martes, 3 de marzo de 2015

EL RESCATE (II) EL BOOM DEL LADRILLO





EL RESCATE BANCARIO (II) 
 EL BOOM DEL LADRILLO



… Tradicionalmente, cuando un cliente solicitaba un crédito para comprar una vivienda, se analizaba su situación económica,  su capacidad de generar recursos suficientes y la estabilidad en el empleo. Si no se consideraba suficiente se recurría al garante o avalista, que podía responder con su garantía personal o hipotecaria sobre otra finca de su propiedad. El importe a conceder no excedía del 80% del importe de la tasación o de la compraventa, el menor de los dos normalmente; con ello se obligaba al solicitante a disponer de al menos el 20% de la operación más los gastos de escrituración y de impuestos, un 10% más. ¿Y por qué? Por la razón tan sencilla de que el  cliente arriesgara algo de lo suyo y a la hora de tener alguna dificultad económica tuviera más motivación para atender los pagos. 


Aunque en España  aparte de la garantía real existe la garantía personal y que ambas podrían exigirse igualmente a los garantes, se ha dado el caso en numerosas ocasiones de prestatarios no nacionalizados o de doble nacionalidad que han obtenido el préstamo, han dejado de pagar los recibos a los pocos meses y han estado viviendo  hasta la ejecución de la hipoteca y desahucio, dos o tres años más o menos, dependiendo del número y edad de los componentes de la familia o de la benevolencia del juez de turno. Al final se han marchado,  muchos de vuelta a sus países respectivos y aquí quedó  la vivienda y la deuda. Igual ocurrió a españoles, especialmente autónomos, que llegado el momento se declararon insolventes y  se mantuvieron en esa situación indefinidamente.




Este criterio se mantuvo invariable hasta la llegada del boom inmobiliario  que coincidió con la entrada en el nuevo siglo. Todo el mundo quería comprar vivienda, unos para residir en ella y otros para invertir o especular. Las entidades bancarias estiraron el 80% hasta el 100% de la operación y a eso añadieron los gastos, con lo que la financiación superaba en muchos casos el 120%.  Las tasaciones comenzaron a hacerse a medida según la necesidad del cliente, para que cubriesen las operaciones. Nacieron como hongos sociedades de tasación, muchas de ellas sin escrúpulos, que   engordaron alarmantemente las mismas y establecieron para cada zona unos valores comparativos exagerados para justificar sus valoraciones. Aparecieron los tipos variables referenciados habitualmente al Euribor y que cada entidad aplicaba de una forma. A la referencia variable se sumaba un diferencial o tipo fijo, entre 0,25 y 2 puntos y en algunos casos más. Apareció la clausula de suelo, camuflada como interés mínimo, por el cual la entidad se aseguraba un tipo de interés en caso de bajada sustancial del índice aplicado y se aumentaron las comisiones, de apertura, de subrogación, de vencimiento anticipado, de reembolso parcial o total, de novación modificativa, de subrogación a otra entidad etc. etc. 


Apareció también la oferta vinculante, por la que se suponía que la entidad informaba al cliente de las condiciones del préstamo y con ello además se ahorraba trabajo a muchos notarios, que despachaban hipotecas como churros con una fugaz lectura y  siempre dando por hecho que el cliente conocía las condiciones de la operación,  pasando por encima aspectos como la responsabilidad hipotecaria, la garantía personal, responsabilidad de los garantes y otros extremos. En la mayoría de los casos el cliente salía de la notaría pensando que respondía solo con la vivienda adquirida. Se hizo un análisis de riesgo a la medida de cada cliente; se dieron por buenas nóminas abultadas de empresas inexistentes, tanto para el prestatario como para el avalista; no se tomó en cuenta la capacidad de riesgo del cliente, superando en muchos casos el 50% de los ingresos; en fin, se metieron los préstamos con embudo y al que necesitaba diez se le hizo salir con veinte, de paso se le indicó la posibilidad de comprarse un coche y desgravarse como si de la vivienda se tratara y muchos lo hicieron. La irresponsabilidad de las entidades bancarias y en especial de las Cajas de Ahorro fue indiscutible y vergonzosa.


Las ciudades se llenaron de agencias inmobiliarias y nacieron los promotores especuladores advenedizos. Todo el mundo se dedicó a la construcción. Los fontaneros, los yesaires, los carpinteros, los dueños de algún solar, el maestro albañil, el especulador,  etc.;  todos se hicieron constructores y promotores. Apareció las figura del promotor-constructor de chupa de cuero, barriga cervecera y pantalón vaquero, con “peluco” y colgajos de oro y una agenda raída llena de papeles y grasa, por no decir otra cosa; BMW o Mercedes de alta gama y cliente habitual de putiferios de lujo. Fueron tratados con demasiada deferencia por las entidades bancarias y las notarías, muchas veces en perjuicio del cliente, porque si en las hipotecas se daba gato por liebre en los contratos de compraventa se abusaba descaradamente de la ignorancia y las ansias de piso de los compradores.


 Llegaron las vacas flacas. La crisis llegó aunque Zapatero no la viera. La burbuja inmobiliaria estalló y allá quedaron, en medio del campo, inmensas promociones de viviendas a medias de construir, otras terminadas y la gran mayoría sin ningún tipo de servicio municipal. Los Ayuntamientos, que sí anduvieron prestos a la hora de cobrar las licencias de obra enriqueciendo a multitud de ediles, abandonaron a su suerte a miles de recientes propietarios que habían comprado una vivienda sin luz, sin agua, sin recogida de basuras, sin colegios, sin nada. Los promotores desaparecidos, las entidades bancarias ejecutando hipotecas de esqueletos de hormigón y miles de nuevos propietarios con una vivienda adquirida sin posibilidad de ocuparla o hacerlo en condiciones precarias.


El ladrillo y la mala gestión de los políticos se llevó por delante la mitad del sistema bancario español, las Cajas de Ahorro. Seguramente la osadía más grave achacable al Gobierno de Felipe González, aparte de la  politización de la Justicia, fue la politización de las Cajas de Ahorro. De ahí nació el mal que acabó con ellas…


(En la tercera entrega, carácter social del rescate, impositores y empleados;  Ley de la segunda oportunidad y responsabilidades de la banca por sus malas prácticas)



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