada de una plebe de estómagos agradecidos, igualmente inútiles e innecesarios pero muy costosos. El cambio del sistema de sindicato vertical único al de sindicato vertical de clase solo ha servido en muchos casos para desestabilizar el mundo laboral en beneficio de sus intereses. Se ha creado un Estado en el que no está bien visto nada que lo represente, ni el himno ni la bandera, asociada esta última exclusivamente a los éxitos deportivos. El concepto de nación española, ya lo dijo Zapatero, es discutido y discutible. La clase política no cree en España, solo cree en el terruño que le permite vivir de ella. La debilidad de los sucesivos gobiernos ha hecho envalentonarse a los taifas, algunos de ellos con complejo de faraones y en claro enfrentamiento con el gobierno y el Estado. El pasado viernes se vio en la celebración del día de la Hispanidad, la fiesta nacional de España, lo que da de sí la clase política. Oía a un comentarista comparar la celebración del 4 de Julio en USA y del 14 del mismo mes en Francia con la de hoy en España y me sentía avergonzado por lo que los políticos, elegidos por nosotros, han hecho de ella. Tan solo ocho presidentes autonómicos han asistido al acto más representativo de la esencia española, de su devenir histórico y de su grandeza.

Otros justificaban en la agenda su poca vergüenza y los de siempre actuaban como siempre. Los representantes del Estado en su Comunidad huyendo de él y de su responsabilidad. Si los mismos presidentes autonómicos, de todos los signos políticos, no celebran la fiesta nacional acompañando al Rey y al Gobierno de la Nación, el ejemplo que están dando a los españoles es vergonzoso pero más grave todavía el que están dando al mundo que en estos momentos nos está mirando con lupa.

El sentido de Estado brilla por su ausencia y las pequeñeces e insignificancias abarrotan las agendas. España se parece cada día más al programa “Sálvame” de Telecinco, donde los españoles hacemos de espectadores aplaudiendo las ocurrencias y chismorreos de la pedorra clase política. Y no podemos esperar de ellos las soluciones porque no poseen el espíritu de responsabilidad que mostraron las últimas Cortes franquistas. Ellos han creado esta situación insostenible y además viven de ella. No les interesa auto inmolarse siquiera para salvar los muebles. La iniciativa, como en otros casos de dejación de la responsabilidad, la está tomando el pueblo llano, cada vez más hundido en la miseria frente al despilfarro de los políticos y las Administraciones Públicas. Los manifestantes ante el Congreso, salvo los oportunistas, llevaban razón en el fondo aunque quizás no acertaran en las formas. Los del viernes pasado en la Plaza de Cataluña también clamaban contra el despilfarro y el engaño al que están sometidos por el sátrapa catalán. El pueblo español no quiere volver a las cartillas de racionamiento. Si entonces asumió que eran las consecuencias de una devastadora guerra civil, hoy no va a aceptar que la ruina haya sido motivada en gran parte por aquellos a los que se eligió para gobernarlo.

No hay comentarios: