miércoles, 2 de septiembre de 2015

JOSÉ FRANCISCO ROLDÁN: "MEMORIA PARA PERDONAR"





JOSÉ FRANCISCO ROLDÁN: 
“MEMORIA PARA PERDONAR”

Acabo de llegar a casa después de haber asistido a la presentación del nuevo libro de José Francisco Roldán Pastor, Comisario Jefe de la Policía Nacional en Albacete. “Memoria para perdonar“ es la sexta publicación de Pepe Roldán, nacido en Alcantarilla (Murcia) pero albaceteño desde los ocho años.  Un hombre sencillo,  inquieto, activo, profesional como la copa de un pino, preocupado por la seguridad de los ciudadanos a los que dedica innumerables consejos desde los medios de comunicación. Preocupado igualmente por los menos favorecidos , es notoria su actividad a favor de estos a través de  organizaciones como Asprona, Cotolengo, Cáritas etc. Pepe Roldán es un hombre al que la Ciudad de Albacete debe especial agradecimiento por su trayectoria personal y profesional dedicada a la misma. Es un hombre al que, llegada la hora de su pase a la reserva, la Ciudad de Albacete debe otorgar la mayor de las condecoraciones en reconocimiento de su mérito, aunque él desde su sencillez no haya hecho nada en su vida pensando en glorias o premios.

Pepe Roldán nos muestra su libro (foto La Tribuna de Albacete)
No he leído el libro, -que acabo de adquirir- y me rijo solamente por lo comentado en la presentación del mismo, en la que se ha ido desgranando la trama argumental trasladándonos para comprenderla a la época violenta y triste de la Guerra Civil, pero intuyo que Pepe Roldán, que es un hombre de bien, ha querido a través del relato de la experiencia familiar en y después de la contienda, hacernos llegar la conclusión de que los odios que inculcaron y cegaron a nuestros abuelos no pueden ser  motivo de eterna confrontación.

Las guerras civiles son las peores desgracias que pueden acaecer a un pueblo y en cambio en España no nos cansamos de repetirlas. En la última de ellas, la influencia de  las corrientes de moda en el viejo continente, fascismo y comunismo, hizo de España un campo de maniobra para lo que se avecinaba a nivel mundial. Nuestros abuelos entraron al trapo, unos por convicción, otros por obligación y otros porque les pilló en el momento y en el lugar. Al final todos perdieron; los ricos siguieron siendo ricos y los pobres siguieron siendo pobres independientemente del bando donde hubieran combatido. La Iglesia pagó con sangre  su apego al poder y a  la riqueza, aunque muchos de sus miembros caídos poco tuvieran que ver con ellos y siguió apegada el poder hasta muy avanzado el siglo.

Todos perdieron. Las familias a veces partidas por las circunstancias fueron las que pusieron los lazos familiares por encima de ideologías, se ayudaron y olvidaron. Los oportunistas sin escrúpulos se encumbraron a la sombra de los vencedores igual que hubieran hecho de haber sido los otros. El pueblo llano perdió y pasó hambre hubiera estado en un lado o en el otro. Los dos amigos cojos que habían hecho la guerra en  bandos distintos, uno era  Caballero Mutilado de Guerra y el otro “jodido cojo” pero ambos tenían la cartilla de racionamiento y ninguno se hinchó de comer hasta bien entrados los sesenta.

El abuelo de Pepe estuvo donde tuvo que estar. Mi abuelo, Guardia Civil, fue con su familia, (mi abuela, mi madre y dos hermanos) donde sus mandos le ordenaron, al Alcázar de Toledo y allí aguantaron el asedio ajenos completamente a las causas que lo provocaron. Otro hijo, soldado en Cuatrovientos, fue víctima de la fracasada sublevación de sus jefes y pasó la contienda en una cheka en los Pirineos, de donde volvió con  tal deterioro físico que no fue reconocido ni por su madre una vez liberado.

Hablaron de perdonar y olvidar

 Pero hablando de perdonar y olvidar, un par de pinceladas familiares:

 Fernando era un carnicero de Sisante –mi pueblo natal- que sirvió en el Ejército Republicano porque allí hacía el servicio militar en el momento. Era artillero y fue uno de tantos de su arma que intervinieron en el asedio al Alcázar. Fernando estaba fuera lanzando bombas y mi abuelo dentro esquivándolas.  Mi abuelo salía siempre voluntario cuando se trataba de ir a la carnicería porque allí montaban la tertulia echando huevos el  uno del otro.  No teníais cojones, decía mi abuelo. Ah tío Matías, si me llegan a dejar a mí, decía Fernando. Había más gente disfrutando de la discusión que comprando carne.

Cuando falleció mi abuelo en 1965 pudo haber sido enterrado en la cripta del Alcázar de Toledo, como se hizo con muchos defensores del mismo, pero mi abuela se negó en rotundo y dijo que aquello era agua pasada y que lo que había que hacer era pasar página y olvidar. Al final ambos fueron  enterrados en Sisante.

Todos perdieron, repito por tercera vez. El abuelo de Pepe salió de la cárcel en 1944 y se ganó la vida como agente de seguros. Mi abuelo pasó a la situación de retiro en 1943, con una pensión tan miserable que hubo de buscar trabajo como guarda de un polvorín en Alarcón o de Sereno en Sisante; de poco le valió haber combatido en el bando ganador y disponer de la Laureada de San Fernando.

No hay que olvidar la historia. Ya lo dijo Cicerón y después de él muchos más, “los pueblos que  olvidan su historia están condenados a repetirla”. En España tenemos por costumbre olvidarla; más de treinta guerras civiles desde tiempos de los godos lo atestiguan. Pero no se trata solo de olvidar sino de perdonar y en esto del perdón todo el mundo tiene qué y a quién perdonar. 

La Ley de la Memoria Histórica de Zapatero no era para perdonar y olvidar sino para volver a revivir los viejos odios de familias, de vecinos, de facciones. La Guerra Civil era ya solo el relato del abuelo, sentado al fresco en la puerta de la calle, pero llegó Zapatero con la historieta de su abuelo, al que fusilaron los unos porque llegaron antes que los otros. Tiró por tierra los pactos de la transición y  removió a los muertos a base de sembrar odio entre los vivos. Nunca nadie hizo tanto mal en tan poco tiempo en esta vieja piel de toro.


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