CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Desde que el
mundo es mundo, como suele decirse, todas las culturas y civilizaciones han
establecido una línea muy clara de la división de funciones entre el hombre y
la mujer, siempre condicionada esta última por los problemas derivados de la
maternidad. El hombre fue cazador, luego agricultor, más tarde ganadero,
después artesano y al final industrial. En todo este proceso la mujer curtió las
pieles, sembró y recolectó, ordeñó los animales y manufacturó sus productos,
trabajó los telares etc. y además de todo esto parió y crió a sus hijos al
tiempo que cuidó y alimentó a la familia. Cierto es que el trabajo del hombre
hasta hace bien poco le dejaba escaso margen para otras actividades, como
cierto es también que cualquier cambio en la situación laboral de la mujer no
la ha desligado de las labores domésticas. Ni la revolución francesa ni la
revolución industrial ni la revolución comunista liberaron a la mujer de su
carga a pesar de consagrar principios de igualdad y oportunidad para ambos
sexos.
No obstante,
la revolución industrial que incorporó masivamente a las mujeres al mundo
laboral así como la valiosa intervención de éstas en ambas guerras mundiales y
la resolución con que resolvieron la difícil situación de las posguerras, hizo
crecer en el mundo occidental un reconocimiento de su capacidad que les
permitió, con paso lento pero firme, conquistar sucesivas parcelas de opinión y
de poder.
La
revolución femenina (por llamarla de alguna forma) es la mayor revolución
social desde la revolución industrial y trata de aproximar hasta igualar en
derechos, deberes y libertades a los individuos de la sociedad moderna sin
discriminación de sexo. Por desgracia este movimiento femenino no está teniendo
el mismo eco fuera de nuestra civilización occidental y aún dentro de ella con
muchos niveles y matices, (en Francia e Italia no consiguieron las mujeres el
derecho al sufragio hasta 1945 y en Suiza hasta 1974) pero es evidente el
alejamiento que se va produciendo respecto a otras culturas, quizás más
antiguas que la nuestra donde aun permanecen valores culturales distintos, tan
arraigados que dificultan cuando no imposibilitan cualquier evolución en la
consecución de los derechos más elementales.
Todas las
revoluciones son cruentas y en mayor o menor medida todas pagan su tributo de
sangre. La femenina se ha caracterizado por ser la menos violenta de cuántas
hemos conocido y fundamentalmente por dos razones, la primera porque se está
dilatando en el tiempo, con pasos cortos pero seguros y la segunda porque viene
acompañada de una evolución cultural que permite aceptar como normal lo que
tiempo atrás hubiera parecido aberrante. Cuando alguna de estas dos razones se
invierten los resultados pueden llegar a ser catastróficos. Éste es el caso de
nuestra sociedad española actual, que nos ofrece con más frecuencia de lo
deseable espectáculos bochornosos. Los orígenes de este movimiento-revolución
fueron diferentes según de que país se tratara; así en plena efeverscencia de
la Francia revolucionaria, Olimpia de Gouges publicó la “Declaración de los
derechos de la mujer y la ciudadana” dando lugar a un incipiente movimiento que
se frustró al ser ésta ejecutada por la dictadura jacobina. Los movimientos
posteriores fueron acallados por la enorme influencia de la Iglesia entre la
población femenina francesa, no habiéndose consolidado el derecho al sufragio
femenino hasta el año 1945.
En el Reino
Unido Lydia Becker creó la “Asociación Nacional para el Sufragio de las
Mujeres” después de haber visto rechazada en el parlamento la propuesta de John
Stuart demandando la legalización del voto femenino. No obstante, a comienzos
del siglo XX el 70% de las solteras entre 20 y 45 años tenían ya trabajo
remunerado. En EEUU el analfabetismo femenino ya estaba erradicado a principios
del siglo XIX y la contribución de las mujeres en la lucha por la abolición de
la esclavitud fue notorio, pero la Guerra de Secesión consiguió el derecho al
sufragio de los negros y en cambio lo negó a las mujeres a pesar de su
participación activa y comprometida en la contienda. Ello dio lugar a la
creación de la “Asociación por el Sufragio de la Mujer” que cimentó el primer
movimiento feminista de corte radical.
En España a
finales del siglo XIX el 70% de la población femenina era analfabeta y aunque
hubo voces que se levantaron por la igualdad de la mujer como la escritora
gallega Emilia Pardo Bazán o la penalista Concepción Arenal y el avance
educativo conseguido por la Institución Libre de Enseñanza, la presión de la
sociedad y de la Iglesia truncaron sus propósitos. Como he apuntado
anteriormente, en algunos países europeos y del norte del continente americano,
la revolución industrial atrajo al mundo laboral a multitud de mujeres que
sintieron la necesidad de organizarse para luchar por unos horarios y unos
salarios justos y equiparados a los masculinos. A continuación, y antes de
haber conseguido todo lo anterior, hicieron valer sus derechos como personas
exigiendo su derecho al sufragio en igualdad con los hombres hasta
conseguirlo.(en Inglaterra, Alemania y Holanda en 1918, EEUU en 1920, Suecia
1921, España 1931 ) Pero todo esto no se hizo en un día. Se realizó a lo largo
de todo el siglo XIX y principios del XX. Mientras tanto, la España
eminentemente rural y profunda, que para colmo acababa de perder las colonias,
apenas dejaba abierto un hueco por donde colarse el tren de la modernidad.
Llegó la
primera guerra mundial y esas mujeres tuvieron que sustituir en las fábricas a
los millones de hombres movilizados. Gracias a ellas se aseguró el
aprovisionamiento de armas y enseres en los frentes. Al final de la guerra
millones de ellas quedaron viudas, en países desolados y con coberturas
sociales inexistentes. Se ganaron palmo a palmo y día tras día su autoridad
moral y su prestigio social.
No acababan
de reponerse de las calamidades de los veinte años anteriores cuando una nueva
tragedia arruinaría sus expectativas de futuro. La segunda gran guerra les hizo
volver a las fábricas y los hospitales y entre momentos de dolor y de esperanza
fueron haciendo cañones, tanques, barcos, mantas, vendas y latas de conservas.
Al final, bastantes millones más que en la primera contienda quedaron viudas.
Siguieron cubriendo puestos en la renaciente industria de la posguerra y poco a
poco llenando las universidades. De nuevo estaban conquistando parcelas
importantes sin posibilidad de marcha atrás; así hasta nuestros días.
Mientras
todo esto ocurría en Europa nosotros pasamos el siglo XIX arrastrando el arado
en un país caciquil y feudal. Fue un siglo desgraciado en la historia española,
que comenzó con la guerra contra los franceses, continuó con las guerras
carlistas y terminó con la pérdida de las colonias Y llegados al siglo XX, nos
pasamos el primer tercio en disputas internas que acarrearían trágicas
consecuencias, que no debemos olvidar ni tampoco debemos tener tan presentes
hasta el punto de traumatizar nuestra convivencia presente y futura.
Nuestras
mujeres solteras apenas conocieron las fábricas fuera de Madrid, Barcelona o
Bilbao. La sociedad española era sobre todo una sociedad rural en donde el
papel de la mujer no había evolucionado desde siglos atrás. Las pocas
libertades conseguidas antes de la guerra murieron con ella. La dictadura las
condenó a ser únicamente amas de casa.
La labor de
la dictadura en el campo de la igualdad femenina fue devastadora. La “unión
temporal de empresas Régimen & Iglesia” veló por mantener a nuestras
mujeres “puras y castas en pensamientos, obras y deseos”; esposas y madres
según el modelo mariano impuesto por la Iglesia, con dependencia casi total del
marido y acceso a la educación superior restringido a las elites económicas y
políticas. Si esto era grave, la involución cultural no lo fue menos y cuando,
llegados a los años sesenta, la incipiente globalización nos abrió las puertas
a lo desconocido, ofrecimos al mundo el grotesco espectáculo de un machismo
avergonzante tras la turista sueca, de mano de los López Vázquez, Estesos,
Pajares y Ozores de turno.
A los casi
cuarenta años del antiguo régimen le han seguido ya treinta de democracia y los
avances en este campo los vemos reflejados tristemente cada día en los
telediarios. ¿Qué hemos hecho o qué hemos dejado de hacer en estos treinta años
para no haber conseguido avances significativos?
A las
carreras tras las suecas siguió otro espectáculo machista conocido popularmente
como “el destape”, al que acudieron precipitadamente casi todas las famosas del
escenario y la pantalla, denigrando la figura femenina hasta dejarla reducida
en un simple objeto de deseo y mercadeo. Las prisas por parecernos a los otros
europeos e incluso por superarlos convirtió el feminismo en casi una religión y
se han ido sucediendo leyes para la igualdad que consagran la desigualdad y
conducen al enfrentamiento.
Todos los
abusos son malos y el querer imponer en el momento y por la fuerza de la ley lo
que la sociedad debe digerir lentamente con el transcurso de los años es una
equivocación. Las sentencias judiciales en divorcios, custodia de menores y
prestaciones económicas han hecho tantos estragos en los derechos individuales,
siguiendo al pie de la letra la doctrina de la nueva religión feminista, que
han provocado el nacimiento de asociaciones de hombres afectados por la
discriminación y la injusticia.
La igualdad
no se consigue por decreto, ni con cuotas ni con ministras de la cosa. La
igualdad se consigue con la educación no con la fuerza y aquí se han invertido
las razones que conducen a un proceso dilatado y sin sobresaltos. Se ha querido
hacer en cuatro días lo que en nuestro entorno europeo ha costado dos siglos,
pero en esos cuatro días no ha habido ni intención ni tiempo suficiente para
que la sociedad española evolucione culturalmente hasta unos niveles mínimos de
permisividad, todo lo contrario, nuestro sistema educativo es el peor de la
Europa occidental y el fracaso escolar es manifiesto. Se ha impulsado la
creación de una sociedad inculta de culebrón televisivo y telebasura; una
sociedad despersonalizada, de “trepas” sin escrúpulos, de personas
individualistas y egoístas. Se han destruido muchos de los principios y valores
que regulaban la convivencia pacífica. Con este panorama es muy difícil que
podamos entender las razones por las cuales el hombre y la mujer deben tener
los mismos derechos y obligaciones. Basta echar un vistazo al mapa para
comprobar que la violencia está más arraigada en las Comunidades más atrasadas
y en los suburbios de las grandes ciudades o ciudades dormitorio donde
precisamente se alcanzan los niveles culturales más bajos. No se consigue la
igualdad poniendo faldas a los hombres en los anuncios televisivos sino
educándolos para una nueva forma de vida en un mundo completamente distinto. La
revolución femenina triunfará porque es justa y lógica pero el tributo que aquí
va a tener que pagar será demasiado caro solo porque los gobiernos y la
sociedad no han hecho bien los deberes.
Publicado en este blog el 5 de Marzo de 2012 con motivo del Día Internacional de a Mujer
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