¿A DÓNDE HEMOS LLEGADO?
Hoy voy a ser muy breve porque me
embarga una tristeza que no puedo evitar ni reprimir. Hemos creado una sociedad
donde la locura se extiende descontrolada sin que desde la misma sociedad y quienes
la gobiernan encuentren el camino para controlarla.
Ayer era un niño de 13 años el
que en plan Rambo accedía al Instituto con ballestas, cuchillos y cócteles
molotov; mataba a un profesor y hería a otras cuatro personas. El menor no
tiene responsabilidad penal pero al pobre profesor muerto no se le puede devolver
la vida. Me pregunto qué control ejercían los padres sobre un hijo en edad
difícil para no detectar que algo no funcionaba bien. No se trata precisamente
de una familia desestructurada ni
carente de formación ni escasa de medios. Eso me lleva a dudar sobre quién está fallando si la sociedad de
consumo, el sistema educativo o la institución familiar, pero sea cual fuere,
este País y esta civilización están rozando los límites. En EEUU están
acostumbrados a que cada semana se produzca un tiroteo en un centro docente
pero allí no es de extrañar porque no deja de ser un país de salvajes con tan
solo doscientos años de historia bañada en sangre. Aquí es difícil digerir
esto, sobre todo a los que recibimos una educación basada en el respeto a los
demás, a los padres, a los maestros, a la autoridad, a la gente.
Esta mañana me desayuno con la
noticia de que una madre ha lanzado por la ventana a sus dos hijos, un bebé de
dieciocho meses y una niña de diez años
y luego se ha tirado ella. Felizmente ninguno de los tres ha fallecido pero
¿cómo será la vida de esa pobre niña que jamás podrá borrar el recuerdo de su
madre intentando matarla? ¿A dónde hemos llegado?. Magda Goebbels asesinó a sus
hijos y posteriormente se suicidaron ella
y su marido porque como otras muchas familias alemanas y sobre todo japonesas
no fueron capaces de entender la vida después de la derrota, pero no es este momento
nada comparable con aquello. Ni el matrimonio gallego que gozaban de un alto
nivel de vida y asesinó a su hija adoptiva Asunta Basterra, ni esta mujer que
al parecer estaba en precario, tienen
razón que lo justifique salvo la corrupción moral en el primer caso y la
locura en éste.
Ayer murieron en el Mediterráneo
medio centenar de niños. Unos acompañaban a sus padres huyendo de la miseria y
de las atrocidades de la salvaje guerra que asola el norte de África. Otros
niños viajaban solos. Sus padres habían reunido el dinero para enviarlos a
probar suerte en la sociedad de la riqueza. Al no poder acompañarlos, renunciaban
a ellos con la esperanza de que sobrevivieran y pudieran disfrutar de mejor
vida que sus progenitores. Perdían a sus hijos para ganarlos, para imaginarlos lejos y felices, para no dejarlos sucumbir en
ese submundo en que se ha convertido el continente africano, que los europeos
colonizamos, explotamos y abandonamos a su suerte. Mientras que allí, donde la
vida apenas tiene valor, hay quién arriesga la vida por los suyos para encontrarles
mejores horizontes, aquí en la sociedad de la opulencia, en la sociedad de la
riqueza material que no moral, asistimos a lamentables situaciones que jamás
creímos que pudieran producirse.
Nuestra civilización occidental
ha olvidado los valores que la hicieron nacer y triunfar. Como en las
postrimerías del Imperio Romano estamos asistiendo al principio del fin. Otros
están viniendo a ocupar el espacio abandonado por esta sociedad decadente.
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