JOSÉ FRANCISCO ROLDÁN:
“MEMORIA PARA PERDONAR”
Acabo de llegar a casa después de
haber asistido a la presentación del nuevo libro de José Francisco Roldán
Pastor, Comisario Jefe de la Policía Nacional en Albacete. “Memoria para
perdonar“ es la sexta publicación de Pepe Roldán, nacido en Alcantarilla
(Murcia) pero albaceteño desde los ocho años. Un hombre sencillo, inquieto, activo, profesional como la copa de
un pino, preocupado por la seguridad de los ciudadanos a los que dedica
innumerables consejos desde los medios de comunicación. Preocupado igualmente
por los menos favorecidos , es notoria su actividad a favor de estos a través
de organizaciones como Asprona,
Cotolengo, Cáritas etc. Pepe Roldán es un hombre al que la Ciudad de Albacete
debe especial agradecimiento por su trayectoria personal y profesional dedicada
a la misma. Es un hombre al que, llegada la hora de su pase a la reserva, la
Ciudad de Albacete debe otorgar la mayor de las condecoraciones en
reconocimiento de su mérito, aunque él desde su sencillez no haya hecho nada en
su vida pensando en glorias o premios.
Pepe Roldán nos muestra su libro (foto La Tribuna de Albacete) |
No he leído el libro, -que acabo
de adquirir- y me rijo solamente por lo comentado en la presentación del mismo,
en la que se ha ido desgranando la trama argumental trasladándonos para
comprenderla a la época violenta y triste de la Guerra Civil, pero intuyo que
Pepe Roldán, que es un hombre de bien, ha querido a través del relato de la
experiencia familiar en y después de la contienda, hacernos llegar la
conclusión de que los odios que inculcaron y cegaron a nuestros abuelos no
pueden ser motivo de eterna confrontación.
Las guerras civiles son las
peores desgracias que pueden acaecer a un pueblo y en cambio en España no nos
cansamos de repetirlas. En la última de ellas, la influencia de las corrientes de moda en el viejo continente,
fascismo y comunismo, hizo de España un campo de maniobra para lo que se avecinaba
a nivel mundial. Nuestros abuelos entraron al trapo, unos por convicción, otros
por obligación y otros porque les pilló en el momento y en el lugar. Al final
todos perdieron; los ricos siguieron siendo ricos y los pobres siguieron siendo
pobres independientemente del bando donde hubieran combatido. La Iglesia pagó
con sangre su apego al poder y a la riqueza, aunque muchos de sus miembros caídos
poco tuvieran que ver con ellos y siguió apegada el poder hasta muy avanzado el
siglo.
Todos perdieron. Las familias a
veces partidas por las circunstancias fueron las que pusieron los lazos
familiares por encima de ideologías, se ayudaron y olvidaron. Los oportunistas
sin escrúpulos se encumbraron a la sombra de los vencedores igual que hubieran
hecho de haber sido los otros. El pueblo llano perdió y pasó hambre hubiera
estado en un lado o en el otro. Los dos amigos cojos que habían hecho la guerra
en bandos distintos, uno era Caballero Mutilado de Guerra y el otro “jodido
cojo” pero ambos tenían la cartilla de racionamiento y ninguno se hinchó de comer
hasta bien entrados los sesenta.
El abuelo de Pepe estuvo donde
tuvo que estar. Mi abuelo, Guardia Civil, fue con su familia, (mi abuela, mi madre
y dos hermanos) donde sus mandos le ordenaron, al Alcázar de Toledo y allí
aguantaron el asedio ajenos completamente a las causas que lo provocaron. Otro hijo,
soldado en Cuatrovientos, fue víctima de la fracasada sublevación de sus jefes
y pasó la contienda en una cheka en los Pirineos, de donde volvió con tal deterioro físico que no fue reconocido ni
por su madre una vez liberado.
Hablaron de perdonar y olvidar |
Pero hablando de perdonar y
olvidar, un par de pinceladas familiares:
Fernando era un carnicero de Sisante –mi pueblo
natal- que sirvió en el Ejército Republicano porque allí hacía el servicio
militar en el momento. Era artillero y fue uno de tantos de su arma que
intervinieron en el asedio al Alcázar. Fernando estaba fuera lanzando bombas y
mi abuelo dentro esquivándolas. Mi
abuelo salía siempre voluntario cuando se trataba de ir a la carnicería porque
allí montaban la tertulia echando huevos el
uno del otro. No teníais cojones,
decía mi abuelo. Ah tío Matías, si me llegan a dejar a mí, decía Fernando.
Había más gente disfrutando de la discusión que comprando carne.
Cuando falleció mi abuelo en 1965
pudo haber sido enterrado en la cripta del Alcázar de Toledo, como se hizo con
muchos defensores del mismo, pero mi abuela se negó en rotundo y dijo que aquello
era agua pasada y que lo que había que hacer era pasar página y olvidar. Al
final ambos fueron enterrados en Sisante.
Todos perdieron, repito por
tercera vez. El abuelo de Pepe salió de la cárcel en 1944 y se ganó la vida
como agente de seguros. Mi abuelo pasó a la situación de retiro en 1943, con una
pensión tan miserable que hubo de buscar trabajo como guarda de un polvorín en
Alarcón o de Sereno en Sisante; de poco le valió haber combatido en el bando
ganador y disponer de la Laureada de San Fernando.
No hay que olvidar la historia.
Ya lo dijo Cicerón y después de él muchos más, “los pueblos que olvidan su historia están condenados a
repetirla”. En España tenemos por costumbre olvidarla; más de treinta guerras
civiles desde tiempos de los godos lo atestiguan. Pero no se trata solo de
olvidar sino de perdonar y en esto del perdón todo el mundo tiene qué y a quién
perdonar.
La Ley de la Memoria Histórica de Zapatero no era para perdonar y
olvidar sino para volver a revivir los viejos odios de familias, de vecinos, de
facciones. La Guerra Civil era ya solo el relato del abuelo, sentado al fresco
en la puerta de la calle, pero llegó Zapatero con la historieta de su abuelo,
al que fusilaron los unos porque llegaron antes que los otros. Tiró por tierra
los pactos de la transición y removió a
los muertos a base de sembrar odio entre los vivos. Nunca nadie hizo tanto mal
en tan poco tiempo en esta vieja piel de toro.
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