jueves, 19 de marzo de 2009

PREGÓN DE LA FERIA 2.002 SISANTE



La Placeta con la fuente ya desaparecida

PREGÓN DE LA FERIA 2.002 SISANTE
Sra. Alcaldesa, Autoridades locales, Reina y Damas, queridos amigos y vecinos de Sisante:

Una noche de finales de Julio, allá sobre las doce, suena el teléfono en casa y alguien me anuncia que la Alcaldesa desea hablar conmigo.
Oigo el teléfono al otro lado. “Buenas noches Paco, tengo que darte una mala noticia”. “Hola Casilda, tú dirás.” “Mira, hemos pensado que tienes que hacer tú el pregón de la Feria este año, ¿qué te parece?.” “Bueno pues, no sé, yo creo que, en fin...que al final esta noche estoy ante vosotros para invitaros a que nos pongamos en marcha porque vamos de fiesta.

Es muy de agradecer que el pregón de la Feria, cuya costumbre arranca de pocos años atrás, sea encomendado habitualmente a un hijo de Sisante o a personas vinculadas meritoriamente al pueblo. Los nuevos Consistorios han debido valorar y considerar el potencial del pueblo para dar oradores, a sabiendas de que hay en Sisante mucho latín metido entre pecho y espalda. Alguien hasta dijo que había en Sisante más latín que en Roma y no en vano, en los años cincuenta y sesenta, las pláticas y sermones de los aspirantes a cura constituían una auténtica competición. Recuerdo uno de ellos que en cierta ocasión oficiaba como ayudante de D. Pablo en el convento; llegada la hora de la homilía se volvió hacia los asistentes, balbuceó algunas palabras durante un par de minutos y con un “Ave María Purísima” se volvió de nuevo hacia el altar. El Espíritu Santo debió fallarle y a la familia les dio un soponcio.

A diferencia de los pregoneros de oficio, que pasean de pueblo en pueblo un discurso manoseado, del que solamente cambian el nombre del pueblo y del Santo; el pregonero local, que normalmente no vive de la prédica, suele transportarnos a tiempos de los que cada uno guardamos buenos recuerdos, pero que con el ajetreo de cada día resulta trabajoso hacerlos presentes.

Vamos a dar comienzo a las fiestas patronales del año 2.002; un año que, aparte de ser capicúa, no tiene un significado especial respecto a los anteriores o a los venideros y voy a centrar mi pregón en hablaros exclusivamente de las fiestas en general y de la Feria en particular.

Voy a intentar reducir los relatos nostálgicos, que a la mayoría de los jóvenes no dicen nada y que para la mayoría de los viejos son una constante dedicación. Pero sí quiero hacer una apreciación sobre el Sisante de mi infancia y juventud, porque cuántas veces, cuando veo que se ha hundido una tapia siento que se está enterrando un recuerdo. Creo que nos ha pasado a todos, seguramente cuando hemos remozado nuestras casas o hemos visto la transformación de calles y fachadas o la desaparición de edificaciones singulares.

En general y salvo lo que ha supuesto un duro golpe contra el patrimonio cultural, artístico o arquitectónico del pueblo, como por ejemplo la casi desaparición de la Ermita de San Bartolomé, la demolición del teatro de Herrera, la absurda e innecesaria transformación de la esquina del huesario o la pérdida de la capilla del antiguo hospital en la calle de D. Herminio, Virgen incluida; digo que, en general el total del pueblo presenta un estado de permanente transformación y renovación, en su mayor parte positiva, aunque no exenta de detalles de mal gusto como la incorporación de fachadas de corte levantino, pero que en conjunto ofrece una imagen nueva, adecentada y limpia como nunca la había tenido. Ello compensa en parte la nostalgia de mis recuerdos enterrados.

Vuelvo al hilo del pregón recordando que las fiestas de carácter religioso, se vienen celebrando desde la antigüedad en honor del Santo o los Santos que cada lugar o comarca consideraba más de su conveniencia en razón de los favores o milagros recibidos de los mismos o bien en recuerdo del Santo del día en fechas históricas de batallas o conquistas.

Las fiestas patronales, en nuestro entorne agrícola manchego, normalmente se celebraban a finales de verano o principio de otoño, una vez que habían terminado las labores del campo propias de la temporada. De tal forma que las fechas del 15 de Agosto con la celebración de la Asunción de Nuestra Señora; el 24 de Agosto en honor a San Bartolomé, que en Sisante posiblemente fuera la fiesta patronal antes de la llegada del Nazareno del convento; el 8 de Septiembre celebrando el nacimiento de la Virgen o el 14 de Septiembre en que la Iglesia dedica a la exaltación de la Cruz, son días en los que la mayor parte de los pueblos de características parecidas al nuestro están en plena ebullición festera. Otros pueblos con fiestas patronales de menor arraigo optaron por trasladarlas a fechas coincidentes con el periodo vacacional para congregar el mayor número de visitantes, dándose la circunstancia de que en algunos de ellos han tenido que regresar a sus orígenes por haber constituido el cambio un auténtico fracaso.

El cambio de un Estado confesional a un Estado laico ha supuesto la desaparición de la mayoría de las fiestas de carácter religioso y celebración nacional. San José, el Corpus, San Juan, San Pedro o Santiago han sido los más perjudicados, quedando limitados a los lugares en que son fiestas patronales arraigadas.

Si el cambio de un modelo de Estado a otro ha supuesto la desaparición de muchas festividades religiosas, los profundos cambios y transformaciones sufridas por nuestra sociedad en los últimos treinta o cuarenta años, han traído consigo una evidente modificación en los planteamientos, el contenido y hasta en la misma esencia de las fiestas.

Mi generación ha sido protagonista a la vez que testigo en todos estos avatares y quiero por ello, recordando sus vivencias, hacer un breve recorrido descriptivo de lo que fue para nosotros la feria de nuestros mejores años.

Recuerdo las “barcas” del “Sardina” y su pequeña noria manual posterior. “El Sardina” fue toda una institución en la feria de nuestros primeros años como creo que lo fue la “Choza de Magua” para los mayores, del mismo modo que la rotura de pucheros y la carrera de cintas, única programación infantil en aquellos tiempos y que aún perdura. Dejamos fuera al toro. El “toro carretilla” es consustancial con la Feria. Es el alma de la feria.

Conforme pasaba el tiempo, pasábamos nosotros también de las “barcas” al “tiro pichón”, primero con aquellas grandes bolas de anís hasta llegar a la prueba de habilidad del palillo con el cigarro. Con este entretenimiento, algún que otro churro , un polo del “Marquesillo” y la práctica del “más difícil todavía”, que era “colarse” en el futbol, los toros o la verbena, transcurría cualquier día de feria en aquella edad que suponía el final de los cromos y las bolas y el principio de la verdad, es decir, de las guachas.

Cuando nos dimos cuenta de que “El Sardina” además del “tiro” y las “barcas” tenía dos hijas preciosas, se abrió para nosotros otro mundo, en el cual no habíamos reparado antes y que a partir de ese momento sería razón de vida y causa de nuestras preocupaciones y desvelos.

Sin salir de la feria y llegado a este punto, las guachas ya florecidas o estando en ello, nos llevan, en vez de por la calle, por la “plaza de la amargura”; plaza arriba, plaza abajo, “sacando zaques, como se dice”, detrás, delante, al lado, de cerca, de lejos; todo menos encima o debajo, que eran entonces posiciones prohibidas. Las seguimos insistentemente en continua procesión que termina al llegar a la puerta de la verbena. Ellas pasan, nosotros no. Ellas, como decía, unas florecidas, otras floreciendo y otras en vísperas, todas pasan. Son el reclamo. Nosotros por no sé qué problema de la moral y la conciencia de no sé quién, nos quedamos en la calle. La verbena espectáculo no es apta para algunos menores. Era la primera dificultad con que nos encontrábamos en el difícil recorrido por una edad entra la niñez y la “mili”. Una edad que agradaba poco a las “sotanas” y a los guardianes de la moral de entonces.

Llega por fin la edad mágica, ese momento maravilloso en el que te has embadurnado el pelo con brillantina y te has dejado los cuatro pelos del bigote y ya, con la entrada en la mano te dispones a pasar y notas como el portero te mira de arriba abajo, hace un gesto que refleja sus dudas y al final te dice: Pasa. Una vez dentro, con ojos de lechuza buscando la presa, descubrimos amargamente que las que se sonreían con nuestros requiebros o miraban de reojo al cruzarnos en la plaza, están en manos de otros a los que el destino ha obsequiado con nacer dos o tres años antes.
Las que habrían de ser las nuestras estaban todavía vistiendo muñecas, ajenas completamente a lo que les esperaba.

Después de costarnos Dios y ayuda conseguir dinero para la entrada del baile y poner cara de “quinto” ante el portero, perdemos la única ocasión de ponerles una mano encima, lo que ya no será posible al menos hasta el baile de las Pascuas. En fin y resumiendo, todo un desastre.

Acaba de entrar en juego otra de las muchas dificultades a las que me refería anteriormente, el precio de la entrada. De nuevo funciona el reclamo. Ellas “gratis total”, como se dice ahora, en sisanteño “de balde” y nosotros a “tocateja”. El precio de la entrada condiciona mucho la participación de la gente. La verbena, más que unir, separa a los que tienen de los que carecen. Los festejos populares son prácticamente inexistentes. No hay presupuesto municipal para sufragar las fiestas y el toro, la pólvora y la música han de costearse con un reparto domiciliario.

De los dos elementos de la feria que eran multitudinarios, la celebración religiosa con sus misas y procesiones y la celebración social, centrada principalmente en la verbena, la primera casi obligatoria, sin costo ni limitaciones; la segunda, inmoral, pecaminosa y deplorable pero sobre todo lucrativa. De ahí el empeño de mi generación en hacer más voluntario lo religioso y más accesible, festiva, participativa y sin limitaciones la verbena.

Teníamos claro que en la Feria debería haber para todos, sin distinción de edades ni de posibles, como también sabíamos sobradamente que nada podíamos esperar de las Corporaciones de aquella época, de modo que, aprovechando algún momento de mayor permisividad, llegamos hasta a negociar con la autoridad de entonces y proponerle que nos dejara hacer a nosotros lo que desde el Ayuntamiento no se hacía. El asunto no era fácil, había por medio muchos intereses económicos, pero pudo más el empeño de un grupo, que luego fue mayoría, de gente joven, desprendidos de viejos prejuicios de clase y con voluntad de hacerse oír y ser tenidos en cuenta.

Se puso en marcha una maquinaria que dio como fruto la primera verbena de Feria en las Cooperativa. No recuero si fue gratuita o con precios populares y abonos familiares. Simultáneamente se celebraron verbenas en la Placeta para la Virgen de Agosto con el ánimo de obsequiar a los veraneantes. Lo que dimos en llamar la fiesta del turista, que alguien quiso monopolizar para otros fines y al poco tiempo desapareció.

Al tiempo que se organizaba la verbena en la Cooperativa, que coexistió durante dos o tres años con la verbena privada de siempre que terminó por desaparecer, se empezaron a programar actividades para todas las edades. A falta de corridas de toros se torearon vaquillas en el corral de los “Rabotes” que en ocasiones fueron cocinadas para todo el pueblo. Se varió sensiblemente el contenido del programa oficial de festejos que años tras año se iba copiando del anterior.

Aquel movimiento espontáneo de la gente joven del pueblo que dio lugar al nacimiento de las verbenas populares en Feria y Navidades o a las novedosas cabalgatas de Reyes, fue también el embrión de las actuales peñas y el ambiente propicio para que un grupo más reducido, al que tuve el honor de pertenecer, lanzara a la calle la primera revista dedicada a Sisante y sus cosas que se llamaba “6 Flores”. Una publicación que fue foro de opiniones y reflejo del pensamiento de la época a la vez que escaparate de la cotidiana realidad sisanteña y que nunca debió desaparecer.

Quiero terminar este recorrido por las cuatro últimas décadas rindiendo público homenaje a aquellos que por su coraje y dedicación hicieron posible la transformación de las fiestas y en concreto a una persona que fue algo así como el combustible sin el cual no hubiera funcionado el motor que acabábamos de poner en marca. Me estoy refiriendo a “Angel el Torero” cuya honradez, buen hacer y responsabilidad nos abrió muchas puertas en aquella difícil travesía. Su trabajo silencioso, su sencillez y fuerte personalidad, de la que se desprendía una autoridad incuestionable, fueron elementos capitales que hicieron más llevaderas las dificultades del proyecto.

Estamos en los comienzos del nuevo siglo y la transformación sufrida por nuestra sociedad en los últimos años, se están reflejando también en la celebración de las diferentes fiestas del año. Sin abandonar el sentido religioso de sus origen, hay otras características que definen a las nuevas fiestas como son el alto grado de convivencia y participación, el poder de convocatoria para la reunión de las familias, dispersas casi en su totalidad y el motivo para abandonar la urbe despersonalizada y regresar al calor de los tuyos.

Convivencia en la peña, que organiza actividades y festejos, que participa en las celebraciones y que vive al límite cada minuto de la feria. En la Cofradía o en el grupo que organiza una actividad. Es significativo y meritorio el movimiento surgido a consecuencia de la celebración del Jubileo 2.000 , que ha conseguido dar un realce especial a la celebración de la Semana Santa por la creación de nuevas Cofradías y el resurgir de las ya existentes. De seguir manteniéndose el auge de esta celebración, como los días de vacaciones que la complementan, estoy seguro de que a la vuelta de unos pocos años será la fiesta masiva que congregará al mayor número de sisanteños.

La fiesta actual es también la reunión familiar. El regreso de la familia dispersa por el mundo a la sombra de la parra o al fresco de la puerta. Los días fatídicos en los que gallinas y conejas quedan viudas y cuyo duelo celebramos los humanos alrededor de una paella o de un lebrillo de cuerva. Es la hora de congregar tres y hasta cuatro generaciones; de dar a conocer los nuevos novios y novias o estrechar las relaciones con recientes nueras y yernos, lo que mi parienta la “Jabonera” llama “los injertos”. En definitiva, la fiesta se convierte en el motivo que justifica la convocatoria del encuentro.

Pero la fiesta de hoy en día es todavía algo más. Es algo que la ennoblece y garantiza su futuro. La fiesta es el regreso a los orígenes. La búsqueda del eslabón perdido a partir de los años sesenta por esos mundos de Dios de Valencia, Madrid o Barcelona.

No siempre las sociedades de acogida facilitaron el arraigo en ellas de nuestros numerosos emigrantes, ni tal arraigo fue posible en los cientos de poblados periféricos próximos a los cinturones industriales, llenos de emigrados de los cuatro puntos cardinales.

Muchos se fueron sin dejarse nada, solo ríos de sudor en estos campos sedientos. Otros dejaron casa y pertenencias. Muchos no volvieron jamás pero muchos más si lo están haciendo. Unos llenan hasta los trenques la antigua casa familiar y otros compran casa nueva, pero todos buscando el calor humano de la Plaza, del Pozo Viejo, de Los Hoyos, del Convento, del Cerrillo y del Rollo, de San Antón y del Santo Cristo; ese calor imposible de encontrar en los hormigueros de cemento, rodeados de asfalto y de ruidosa soledad.

Vienen en Semana Santa, en la Virgen de Agosto, en la Feria, otros en todas las ocasiones. Traen consigo a sus hijos y a los hijos de sus hijos, mozos estos últimos rondando la veintena, que ya no recibieron el bautismo de agua del Pozo Viejo pero sí el bautismo de fuego del toro carretilla y con ello se hicieron en gran parte sisanteños de vocación.

La fiesta, sea cual sea la época del año, cumple impecablemente con su función de congregar, de reunir, de atraer a su rincón ancestral al sisanteño de la diáspora.

Quiero terminar este pregón diciéndoos que tengo gran esperanza en el futuro de Sisante y más todavía en los que serán sus protagonistas, los jóvenes. Jóvenes hoy mejor formados, dialogantes y solidarios, cuyo reto principal será hacer sólidas unas normas de convivencia equitativas y justas, en una sociedad abierta y plural muy distinta a la que nos ha tocado vivir a nosotros.

Deseo de corazón que de nuestra herencia sepan desterrar lo insolidario, mezquino y egoísta que conforma parte de nuestra tarjeta de identidad. Que vean con claridad que el horizonte está más allá de una linde, de una doctrina o de una idea.

Deseo igualmente que el grado de convivencia, acogida y respeto que serán sin duda la pauta en estos días, sean también la base sobre la que se sustente nuestra vida cotidiana, en la que tanto bueno nos queda por aprender como tanto malo por olvidar.

Os voy a recordar unas frases de la salutación de la Alcaldesa en el programa de fiestas del año pasado que invitan especialmente a la participación:
“Llenad de cal vuestras portadas, de queso y jamón vuestras despensas, de averíos vuestros corrales y de vino vuestras cuevas. Salid a la calle y disfrutad y participad de todo, que vuestra es la fiesta y vuestro el merecimiento”

Haciendo mía esta recomendación de la Alcaldesa, termino con un soneto dedicado a las fiestas tradicionales sisanteñas, algunas de ellas ya desaparecidas:


                                   Aún caliente el rescoldo de la Pascua
                                   revive Enero la fiesta en San Antón;
                                  Jueves Lardero, primera “procesión”
                                  que nos anuncia las de Semana Santa.

                                  Corpus florido, calle engalanada;
                                  olvidados, San Pedro en el portón
                                  del cielo, Santiago en un rincón;
                                  en Agosto, Asunción, Virgen tumbada.

                                  La feria de Septiembre, el Nazareno;
                                  la Virgen del Pilar, de España entera,
                                  y los Santos, que habitan en el cielo.

                                  En Santa Catalina la primera,
                                  y para la Purísima de nuevo,
                                  son con la Navidad tres Nochebuenas.

Os agradezco de corazón la atención que me habéis prestado y os deseo una dichosa e inolvidable feria. Un abrazo a todos.

                                                                                                      Francisco del Hoyo López

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