CHAVALES, NO A LOS DEBERES
El modelo de educación que la izquierda quiere para este país pasa,
en un mal entendimiento de la libertad, por menoscabar la autoridad de
los docentes y olvidarse de las exigencias a los alumnos, de forma que
el aula sea una especie de asamblea donde los alumnos están situados en
el mismo plano que el profesor, donde se ignora el concepto de
disciplina y se consideran perniciosos la carga de trabajo, el castigo a
la apatía y a la mala conducta y la comparación entre los que
sobresalen y el resto.
El principio de autoridad en la docencia es un pilar fundamental para
la educación. La falta de respeto al profesor que abarca desde el
insulto, la mofa o la actitud retadora hasta el vandalismo con sus
pertenencias, sin que haya posibilidad de adoptar medidas serias que
pongan las cosas en su lugar, define claramente lo que el sistema
educativo implantado en la transición y dirigido en su mayor parte por
gobiernos socialistas ha dado de sí.
El maestro siempre fue una figura cuasi sagrada y respetada, por los
alumnos y más importante aún, por los padres y por la sociedad en
general. Los que acudimos a la escuela en la dictadura sufrimos quizás
algún exceso de contenidos sociopolíticos y religiosos, pero al tiempo
disfrutamos de la excelente profesionalidad de casi todos los maestros.
Los que en ocasiones acudimos a aquellos que por razones políticas
fueron separados de la docencia oficial, encontramos en ellos una fuente
de sabiduría, de vocación y de dignidad gracias a las cuales jamás
sospechamos de la procesión interna que cada uno llevaba.
Antigua Escuela de Magisterio "Pablo Montesinos" de Madrid, laboratorio pedagógico y `de implantación de las nuevas técnicas educativas, en la que tuve la suerte de hacer mi carrera. |
Vocación y dignidad serían posiblemente las dos grandes virtudes de
nuestros maestros de la posguerra, cuando se bromeaba con su
conocimiento de los billetes en pesetas del Banco de España: “Y dicen
que los hay de mil”, dada su menesterosa situación económica; a cambio
gozaban de prestigio y del respeto de todos. Cualquier castigo, aún los
físicos al uso por entonces, eran refrendados por los padres y era
normal que después del guantazo del maestro recibieras otro en tu casa.
En general, al menos en el medio rural donde crecí, la participación de
los padres en la actividad de la escuela era más bien escasa pero se
tomaba parte activamente, quizás sin saberlo, en la educación en valores
como el respeto a los demás, la justicia, la solidaridad, la
generosidad, la disciplina, la responsabilidad y el esfuerzo.
Salvo por las connotaciones político-religiosas (en la escuela de mi
pueblo no recuerdo que se cantara jamás el “Cara al Sol” aunque sí las
“Flores a María” del mes de Mayo), la educación que recibimos las
generaciones de la posguerra fue una educación de calidad. Cierto es que
la Universidad todavía estaba reservada para las clases pudientes pero
la implantación de la Formación Profesional y la creación de las
Universidades Laborales dieron un respiro a la incipiente clase media
urbana y sobre todo a la rural, que vio como sus hijos alcanzaron logros
profesionales que en nada tenían que envidiar a los conseguidos por
quienes tuvieron mejores oportunidades.
La educación que recibimos las generaciones de la posguerra fue una educación de calidad. |
Con la llegada de la transición se dignificó la profesión docente con
el reconocimiento de emolumentos equiparables a otras actividades de
igual nivel o responsabilidad. Las Universidades acogieron la docencia
entre sus titulaciones y siguieron formándose docentes con vocación y
preparación de excelencia. Fue la política y la evolución de la
sociedad al situar las libertades por encima de cualquier otro derecho,
de modo que parecía que la libertad sin límites era la meta común de un
nuevo Estado que se levantaba a sí mismo sobre las cenizas de un
régimen opresor donde la libertad era un término desconocido. ¡Qué
tremendo error!
En la dictadura hubo dos importantes leyes de educación, la de 1954
de Ruiz Jiménez y la LGE de 1970 de Villar Palasí. La primera fue la del
glorioso bachillerato de 1957, que preparó a varias generaciones de la
dictadura, la mía entre ellas y de la que salieron los hombres que
conducirían la transición. La de Villar Palasí constituyó una reforma
importante de la anterior, actualizando la educación a las necesidades
de los nuevos tiempos, de la España en pleno desarrollo y despegue
industrial.
Ya en la transición, entre 1980 y 2015 se han promulgado siete Leyes
de Educación, cada Gobierno la suya a excepción del de Felipe González,
al que se deben dos. En 1980 la LOECE del Gobierno de Adolfo Suarez, de
corta vida ya que la victoria de Felipe González en 1982 dio al traste
con ella , la derogó y en 1985 se promulgó la LODE, que fue ampliada y
modificada por la LOGSE de 1990. José Mª Aznar hizo lo tanto y en 2002
se aprobó la LOCE, que prácticamente no llegó a ponerse en marcha por
la victoria electoral de Zapatero que la derogó en 2004 y dos años
después aprobó la LOE, que a su vez fue sustituida por la LOMCE de
Mariano Rajoy en 2015 y de la cual existen dudas de que llegue a
aplicarse en su integridad por la pérdida de mayoría absoluta en Junio
de 2016.
Como se ve, cada Gobierno hizo su propia Ley de Educación y fueron
las de los Gobiernos socialistas las que más años perduraron y por ende
las que más influyeron en el estado de formación de las generaciones
afectadas. Es curioso que si la transición surgida tras los Pactos de la
Moncloa puso de acuerdo a todos en casi todo, la educación quedó al
margen y cada maestrillo puso su librillo de forma que se generó tal
caos que se tradujo en el mayor fracaso escolar de Europa y el mayor de
España que se conoce.
Los padres "modernos" se oponen a que sus hijos hagan deberes en casa. |
Fruto de esos barros vienen estos lodos y hasta ahora ningún Gobierno
ha sido capaz de sacar una Ley de Educación consensuada y de futuro y
las consecuencias las están pagando unas cuantas generaciones de alumnos
desmotivados, apáticos, para los que el esfuerzo es opresivo y la
disciplina cosa de otros tiempos. Las familias que antes tomaban parte
de forma directa, casi sin saberlo, en la educación en valores y
valoraban la dedicación y la autoridad de los maestros, dieron paso a
otras generaciones, las cuales y a causa de la deformación educativa
que ellos mismos sufrieron se han situado a la contra, frente al sistema
y frente a los profesores. La razón es del niño. Si el niño aprueba es
porque es listo, si suspende es porque el maestro no trabaja lo
suficiente. En las nuevas familias, muchas de ellas desestructuradas,
apenas queda tiempo para educar a los hijos en nada. Una ligera ayuda en
los deberes y a seguir jugando con la maquinita, la clase de taekwondo,
la de danza, la de inglés, la de música etc. etc. Y ahora, para rematar
lo poco que quedaba de trabajo y esfuerzo, los padres y las madres
–como los modernos suelen decir- se niegan a que sus hijos hagan deberes
en casa, que para eso está la escuela.
Cuando veo que a un niño le piden que dibuje un pollo y lo hace
pelado y colgado en una vitrina de carnicería o cuando oigo que los
ríos mueven sus aguas para arriba o para abajo porque las mueve el
viento, me entra una mezcla de tristeza y de preocupación, porque son
los que han de continuar la labor de sus padres, esos a los que la
transición ha convertido en analfabetos prácticos que convocan una
huelga y salen a la calle a protestar porque sus hijos tienen que hacer
deberes en casa. Esta es la España que hemos hecho, tan buena en tanto y
tan mala en tanto más.
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