miércoles, 8 de enero de 2014

LA PRINCESA ENCANTADA

LA PRINCESA ENCANTADA



Había una vez una bella princesa en un país de fábula en el que mucha gente vivía holgazaneando y viviendo del trabajo de los demás. Había una tierra al sur del país donde la mayoría de la gente vivía de esta forma y además por ello percibían un salario. Entre ellos se hallaba también gente maliciosa que sentía envidia de los que poseían la riqueza e intentaban de todas las formas posibles  hacerles desprenderse de ella. Habían creado una asociación de ladrones siguiendo las historias  de Alí Babá y su banda, con la diferencia de que estos no vivían en una cueva sino en suntuosos palacios.
Esta forma de vida, de tan extendida considerada normal, fue contagiándose a otras provincias de ese reino y todo el mundo aprendió a evitar a los recaudadores de los impuestos, a hacer trabajos a escondidas sin tributar al reino y a vivir de las generosas limosnas que los gobernantes concedían para mantener callada a la plebe. Los mismos gobernantes encargados de distribuir las limosnas se quedaban una parte de ellas para mantener su placentera y lujosa vida. Abundaban los banquetes, los viajes, los caprichos, todo ello saliendo de las arcas del reino que cada día quedaba más maltrecho.
Se enamoró la bella princesa de un garboso plebeyo, alto, bien parecido, de complexión atlética, que recorría el reino practicando un ejercicio deportivo muy apreciado por una minoría de los habitantes del mismo. Consintió el Rey que la princesa casara con el plebeyo y lo aceptó en su casa. Mala suerte la de este Rey que no pudo desposar a sus herederos, un príncipe y dos princesas, con personas del mismo rango real, sumando a ello la desgracia de la pobreza de los consortes que no les permitió otra forma de vivir que la de depender de las contadas finanzas de ese pobre Rey.
Acostumbrados los dos yernos reales a la nueva vida de lujo y grandeza, cuentan que el primero era tan depravado que la princesa tuvo que alejarlo de palacio y deshacer su matrimonio. El segundo comprendió que su situación de privilegio le permitiría intentar vivir aún mejor y hacer fortuna y junto a un antiguo preceptor y consejero suyo emprendió una  carrera en el mundo de trueque, cambiando humo por dinero a aquellos gobernantes temerosos del Rey que amasaban fortunas a sus espaldas. Nunca pensó el consorte que sus desvaríos fueran a conocerse por razón de su estado y el prestigio del reino y fue aumentando sus riquezas de forma que, para no levantar sospecha, fue sacando poco a poco a otros reinos donde no existían los tributos.

 Pero hete aquí que un malvado esbirro del Rey, que administraba justicia en su nombre, pensó según dice la gente que no debía consentir la ofensa que al Rey y a la princesa profería  el consorte de ésta con su conducta, así que sin cortedad ni pereza buscó en todos los rincones los orígenes de esa vida tan licenciosa y descubrió, ay lo que descubrió, que la princesa estaba encantada. (Continuará)

Paco del Hoyo "Arriba Periscopio" 08/01/2014 

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