viernes, 11 de julio de 2014

6 FLORES, REVISTA SISANTEÑA. CARTA DEL DIRECTOR





UN NUEVO REY PARA NUEVOS TIEMPOS

El 19 de Junio de 2014 pasará a la historia como una fecha trascendental en la que la Monarquía constitucional española dio muestras de madurez, de honradez  y de patriotismo. El Rey D. Juan Carlos capitaneó la nave durante treinta y nueve años por un mar en calma, apenas alterado por una cuartelada y por la continua amenaza de mar de fondo del terrorismo. Como Monarca constitucional y sometidas gran parte de sus  funciones al criterio de los Gobiernos de turno, supo mantenerse por encima de la pugna política, sumar adhesiones y no entorpecer la labor de gobierno. Durante su reinado España estuvo gobernada aproximadamente veintidós años  por el Partido Socialista y diez por el Partido Popular, con recurrentes apoyos muy bien cobrados de los nacionalistas. En esos años España ha pasado de ser la Cenicienta de Europa a estar situada en el grupo de cabeza del segundo nivel de la UE. Quién haya visitado España a principios de los ochenta y haya vuelto a hacerlo ahora se habrá encontrado con un país completamente diferente, con un PIB situado en el lugar decimotercero del total de 181 Estados, una infraestructura de comunicaciones completamente nueva, una industria turística en auge, una estructura industrial reconvertida, un moderno y competitivo  sector servicios  y una consolidada clase media. Observará también el visitante cómo la sociedad española ha avanzado en las libertades  y ha encontrado un modelo de convivencia basado en la unidad y en la diversidad, contestado únicamente por el nacionalismo vasco y catalán, con una descentralización administrativa que le permite  un nivel de autogobierno desconocido en los países del entorno.


La Monarquía constitucional representada por D. Juan Carlos ha prestado un servicio de incalculable valor a la Nación. Ha contribuido, en perfecta sintonía con los gobiernos de Felipe González y José Mª Aznar, a desterrar los focos de  enfrentamiento que pudieran quedar  de épocas pasadas y a encauzar la vida de los españoles con la vista puesta en el futuro común de todos,  haciendo hincapié más en lo que nos une que en lo que nos separa. El Rey ha sido el mejor embajador de España en el mundo y a su gestión personal se debe buena parte de la implantación de nuestras empresas a nivel mundial. Mantuvo  a la Corona en el puesto más valorado de las encuestas de opinión por su dedicación, proximidad, modestia y neutralidad, llevando su implicación personal hasta extremos como el “¿por qué no te callas?” con el que paró la soberbia del Presidente venezolano Hugo Chávez en sus continuas  descalificaciones al Presidente Zapatero.
 Llegado el momento en que las fuerzas flaquean, aquejado de serios problemas de salud, muy afectado por asuntos familiares graves, preocupado por el descenso de popularidad y aceptación de la Monarquía a consecuencia de lo anterior, de la crisis y del ruido callejero de unos pocos y expectante ante el desarrollo de los acontecimientos en Cataluña que requerirán una dedicación muy especial de la Corona, D. Juan Carlos ha decidido que lo más conveniente para la Monarquía y para España es su retirada a un segundo plano dejando las riendas a un heredero contemporáneo de la nueva sociedad, con fuerza, energía y preparación para hacer frente a los problemas de los nuevos tiempos
 
No obstante lo anterior, las sombras de este periodo de la Historia española no son pocas. La Historia lo juzgará a su debido tiempo. A raíz del fallecimiento del expresidente Suarez y con motivo de alguna publicación o declaraciones extemporáneas, se han suscitado dudas sobre si la actuación del D. Juan Carlos el 23 de Febrero de 1981 fue un acto de autoridad o de conveniencia o de ambas cosas a la vez, en el supuesto de que el Rey conociera  o no de antemano lo que iba a ocurrir. No obstante la imagen que queda en la memoria de los españoles es la de un joven Rey que ejerció su autoridad sobre el grupúsculo de militares golpistas.


 Se le achaca también su escasa influencia sobre los gobiernos de González, Aznar y Zapatero para parar el avance nacionalista. El resurgimiento del nacionalismo ha sido consecuencia en gran parte de  la legislación  electoral recogida en  la Constitución, que confiere a los nacionalistas unos resultados en escaños muy superiores  en proporción al número de votos obtenidos y  en perjuicio de otros Partidos de implantación nacional. González y Aznar tuvieron que buscar el apoyo nacionalista para gobernar en minoría y estos se lo cobraron sobradamente. El Presidente Zapatero se echó en brazos del independentismo sin necesidad de ello al contar con una mayoría suficiente. El Rey posiblemente no influyera sobre ellos para atajar la deriva nacionalista que ahora amenaza la unidad de España. El tiempo lo dirá.

La transición tuvo actitudes ejemplares de consenso y concordia y los años siguientes tuvieron como firmes pilares estas actitudes pero el gran fallo de este periodo histórico ha sido la educación. Hemos sido malos maestros, en privado y en público, en nuestra casa y en la escuela; de hecho el fracaso escolar es el mayor de la UE y nuestras universidades no figuran entre las cien mejores del mundo. En el aspecto social no hemos enseñado a nuestros hijos los valores de la transición ni el por qué de este estado de bienestar que ahora se disfruta. Hemos sido complacientes y permisivos, no hemos valorado el sacrificio ni premiado el esfuerzo. Hemos creado unas generaciones de  egoístas y pasotas  a las que todo les ha sido regalado a cambio de nada. Ahora que llega el relevo las nuevas generaciones no entienden lo ocurrido en estos cuarenta años; no lo entienden ni lo comparten y en gran parte lo desconocen, de ahí el afán rupturista que anima los movimientos callejeros, cuyos cabecillas sacan provecho de unas masas mínimamente cultas, por no decir analfabetas funcionales, a las que manejan a base de megáfono. Siempre se ha dicho que quién no aprende de la historia está condenado a repetirla y aquí se están dando pasos que recuerdan tiempos no muy lejanos que todos queríamos olvidar.



La corrupción generalizada  de la clase política y el guerracivilismo de Zapatero han sido lo peor junto con el fracaso de la educación de este periodo que ahora termina. Felipe González fue un gran estadista  que tuvo coraje para tomar medidas difíciles en tiempos difíciles y supo encontrar el camino de España  al lado de los países europeos y atlánticos, pero le salieron mangantes por todas las esquinas, de forma que al final tuvo que marchar forzado por no haberlos controlado a tiempo. Durante el gobierno de Aznar, que también fue un gran estadista, se cuajaron las grandes operaciones especulativas que dieron lugar a corruptelas que ponen en tela de juicio a muchos dirigentes de su Partido. La Cataluña de CiU y la Cueva de Ali-Babá andaluza  han sido y siguen siendo los encubridores de una maraña de corrupción donde Partidos y Sindicatos compiten por ser los primeros.
La corrupción en la financiación de Partidos, Patronal y Sindicatos ha provocado escándalos mayúsculos, desde la quiebra de la cooperativa  PSV de UGT en 1993 hasta los hechos investigados por la juez Alaya  y otros jueces  en torno a los ERE y a los fondos para cursos de formación, que afectan a la Junta de Andalucía en el primer caso y a la Patronal y Sindicatos en el segundo. La ausencia de transparencia en las cuentas de Partidos y Sindicatos amén de la inutilidad del Tribunal de Cuentas favorece el nacimiento de corruptelas ante la pasividad y la vista gorda de la clase política en general y de los directamente responsables en particular.


La corrupción ha alcanzado también a las Instituciones. El control del poder ejecutivo sobre el legislativo viene dado por la estructura monolítica de los Partidos y el sistema de listas cerradas en el que todos son estómagos agradecidos del líder. En el Congreso se aprueba lo que el Gobierno propone y la disciplina de voto  es dogma de fe y por consiguiente la disidencia se castiga. La labor de los congresistas es lo más parecida a la de los palmeros; aplaudir al portavoz de su grupo, abuchear al contrario y  cuidar de que el dedo apriete el botón correcto a la hora de emitir el voto; los bostezos y las siestas son de escándalo y no digamos del  absentismo.

Más grave es la injerencia del poder ejecutivo en el judicial. La reforma de la Ley del Poder Judicial de 1985, aquella que hiciera exclamar a Alfonso Guerra “Montequieu ha muerto”, acabó con el poder judicial tal y como se concebía en la Constitución. A raíz de ello y con la aquiescencia del Partido Popular, el nombramiento de los vocales del Consejo General del Poder Judicial corresponde al Parlamento, con las derivaciones de influencias que afectan al tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional . Esto unido a la división sectaria de jueces y fiscales en asociaciones con  inmensa carga política y a la aparición de los llamados jueces estrella, ha hecho que la Justicia sea una de las Instituciones peor valoradas por los españoles, al mismo o parecido nivel que la clase política, la casta, como muy bien ha sido bautizada por la sabiduría popular.


 La debacle  vino con la llegada del zapaterismo y su obsesión por desenterrar lo que González, Aznar y toda la clase política habían dado por zanjado  y superado. Con la Ley de la Memoria Histórica atentó contra la Ley de Amnistía de 1977 y pretendió lanzar de nuevo a media España contra la otra media, eso sí, apoyado por políticos de los que tiraron la piedra y escondieron la mano como Rubalcaba. La falta de sentido de Estado que denotaba Zapatero hizo crecer la duda sobre el concepto de Nación española, dio un balón de oxigeno a ETA cuando ya estaba policialmente aniquilada por el gobierno de Aznar y se echó en brazos del catalanismo propiciando una reforma estatutaria que nadie deseaba y que de hecho se aprobó con  el 50% de los votos de tan solo un 30% de votantes. Entretenido en esos menesteres  no vio lo que se avecinaba y como tal no le puso remedio. Ahora y a consecuencia de ello los españoles estamos pagando las consecuencias, no solo nosotros sino nuestros hijos y nuestros nietos mientras el personaje pasta plácidamente en los prados del Consejo de Estado.


Para D. Juan Carlos ha sido un final de reinado un tanto peculiar y triste. Con su buen olfato político ha sido capaz de prever lo que se avecinaba, la imputación de la entonces infanta Cristina y la salida de Rubalcaba de la escena política, razones de peso para creer que había llegado el momento. Anécdotas aparte, el Rey Juan Carlos será recordado como uno de los grandes Monarcas españoles. Le cabe seguramente la satisfacción de haber formado al Rey Felipe VI en niveles no superados por ningún Rey español  y haberle preparado para la dificultad del momento histórico con los retos que le amenazan. Nos cabe a muchos españoles la satisfacción de que así sea y creo llegado el momento de corresponder al nuevo Rey con ilusión y con esperanza, con exigencia y lealtad y sobre todo con amor a España y respeto a la Constitución.

Paco del Hoyo. Revista 6 Flores, Junio 2014. "Carta del Director"



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