Semana de resaca
Acaba la Feria de Albacete; 12 días de Feria podrían parecer
muchos para una ciudad del tamaño de Albacete, pero no es así; salvo el
día de lluvia, en los demás la Feria ha estado a tope, petada como se
dice ahora. Más de dos millones y medio de visitantes han contado las
autoridades –no conozco el método y desconfío de los resultados-, que yo
prefiero traducir al lenguaje popular: “muchisma gente” habida cuenta
de que la Feria ha tenido dos fines de semana, que son las buenas y que
hasta Sevilla nos quiere copiar haciendo que la Feria de Abril comience
en sábado en vez de en lunes. Buena Feria taurina en la que ha habido
más bueno que malo y en general una buena Feria, mejorable sin duda,
pero que ha dejado buen sabor de boca y una profunda resaca. Los
albaceteños vuelven a la realidad cotidiana; los críos al colegio, fin
de la media jornada y de las vacaciones, bajada de las temperaturas
avisando de la llegada del otoño, en fin, una semana de resaca un poco
depresiva en la que se guardan bikinis, polos, bermudas y la moderna
falda manchega.
Pero esta semana tiene algo de especial, el Domingo hay elecciones en
Galicia y País Vasco, cuyos resultados podrían poner fin a la
incertidumbre de si habrá Gobierno o terceras elecciones. El panorama
político nacional es de lo más cutre, ruinoso y vergonzante que jamás
hayamos visto. La izquierda moderada que abandonó la socialdemocracia en
tiempos de Zapatero y consagra el abandono de manos de Sánchez, huye
hacia la extrema izquierda para no dejarse arrebatar un espacio que
ahora ocupa el comunismo más rancio travestido de populismo
asambleario. Lo curioso es que las bases socialistas, al menos las de
menor edad están por ello, por compartir el camino, escondiendo en el
fondo una creciente admiración por el nuevo líder de la izquierda, el
podemita Iglesias en detrimento del señorito Sánchez, que no sale de la
sala de espejos de Ferraz y cada vez encandila menos a sus huestes.
El independentismo catalán, aprovechando el río revuelto, sigue
pescando en aguas turbulentas dentro y fuera de España, sin que nadie
les pare los pies con la suficiente firmeza y no con los amagos
inofensivos, sin duda calculados, del Tribunal Constitucional. Si algún
día el catalanismo secesionista se saliera con la suya deberían levantar
monumentos a los tres agentes externos que les condujeron a la
victoria, a Zapatero por las bendiciones previas al levantamiento, al TC
por la laxitud de su comportamiento y a Rajoy por su eterna indecisión e
inacción. Lo que la República atajó sin dilación el nuevo Estado
democrático es incapaz de hacerlo, aún contraviniendo los preceptos a
que la carta fundacional le obliga.
La corrupción es la enfermedad congénita de la raza humana. Aquí y en
Pekin el aprovecharse de la debilidad ajena está escrito en nuestros
genes y en una sociedad como la nuestra, donde la picaresca y el
bandolerismo ha creado héroes, no podíamos esperar otra cosa sino que, a
falta del los controles necesarios, la clase política y sus allegados
se han llevado a manos llenas lo que han podido, con la impunidad que
les ha permitido el poder absoluto. Desde los tiempos de Felipe González
hasta los actuales de Rajoy, la corrupción ha sido el pan de cada día. A
día de hoy hay 730 causas abiertas contra políticos de diferentes
formaciones. El PSOE es el campeón por sus 264 casos y por el montante y
gravedad de los mismos, seguido del PP con 200 aunque de notable
inferioridad en su cuantía y calificación.
Prácticamente todos los
Partidos de la transición tienen garbanzos negros en su familia y no
tardaremos en ver casos similares –ya se están viendo- en los Partidos
emergentes tan pronto toquen poder. Durante el gobierno de Felipe
González se contabilizaron 35 casos de corrupción; 8 en el gobierno de
Aznar, 23 en el de Zapatero y 11 en el de Rajoy. Habida cuenta de que el
PSOE ha gobernado durante 21 años y el PP durante 13, a 19 casos de
corrupción en el PP le hubieran igualado 30 en el PSOE, pero en cambio
en el PSOE se han duplicado llegando hasta los 58, lo que les convierte
en indiscutibles campeones con medalla de oro de la corrupción. Sin
embargo, la continua campaña de acoso a la derecha, especialmente
mediática, llega a comparar los trajes de Camp o los mil euros de Rita
Barberá con los cientos de millones robados a los obreros en Andalucía; a
los mismos obreros que la izquierda dice defender. La doble vara de
medir de la izquierda ya produce nauseas. Para los suyos la presunción
de inocencia, para los de la derecha penas de muerte y otras mayores. Ya
no se trata de unos cientos de corruptos; lo grave es que es la misma
sociedad la que está corrompida y tiene un criterio acomodaticio de la
equidad y la justicia.
La izquierda actual, el independentismo y la corrupción son tres de
los cuatro jinetes apocalípticos nacionales: el cuarto es la misma
sociedad, que se está descomponiendo y desintegrando. ¿Seremos capaces
después del próximo Domingo de reconducir la situación?
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