LA EDAD DE "CIUDADANOS"
Ciudadanos es un Partido relativamente joven, al
menos en su implantación fuera de Cataluña, en el que hay gente de todas las
edades; jóvenes impetuosos e impacientes, adultos autoritarios, maduros
conservadores y viejos cansinos. Las palabras de Albert Ribera,
malinterpretadas según él y los suyos, en las que venía a decir que la
actividad política debería tener como protagonistas a los nacidos en el nuevo
régimen, aunque en principio parezca una salida impropia de un líder con aspiraciones,
no está exenta de realismo siempre que el traspaso se haga de forma progresiva
e inteligente, sin dejar muertos en el camino, que esos es lo grave. Siempre se
dice que la frase se ha sacado de contexto cuando se ha metido la pata hasta el
corvejón, pero lo dicho por Albert Ribera invita a reflexionar.
Son pocos ya los que han conocido los tres regímenes, república, dictadura y
democracia; pasaron con más o menos suerte la época confusa de la
Republica con sus consecuencias bélicas y la posterior recuperación de un país
destrozado. Sufrieron hambre y calamidades hasta finales de los cuarenta y alumbraron una nueva generación de jóvenes
que habrían de ser los creadores de una nueva sociedad de progreso. Ellos
pagaron con creces su error, producto de sus odios y del seguidismo a quienes, de uno u otro lado,
les consideraban simplemente como masa de maniobra. El régimen nacido en 1978
fue agradecido y generoso con ellos
llegada su jubilación; se dignificaron sus pensiones y el IMSERSO se
encargó de hacerles recorrer España casi gratis total, no obstante siguieron
siendo manipulados por la clase política, de uno y otro lado, que convirtió las guiás turísticas en
comisarias políticas y pocos viajes se libraron de las sesiones de
adoctrinamiento.
De los nacidos en la dictadura algunos no conocimos
ya la cartilla de racionamiento, pero
vinimos al mundo en una ápoca en la que solo había un teléfono en el Ayuntamiento y
otro en el Cuartel de la Benemérita; los
adinerados de cada pueblo compraban los primeros televisores y las
lavadoras de carga vertical revolucionaban el sacrificado oficio de ama de
casa. Fueron las nuestras unas
generaciones que abandonaron el campo, emigraron a Europa, llenaron las Universidades Laborales y coronaron los
andamios. Fueron las décadas de los sesenta y los setenta en las que tuvimos
que conjugar el estigma de una generación frustrada, dividida, obligada a convivir y a olvidar, con una
sociedad emergente, que hizo la revolución industrial con cien años de retraso,
que descubrió que algo de nosotros gustaba a los demás e inventó el turismo
masivo. Fuimos las generaciones del desarrollo, de Renfe, de Telefónica, de
Iberia, de Pegaso, de Barreiros, de
Ebro, de CASA, de Seat (con licencia),
de los grandes embalses productores de energía barata, de las primeras
centrales nucleares etc. etc..
Fuimos,
en resumen las generaciones que hicimos el cambio de una sociedad,
políticamente controlada, a otra sociedad democrática y liberal. Fuimos
generosos porque olvidamos el pasado y nos centramos en el futuro; continuamos
manteniendo y aumentando el despegue económico iniciado en el viejo régimen y
nos dotamos de unas normas de convivencia reflejadas en la Constitución de 1978
que, a pesar de sus deficiencias y errores, ha permitido la vida en convivencia
y paz en estos últimos cuarenta años. Construimos un nuevo país, entramos en
las organizaciones internacionales principales, ONU, UE y OTAN; llegamos a ser
la décima potencia económica mundial, situamos los adelantos tecnológicos al
nivel de los más desarrollados. Confirmamos parte de la coletilla franquista y creamos
una España grande y libre. Lo de una se quedó en el camino, convertida en el
tributo innecesario de diecisietes reinos de taifas.
Las nuevas
generaciones nacidas en la democracia han venido ya “con el pan bajo el sobaco”
como suele decirse. No han conocido las carencias, limitaciones y miserias. Son
nietos de los emigrantes a Alemania, Francia y Suiza; de los obreros del
incipientes sindicalismo de Nicolás Redondo y Marcelino Camacho. Nacieron con
el ordenador y la PlayStation, con la Universidad para todos, con la perversa
colocación de los derechos por encima de los deberes, en un claro ejemplo de la
debilidad de quienes les dimos todo a cambio de nada.
Esas son las generaciones que Albert Ribera dice
que deben ser las protagonistas de la vida política, lo cual no tendría nada de
extraño si no fuera porque se ha instalado en nuestra sociedad la idea de que
todo lo viejo no sirve. Somos testigos de cómo las grandes empresas prescinden hasta
de sus cuadros apenas superados los cincuenta años. Vemos igualmente las
dificultades que tienen las personas de más de cuarenta y cinco años para
encontrar un puesto de trabajo. Las palabras de Albert Ribera pueden haber sido
sacadas de contexto pero reflejan sin lugar a dudas la realidad de una sociedad
rupturista en la que nada anterior tiene valor y en conocimiento y la
experiencia son el repetitivo cuento del abuelo. Nos aíslan porque no nos
familiarizamos con sus aparatos de última tecnología sin reparar en que fuimos
nosotros los que los inventamos y producimos.
La sociedad tiene que dar paso inexcusablemente a
las nuevas generaciones; es lo natural, pero han de saber los que nos suceden
que jamás unas generaciones han sufrido tantos cambios en su medio de vida como
la nuestra, ni nadie de los que nos precedieron tuvieron que asumir tanto en
tan poco tiempo. Durante más de cuatro mil años no conocieron otra cosa que los
carros tirados por animales y en menos de cien años hemos creado vehículos que
vuelan hasta otros lugares del universo. Hace apenas siglo y medio se
revolucionaron las comunicaciones con el invento del telégrafo y aún en mi
niñez el teléfono era un lujo que ni siquiera existía en cada pueblo. Hoy
contactamos con cualquier persona de cualquier lugar del mundo, hablamos y nos
vemos, gracias a unos aparatos que caben en la mano y cuestan lo que un par de
zapatos.
Cambio sí, ruptura no. Cambiar es bueno y
necesario, nosotros lo hemos venido haciendo continuamente a lo largo de
nuestra vida y gracias a que fuimos pregoneros de la evolución, tanto tecnológica como humana, hemos creado un mundo mejor que
en nada se parece al de nuestros abuelos. Los que pretenden romper con todo esto
tienen un grave problema que es el de la carencia de valores e inteligencia
para mejorar lo que ya tienen. Y otro problema añadido, que es que no se lo vamos a consentir.
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