lunes, 28 de noviembre de 2011

PAZ Y AMOR



PAZ Y AMOR


Este eslogan, puesto en boca de dos hippies por el humorista José Mota tiempo atrás, me gustaría que fuera un poco lo que defina la celebración de los próximos acontecimientos sisanteños. Paz, como ejercicio de libertad y tolerancia, como consecuencia normal de nuestro normal comportamiento, como resultado de nuestro buen hacer cotidiano, como signo de identidad de un pueblo inteligente y maduro. Amor, como vacuna contra odios y rencores, a veces tan frecuentes; como aceptación y reconocimiento de cuanto nos rodea, nos guste o no; como valoración positiva de cuantas personas, hechos y circunstancias han influido en nuestra sociedad sisanteña para que hoy seamos lo que somos y como somos.

Mientras esto escribo oigo por la radio los comentarios de la tercera visita del Papa a tierras españolas y me vienen a la memoria las imágenes vistas en las diferentes cadenas de TV, tanto de las caras de entusiasmo de los peregrinos como de las expresiones de odio de los manifestantes contrarios a la visita.

No comparto ninguno de los argumentos de estos últimos y aunque creo que la llegada de peregrinos se va a saldar con la transformación de unos cuantos miles de turistas sudamericanos y europeos del Este en otros tantos miles de inmigrantes ilegales, difíciles de controlar y de expulsar, si creo firmemente que la visita papal, en cuanto a la dignidad del visitante como Jefe del Estado Vaticano y como cabeza de una Institución milenaria que congrega a cientos de millones de creyentes por todo el mundo, merece al menos el respeto de todos.

Pero no dejo de preguntarme el por qué de ese odio de aquellos que con una visión sectaria de la realidad tratan de eliminar todo aquello con lo que no comulgan. Yo no soy ateo, ni profeso el islam ni el budismo ni el judaísmo y me encuentro en las antípodas de anarquistas y antisistemas pero defiendo el que otras personas puedan serlo o lo puedan hacer y cuando no estoy de acuerdo, desde mi punto de vista occidental y cristiano, con el desprecio a los derechos humanos que estos frecuentan, no quemo mezquitas ni salgo a la calle lanzando insultos a troche y moche ni apaleando indigentes ni a su versión reciente de indignados.

Viene esto al hilo de que en nuestro ínfimo universo sisanteño también levantan la voz, aunque no en tribuna pública, los que prescindirían de la celebración del centenario y ya, en la tribuna anónima de los foros, los que como siempre no se atreven a decir públicamente lo que piensan.

La celebración del centenario es un hecho singular en la historia sisanteña véase desde la óptica religiosa o desde planteamientos escépticos. La historia se escribe con letra mayormente pequeña, la del día a día, pero ocasionalmente hay acontecimientos que pueden ser afortunados o desgraciados para quien los vive o los presencia. La nueva iglesia, las ermitas, la epidemia de cólera, la guerra carlista, los franceses, el convento, la llegada del Nazareno y su celebración centenaria, la guerra civil etc.. Esta es nuestra historia con letra grande, la que nos ha proporcionado risas y lágrimas, satisfacciones y desvelos; pero aquí está, y en este caso, los que tenemos la suerte de asistir en presente a uno de estos eventos, podemos optar por esconder la cabeza cual avestruz o elegir estos días para un repentino viaje o lo más sensato, disfrutar y agradecer cada uno a quién quiera el hecho de estar vivo en esta conmemoración tan dilatada en el tiempo.

Con fe o sin ella, la celebración del centenario no debería dejar a nadie indiferente. Se trata ciertamente de una fiesta religiosa pero acompañada por vocación popular de una serie de actividades y actos laicos a lo largo de todo un año, con los cuales cualquiera puede identificarse.

Para los actos religiosos, tan importante es la devoción de los creyentes como el respeto de los que no lo son. La generosidad, las buenas maneras y el “buen rollo” deben ser la nota dominante y en este sentido, los sisanteños debemos ser celosos de nuestra fiesta y vigilantes de cuantas influencias venidas de fuera puedan enturbiarla.

Es curiosa a veces la fe de los sisanteños. Recuerdo que una persona con la que tengo buena relación se jactaba en decir cuando el jubileo que lo mejor era quemar el convento con todo dentro. Afortunadamente ha evolucionado y, aunque ajeno al asunto, hace unos días se manifestaba de otra forma. Tengo un amigo al que quiero mucho que dice con frecuencia que no cree en Dios pero en cualquiera de las conversaciones que hayamos tenido sobre diferentes asuntos, siempre ha salido Dios a relucir y además de forma insistente. No menos curiosa es la visita al Nazareno de los recién casados por lo civil. La foto con Alcalde y Juez en el horroroso marco del salón del Ayuntamiento difiere mucho de la grandeza y belleza del convento y del Nazareno. Hay quién dice que los sisanteños aunque se casen civilmente, es tanta la devoción al Nazareno que no pueden dejar de ir a visitarlo tras la boda. Otros dicen que es una falsedad y que solo buscan la foto que no pueden conseguir en otro lugar. Unos piensan que las monjas no deberían permitir esas visitas; otros creen que mientras el platillo recoja todo es permisible siguiendo aquel refrán que dice que “todo es bueno para el convento, decía un fraile que llevaba una puta al hombro”. Yo pienso que nada tienen de malo tales visitas. No molestan al pueblo salvo a los invitados por la espera. Facilitan al fotógrafo la posibilidad de aumentar el presupuesto. Dejan o deben dejar una suculenta limosna en el platillo del convento y además no engañan a Dios; en todo caso se engañan a sí mismos porque considerándose no creyentes tienen al Nazareno siempre presente en la parte más noble de su casa.

De vuelta al centenario, no debo dejar pasar la ocasión de recurrir una vez más a la generosidad de los sisanteños, los de dentro y los de fuera. Generosidad para con nosotros mismos, para con los visitantes y para con quienes guardan celosamente ya va para tres siglos la imagen de Jesús el Nazareno.

Tan de Sisante es el Nazareno como el templo y las dependencias construidas para custodiarlo. El paso de los años no perdona y el envejecimiento progresivo de monjas y edificios debe llevarnos a pensar que en un futuro no muy lejano, el pueblo tenga que asumir determinadas responsabilidades en el mantenimiento y conservación. A nadie le gustaría ver en estado de ruina aquello de lo que tanto presumimos y a lo que tanto amamos. La situación en estado ruinoso de la casa del Padre Hortelano y la pérdida de algunas joyas de nuestra arquitectura religiosa en el pasado siglo debería hacernos recapacitar sobre la conservación de nuestro patrimonio histórico. Quizá sea este el momento de sentar las bases para adoptar soluciones a lo que se presume inevitable.

Para terminar y recordando mi oficio de “negro” os envío desde “6 Flores” la invitación, actualizada, que un día sirvió como saluda de la autoridad en un programa de feria.
 Paco del Hoyo

Carta del Director “6 Flores” nº 27, Septiembre 2011

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