UN NUEVO REY PARA NUEVOS TIEMPOS
El 19 de Junio de 2014 pasará a
la historia como una fecha trascendental en la que la Monarquía constitucional
española dio muestras de madurez, de honradez
y de patriotismo. El Rey D. Juan Carlos capitaneó la nave durante
treinta y nueve años por un mar en calma, apenas alterado por una cuartelada y
por la continua amenaza de mar de fondo del terrorismo. Como Monarca
constitucional y sometidas gran parte de sus
funciones al criterio de los Gobiernos de turno, supo mantenerse por
encima de la pugna política, sumar adhesiones y no entorpecer la labor de
gobierno. Durante su reinado España estuvo gobernada aproximadamente veintidós
años por el Partido Socialista y diez
por el Partido Popular, con recurrentes apoyos muy bien cobrados de los
nacionalistas. En esos años España ha pasado de ser la Cenicienta de Europa a
estar situada en el grupo de cabeza del segundo nivel de la UE. Quién haya
visitado España a principios de los ochenta y haya vuelto a hacerlo ahora se
habrá encontrado con un país completamente diferente, con un PIB situado en el
lugar decimotercero del total de 181 Estados, una infraestructura de
comunicaciones completamente nueva, una industria turística en auge, una
estructura industrial reconvertida, un moderno y competitivo sector servicios y una consolidada clase media. Observará
también el visitante cómo la sociedad española ha avanzado en las
libertades y ha encontrado un modelo de
convivencia basado en la unidad y en la diversidad, contestado únicamente por
el nacionalismo vasco y catalán, con una descentralización administrativa que
le permite un nivel de autogobierno
desconocido en los países del entorno.
La Monarquía constitucional
representada por D. Juan Carlos ha prestado un servicio de incalculable valor a
la Nación. Ha contribuido, en perfecta sintonía con los gobiernos de Felipe
González y José Mª Aznar, a desterrar los focos de enfrentamiento que pudieran quedar de épocas pasadas y a encauzar la vida de los
españoles con la vista puesta en el futuro común de todos, haciendo hincapié más en lo que nos une que
en lo que nos separa. El Rey ha sido el mejor embajador de España en el mundo y
a su gestión personal se debe buena parte de la implantación de nuestras
empresas a nivel mundial. Mantuvo a la
Corona en el puesto más valorado de las encuestas de opinión por su dedicación,
proximidad, modestia y neutralidad, llevando su implicación personal hasta
extremos como el “¿por qué no te callas?” con el que paró la soberbia del
Presidente venezolano Hugo Chávez en sus continuas descalificaciones al Presidente Zapatero.
Llegado el momento en que las fuerzas
flaquean, aquejado de serios problemas de salud, muy afectado por asuntos
familiares graves, preocupado por el descenso de popularidad y aceptación de la
Monarquía a consecuencia de lo anterior, de la crisis y del ruido callejero de
unos pocos y expectante ante el desarrollo de los acontecimientos en Cataluña
que requerirán una dedicación muy especial de la Corona, D. Juan Carlos ha
decidido que lo más conveniente para la Monarquía y para España es su retirada
a un segundo plano dejando las riendas a un heredero contemporáneo de la nueva
sociedad, con fuerza, energía y preparación para hacer frente a los problemas
de los nuevos tiempos
No obstante lo anterior, las
sombras de este periodo de la Historia española no son pocas. La Historia lo juzgará
a su debido tiempo. A raíz del fallecimiento del expresidente Suarez y con
motivo de alguna publicación o declaraciones extemporáneas, se han suscitado
dudas sobre si la actuación del D. Juan Carlos el 23 de Febrero de 1981 fue un
acto de autoridad o de conveniencia o de ambas cosas a la vez, en el supuesto
de que el Rey conociera o no de antemano
lo que iba a ocurrir. No obstante la imagen que queda en
la memoria de los españoles es la de un joven Rey que ejerció su autoridad
sobre el grupúsculo de militares golpistas.
Se le achaca también su escasa
influencia sobre los gobiernos de González, Aznar y Zapatero para parar el
avance nacionalista. El resurgimiento del nacionalismo ha sido consecuencia en
gran parte de la legislación electoral recogida en la Constitución, que confiere a los
nacionalistas unos resultados en escaños muy superiores en proporción al número de votos obtenidos y en perjuicio de otros Partidos de implantación
nacional. González y Aznar tuvieron que buscar el apoyo nacionalista para
gobernar en minoría y estos se lo cobraron sobradamente. El Presidente Zapatero
se echó en brazos del independentismo sin necesidad de ello al contar con una
mayoría suficiente. El Rey posiblemente no influyera sobre ellos para atajar la
deriva nacionalista que ahora amenaza la unidad de España. El tiempo lo dirá.
La transición tuvo actitudes
ejemplares de consenso y concordia y los años siguientes tuvieron como firmes
pilares estas actitudes pero el gran fallo de este periodo histórico ha sido la
educación. Hemos sido malos maestros, en privado y en público, en nuestra casa
y en la escuela; de hecho el fracaso escolar es el mayor de la UE y nuestras
universidades no figuran entre las cien mejores del mundo. En el aspecto social
no hemos enseñado a nuestros hijos los valores de la transición ni el por qué
de este estado de bienestar que ahora se disfruta. Hemos sido complacientes y
permisivos, no hemos valorado el sacrificio ni premiado el esfuerzo. Hemos
creado unas generaciones de egoístas y
pasotas a las que todo les ha sido
regalado a cambio de nada. Ahora que llega el relevo las nuevas generaciones no
entienden lo ocurrido en estos cuarenta años; no lo entienden ni lo comparten y
en gran parte lo desconocen, de ahí el afán rupturista que anima los
movimientos callejeros, cuyos cabecillas sacan provecho de unas masas
mínimamente cultas, por no decir analfabetas funcionales, a las que manejan a
base de megáfono. Siempre se ha dicho que quién no aprende de la historia está
condenado a repetirla y aquí se están dando pasos que recuerdan tiempos no muy
lejanos que todos queríamos olvidar.
La corrupción generalizada de la clase política y el guerracivilismo de
Zapatero han sido lo peor junto con el fracaso de la educación de este periodo
que ahora termina. Felipe González fue un gran estadista que tuvo coraje para tomar medidas difíciles
en tiempos difíciles y supo encontrar el camino de España al lado de los países europeos y atlánticos,
pero le salieron mangantes por todas las esquinas, de forma que al final tuvo
que marchar forzado por no haberlos controlado a tiempo. Durante el gobierno de
Aznar, que también fue un gran estadista, se cuajaron las grandes operaciones
especulativas que dieron lugar a corruptelas que ponen en tela de juicio a
muchos dirigentes de su Partido. La Cataluña de CiU y la Cueva de Ali-Babá
andaluza han sido y siguen siendo los
encubridores de una maraña de corrupción donde Partidos y Sindicatos compiten
por ser los primeros.
La corrupción en la financiación
de Partidos, Patronal y Sindicatos ha provocado escándalos mayúsculos, desde la
quiebra de la cooperativa PSV de UGT en
1993 hasta los hechos investigados por la juez Alaya y otros jueces en torno a los ERE y a los fondos para cursos
de formación, que afectan a la Junta de Andalucía en el primer caso y a la
Patronal y Sindicatos en el segundo. La ausencia de transparencia en las
cuentas de Partidos y Sindicatos amén de la inutilidad del Tribunal de Cuentas
favorece el nacimiento de corruptelas ante la pasividad y la vista gorda de la
clase política en general y de los directamente responsables en particular.
La corrupción ha alcanzado
también a las Instituciones. El control del poder ejecutivo sobre el
legislativo viene dado por la estructura monolítica de los Partidos y el
sistema de listas cerradas en el que todos son estómagos agradecidos del líder.
En el Congreso se aprueba lo que el Gobierno propone y la disciplina de
voto es dogma de fe y por consiguiente
la disidencia se castiga. La labor de los congresistas es lo más parecida a la
de los palmeros; aplaudir al portavoz de su grupo, abuchear al contrario y cuidar de que el dedo apriete el botón
correcto a la hora de emitir el voto; los bostezos y las siestas son de
escándalo y no digamos del absentismo.
Más grave es la injerencia del
poder ejecutivo en el judicial. La reforma de la Ley del Poder Judicial de
1985, aquella que hiciera exclamar a Alfonso Guerra “Montequieu ha muerto”,
acabó con el poder judicial tal y como se concebía en la Constitución. A raíz
de ello y con la aquiescencia del Partido Popular, el nombramiento de los vocales
del Consejo General del Poder Judicial corresponde al Parlamento, con las
derivaciones de influencias que afectan al tribunal Supremo y al Tribunal
Constitucional . Esto unido a la división sectaria de jueces y fiscales en
asociaciones con inmensa carga política
y a la aparición de los llamados jueces estrella, ha hecho que la Justicia sea
una de las Instituciones peor valoradas por los españoles, al mismo o parecido
nivel que la clase política, la casta, como muy bien ha sido bautizada por la
sabiduría popular.
La debacle
vino con la llegada del zapaterismo y su obsesión por desenterrar lo que
González, Aznar y toda la clase política habían dado por zanjado y superado. Con la Ley de la Memoria
Histórica atentó contra la Ley de Amnistía de 1977 y pretendió lanzar de nuevo
a media España contra la otra media, eso sí, apoyado por políticos de los que
tiraron la piedra y escondieron la mano como Rubalcaba. La falta de sentido de
Estado que denotaba Zapatero hizo crecer la duda sobre el concepto de Nación
española, dio un balón de oxigeno a ETA cuando ya estaba policialmente
aniquilada por el gobierno de Aznar y se echó en brazos del catalanismo
propiciando una reforma estatutaria que nadie deseaba y que de hecho se aprobó
con el 50% de los votos de tan solo un
30% de votantes. Entretenido en esos menesteres
no vio lo que se avecinaba y como tal no le puso remedio. Ahora y a
consecuencia de ello los españoles estamos pagando las consecuencias, no solo
nosotros sino nuestros hijos y nuestros nietos mientras el personaje pasta plácidamente
en los prados del Consejo de Estado.
Para D. Juan Carlos ha sido un
final de reinado un tanto peculiar y triste. Con su buen olfato político ha
sido capaz de prever lo que se avecinaba, la imputación de la entonces infanta
Cristina y la salida de Rubalcaba de la escena política, razones de peso para
creer que había llegado el momento. Anécdotas aparte, el Rey Juan Carlos será
recordado como uno de los grandes Monarcas españoles. Le cabe seguramente la
satisfacción de haber formado al Rey Felipe VI en niveles no superados por ningún
Rey español y haberle preparado para la
dificultad del momento histórico con los retos que le amenazan. Nos cabe a
muchos españoles la satisfacción de que así sea y creo llegado el momento de
corresponder al nuevo Rey con ilusión y con esperanza, con exigencia y lealtad
y sobre todo con amor a España y respeto a la Constitución.
Paco del Hoyo. Revista 6 Flores, Junio 2014. "Carta del Director"
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