viernes, 4 de noviembre de 2016

SE LLAMABA LAURA, TENÍA DOCE AÑOS






SE LLAMABA LAURA, TENÍA DOCE AÑOS

Sí, se llamaba Laura y tan solo contaba con doce años. Vivía en El Quiñón, un barrio de San Martín de la Vega castigado por la droga. Aunque aparentaba ser mayor, según cuentan medía en torno a un metro setenta y era corpulenta, Laura tenía doce años y aunque físicamente muy desarrollada, Laura era una niña.

Tan niña como esos miles de criaturas que cada vez reducen más la edad para consumir alcohol y drogas y campan a sus anchas en botellones legalmente prohibidos y en la práctica ignorados cuando no consentidos por las autoridades.

El consumo de alcohol entre los jóvenes no es cosa que hayamos descubierto ahora; siempre existió, por muchas razones, por querer aparentar ser mayores, por vencer la timidez ante la chica elegida, por ser el más macho de la cuadrilla, etc. etc. y conocido es de todos  el mal vino que hacían algunos de nuestros amigos, cuyas borracheras acababan siempre en peleas. Esto siempre fue así pero de forma muy diferente a lo que ocurre ahora. Del  vino, cuerva, cerveza y paloma  se pasó a los cubatas y del porro casual se pasó a fumar hasta los pétalos de las amapolas o las hojas de parra. De ser algo exclusivamente masculino pasó a generalizarse entre toda la juventud y la edad de iniciación fue descendiendo hasta los últimos años de la niñez.



Lo que pasa ahora es que los jovencitos que se inician en el alcohol y la droga son ya hijos de lo que les precedieron en estas lides y a más de un quinceañero conozco cuyos padres se ponen morados de cubatas y porros los fines de semana. Quizás sea ésta una de las razones de la exagerada permisividad de que disfrutan los chavales de ahora. En mi época de juventud – y de eso hace ya muchos años-, con el alborozo de la recuperación de las libertades, constreñidas por el viejo régimen y el nacional catolicismo, fueron muchos los padres que dieron rienda suelta a sus hijos con el argumento de que “disfruten ellos lo que no hemos podido disfrutar nosotros”. Esa fue la época  de santificar la libertad individual y colocarla por encima de cualquier norma o reglamento. Ese fue uno de tantos errores cometidos durante la transición y de aquellos barros vienen estos lodos.

Me comenta uno de mis hijos, que ahora tiene veinticinco años, que los niños apenas viven la niñez dentro de las pautas que aconsejan los pedagogos; se pasan las horas jugando con el móvil o la nintendo, sin cambiar palabra con nadie, sin apenas amigos con los que jugar y en caso de tenerlos se concentran cada uno en su máquina. Crecen en soledad,  individualistas, egoístas, apenas comparten nada con nadie, se sitúan en el centro de su mundo donde se sienten cómodos y allí viven, ajenos a todo cuanto les rodea.

En la antigua EGB donde la educación primaria establecía ocho cursos entre seis y catorce años, se diluían las diferencias de edad en el sistema y la niñez se prolongaba algo más porque la barrera estaba en el bachillerato. Con la LOGSE la educación primaria abarca seis años, de seis a doce y la ESO entre doce y dieciséis divididos en dos periodos, para continuar después ya voluntariamente con bachillerato o formación profesional. ¿Qué ocurre con este nuevo plan de enseñanza? Pues que el corte entre ser niño y ser mayor lo establece el paso a la ESO, es decir a los doce años. Lo que antes ocurría a los catorce ahora se adelanta dos años y los críos están convencidos de que al dejar la primaria ya son otra cosa superior y como tal tratan de vivirlo.



Hace ya muchos años que dejé la enseñanza y cuando veo lo que hay y comparo llego a la conclusión de que ahora en la escuela no se educa, simplemente se transfieren conocimientos; se enseña pero no se educa; la especialización de los docentes en primaria conduce a ello, cada cual enseña su materia pasando de largo en otros contenidos. No se considera al niño como un ente al que formar, educar en valores y preparar para la vida sino como el receptor de contenidos que cada docente le aplica. Si a esto se añade que la actividad laboral de los padres reduce, cuando no anula, el tiempo que estos dedican a la educación  y cuidado de sus hijos y que el número de hogares desestructurados aumenta vertiginosamente, estamos creando el caldo de cultivo de los gérmenes que están minando los cimientos de nuestra sociedad.

Del botellón y sus consecuencias son responsables padres, educadores y gobernantes. A una niña de doce años deben vigilarla sus padres en  su entorno, sus hábitos,  sus amistades y la forma de emplear su tiempo libre. A esa niña de doce años deben explicar los profesores (ahora no son maestros) las consecuencias del consumo de alcohol y drogas y los peligros de practicar sexo sin las garantías y precauciones  necesarias. Para esa niña de doce años, las autoridades debes establecer un control exhaustivo de los puntos de reunión para el botellón y de los puntos de venta de bebidas alcohólicas a menores y de las personas ya mayores de edad que les facilitan la compra. El fatal desenlace de esta niña de San Martín de la Vega es algo que nos debe hacer reflexionar porque es responsabilidad de todos. Es el modelo de sociedad que nosotros estamos creando la que permite que todo esto ocurra y sería deseable que por una vez las fuerzas políticas se entiendan a la hora de establecer un sistema educativo que haga olvidar estos cuarenta años de fracasos.


No hay comentarios: