lunes, 24 de marzo de 2014

GRACIAS, ADOLFO SUÁREZ




GRACIAS, ADOLFO SUÁREZ

Reconozco que aquella época fue para mí de mucha confusión. Me había educado en las más puras esencias del régimen. Primero en Madrid, donde hice los dos primeros años de Magisterio compaginé los estudios con otros en el Instituto de Estudios Sindicales, de la Delegación Nacional de Sindicatos en el  Paseo del Prado. Posteriormente en Cuenca, interno en el Colegio Menor de Juventudes  “Alonso de Ojeda”, en donde a los futuros maestros se nos preparaba para asumir responsabilidades sociales y políticas en los pueblos, más allá de la labor puramente docente. Así, mientras los demás marchaban tras las muchachas por Carretería, nosotros asistíamos a conferencias del  Jefe Nacional del tal o de cual,  del Gobernador o del Obispo y hasta una vez de un Ministro en visita oficial a la ciudad.

Mi carrera profesional comenzó en Landete, un pequeño pueblo de Cuenca  en cuyo internado ejercí como educador y como profesor de FEN y EF en el Instituto, ambos controlados por el que entonces era Subjefe Provincial del Movimiento. Allí conocí a un profesor de francés que luego fuera destacado miembro del PSOE y a un profesor de historia, más rojo que las amapolas que me hizo aprender por repetitivas las palabras de despedida del Che Guevara en Cuba: “Otros pueblos del mundo reclaman el concurso de mis modestos servicios…”.

La experiencia posterior como maestro en la isla de Mallorca fue un choque frontal  contra una realidad social que yo ignoraba. Maestro en Deiá, en medio de una sociedad donde la colonia de residentes extranjeros superaba a los autóctonos, empecé a ver cosas que yo no imaginaba y de la mano del gran escenógrafo del Music Hall Center de New York, Esteban Francés y del escritor inglés Robert Graves tuve la gran ocasión de acercarme a otro mundo en el que existían otras formas de vivir y ver las cosas, donde la  libertad de pensar y opinar no tenía limitaciones ni cortapisas; era el choque de un muchacho de pueblo  con una sociedad  de ciudadanos del mundo en pleno auge del movimiento hippie.

Un paseo militar de quince meses, con asesinato de Carrero  Blanco por medio, me devolvió a la realidad, esa realidad que buena o mala es la que has vivido y a la que  te has acostumbrado y cuyos sinsabores suples con el vigor de tus veinte y pocos  años.

La muerte de Franco me cogió con la oposición aprobada y recién casado. Ni que decir tiene que mis inquietudes en ese momento no eran de tipo político pero, con el nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno y la posterior creación de la UCD, comencé a ver correr de un lado para otro a aquellos que tuve como compañeros y jefes del régimen buscando cobijo a la sombra del nuevo poder, sin más ideología que la de seguir subido al carro de los enchufes y las prebendas; algunos hubo incluso que se levantaron de color azul, comieron de color naranja y a la noche eran de color rojo. Ocurrieron tantas cosas en tan poco tiempo que no era fácil  asimilar para un joven como yo formado en el régimen, el que los que ayer eran tachados de diabólicos hoy compartieran mesa con quienes días antes eran sus carceleros.




Yo no  comprendí en aquellos momentos a Adolfo Suárez y seguramente no fue por él y lo que hizo sino por la imagen traidora que ofrecían aquellos que meses antes lloraban ante el féretro del jefe y ahora renegaban de él como “San Pedros” y no tres veces sino de continuo, y la de tantos oportunistas de las mil y una siglas que fueron acomodándose a la nueva situación que se adivinada políticamente próspera.  Yo sabía o al menos intuía que a la tortilla se le iba a dar la vuelta porque el Rey no se justificaba solo por la herencia recibida y la destitución de Carlos Arias vino a confirmármelo, pero nunca creí que los pasos se dieran con tanta rapidez y provisionalidad. Quizás por eso, de aquellos barros vienen estos lodos que hoy nos hunden, porque ahora, pasado el tiempo y analizadas las cosas con la frialdad que él permite, estoy convencido de que hizo falta mucho valor, mucha lucidez y mucho tesón para hacer en cuatro días lo que se preveía tardara años, sin apenas costo en vidas y dejando a todos satisfechos dentro de la insatisfacción, pero las prisas y los intereses dejaron muchas vías de escape cuyas consecuencias ahora  estamos padeciendo.

La muerte de Adolfo Suárez me está sirviendo para rebobinar la cinta y recordar, y conforme la voy pasando tengo la sensación de que hace miles de años que ocurrió aquello. Si alguno de mis hijos me dijera:  Papá, “Cuéntame”, seguro que comenzaría diciéndole: “Hubo una vez …”. Nada  de aquello se ve reflejado en la vida de hoy; hasta el deterioro físico del Rey nos transporta a tiempos muy lejanos. Ahora veo todo de otra manera  y comprendo lo que entonces no llegué a ver. El Presidente Suárez permanecerá  presente, como un héroe de película, en la memoria de la sociedad actual hasta que se extinga el último contemporáneo. Luego  pasará a las páginas de la historia para convertirse en uno más de tantos como allí se inmortalizan.




La España de hoy es fruto de la que el Rey y Suárez sembraron pero los males que hoy nos aquejan no son achacables a ellos sino más bien a aquellos que por las prisas, el miedo y los intereses forjaron un Estado ingobernable, fragmentado e insolidario, cimentado en un texto constitucional que solo el egoísmo político de no ceder un ápice lo mantiene en pie. No escapamos de esta culpa  los que desterramos la pedagogía a los rincones de las aulas y no fuimos capaces de trasmitir a las nuevas generaciones los sacrificios que costó llegar aquí y los valores que ello comporta. Menos aún escapa la clase política egoísta y olvidadiza, más preocupada  por su estado y su bolsillo que por el bolsillo y el estado del Estado.


Voy a terminar dando las gracias a Adolfo Suárez por todo lo que él significa en nuestro bienestar presente, al tiempo que lamento profundamente que su sacrificio vaya camino de convertirse en estéril.

Paco del Hoyo. "Arriba Periscopio" 

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