Con más cara que espalda se descuelga el ex presidente de Caja Madrid
Miguel Blesa afirmando que los jubilados no son tontos necesariamente y que
financieramente están capacitados.
Miguel Blesa a la salida de los juzgados, le han dicho de todo |
Claro que Blesa no ha tocado un
cliente en su vida ni seguramente sabía cual era el tipo medio de clientela de
su entidad. En una Caja de Ahorros como
lo era Caja Madrid y en una comunidad como la madrileña, el porcentaje de
jubilados procedentes de la industria, los servicios, los autónomos y la Administración deben andar muy próximos al
cien por cien y ahora , querido lector, te preguntarás conmigo ¿qué nivel de
cultura financiera tiene un obrero jubilado de la construcción, un metalúrgico
del sur de la capital, un vendedor de ultramarinos en una tienda de barrio, un
conductor del metro o un auxiliar administrativo del ayuntamiento? Toda esta
gente han ido ahorrando a lo largo de los años confiados en que dejaban sus
ahorros en buenas manos; nada menos que Caja Madrid, por Dios, quién se atreve
a pensar mal de la entidad financiera más representativa de Madrid, que
desde 1838 como Caja de Ahorros, unida
al Monte de Piedad madrileño nacido en 1702, viene administrando los ahorros de los
madrileños y auxiliándolos con sus créditos.
Las Cajas fueron de fiar hasta
que los políticos metieron en ellas sus narices. A partir de ese momento las
Cajas se olvidaron de su origen
primitivo de montes de piedad y se convirtieron en generadoras de montañas de dinero que los políticos y sus amigos
supieron administrar en beneficio propio. Los jubilados confiaban en sus Cajas
y sobre todo, en los empleados de sus Cajas, desde el director al cajero. Ellos
depositaban sus ahorros en aquello que se les aconsejaba y que siempre daban
por bueno porque “me lo ha asegurado el director…”. Y así fue mientras los
productos de ahorro se reducían a las cuentas a plazo, cédulas hipotecarias y
otros valores de renta fija, que producían unos rendimientos, mayores o menores
según producto y cuantía. Comenzó la cosa a torcerse con la aparición de los
fondos de inversión, en los que la entidad siempre ganaba porque cobraba una
comisión por gestión y administración pero el cliente podía salir trasquilado y
perder parte o todo de sus ahorros. Por otra parte, el empleado o el director
ya no eran los de siempre, unas veces por los frecuentes traslados a que eran
sometidos y otras veces, la mayoría, porque les exigieron unos niveles de
rendimiento tales en determinados productos que muchos vieron, engañando a sus
clientes ,la única salida a la presión de los directivos, sobre todo los
empleados más jóvenes con prisa por ascender en el escalafón y alguna que otra
por desconocimiento del mismo empleado de las características del producto que le
obligaban a colocar a su cliente.
Afectados por el engaño de las preferentes |
Blesa puede decir misa pero no
podrá decir jamás que los 82.000 clientes afectados por las preferentes tenían
cultura financiera suficiente para discernir sobre lo que se les ofrecía. Las
preferentes como otros muchos productos de renta variable o difícil
recuperación fueron metidos con calzador a base de engaños, aunque tranquilizasen sus conciencias alegando
que ocultar la verdad no es lo mismo que mentir. Precisamente el colectivo de
jubilados ha sido el caladero de pesca de los mezquinos sin escrúpulos que, en la movilidad laboral que ofrecía la
gran cantidad de oficinas de Caja Madrid en Madrid, encontraron su defensa
personal porque cuando estaban a punto de saltar las alarmas por gestiones
dudosas el traslado les venía como agua de mayo.
La clientela a hombres como Blesa
les ha importado un pimiento. Los empleados y los clientes eran simplemente los elementos generadores de una riqueza, que
en el caso de las Cajas no había que rendir cuentas a nadie y que utilizaron en
su propio beneficio y en el de sus allegados. Pronto hemos olvidado lo que
ocurrió a Caja Castilla la Mancha; la
CCM de Bono, Barreda y Moltó y sus amigos del aeropuerto de Ciudad Real. La
nuestra fue la primera, detrás fueron casi todas las demás. La CECA era como
un cesto lleno de manzanas podridas. La
clase política y los gestores como Blesa o Moltó las echaron a perder.
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