sábado, 30 de junio de 2012

"6 Flores", Junio 2012, Carta del Director

MEMORIA HISTÓRICA

El Pozo Viejo y la fragua de Román


Si en algo nos parecemos los sisanteños a los negros africanos o a las tribus de la selva amazónica es en que nuestra historia la trasmitimos verbalmente, de padres a hijos, de abuelos a nietos. Ellos lo hacen así porque no conocen otra forma, en cambio nosotros lo hacemos así porque sabiendo escribir no lo escribimos y si lo hacemos luego lo quemamos.


Tenemos un poblado de la época del megalítico a la subida de Las Torcas que ningún arqueólogo se ha dignado visitar a pesar de las invitaciones cursadas. Descubierto con mi ayuda por el arqueólogo americano John S. Kopper, de la Long Island University y Guillermo Rosselló-Bordoy, del Museo de Mallorca, solamente aparece en una publicación de la universidad neoyorquina titulada “Megalithic Quarrying Techniques and Limestone Technology in Eastern Spain” del año 1972.


De los restos iberos o romanos de Las Posturas o de las lápidas aparecidas en la esquina de la villa nada se sabe excepto que se enviaron al museo de Cuenca y nunca más se supo de ellos. Poco sabemos también de la refundación de Sisante cuando estas tierras pasaron a pertenecer a los Ruiz de Alarcón. Poco o nada sobre la construcción de la actual iglesia, encima de otra anterior, ni de las ermitas existentes o desaparecidas.


Los siglos XVIII y XIX, los de más esplendor de la historia sisanteña, son también unos desconocidos. Se sabe de alguna escaramuza con los franceses y de algún castigo a sisanteños no simpatizantes con “Pepe Botella”. El movimiento liberal que dio lugar a la primera república, tuvo en Sisante personajes destacados cuya memoria fue silenciada por la burguesía dominante, de la que procedían. El Rollo, situado al final de la calle mayor y signo de distinción de una Villa con derecho a horca y picota fue el tributo a pagar por la revuelta.


La guerra carlista trajo como consecuencia la quema de libros y documentos municipales, lo cual volvió a repetirse al final de la última guerra civil pero esta vez añadiendo imágenes y retablos de la iglesia y ermitas. Órgano, campanas y rejería destrozados y fundidos.


La posguerra no fue más considerada con el arte y la historia sisanteños y en ella perecieron ermita y sacristía, retablos y artesonados del S. XVII y frescos del S. XVIII, sin olvidar la memoria de nuestros muertos cuyas lápidas colocadas a lo largo de dos siglos y medio yacen destrozadas boca abajo en el atrio de la iglesia. Se destruyó el antiguo Hospital del Siglo XVIII para convertirlo en un mamotreto inservible apenas utilizado y más recientemente una de las dos chimeneas alcoholeras de la concesión real para producir alcohol de la que disfrutaba un sisanteño y a la vez testigos de la floreciente industria de ese siglo glorioso en que llegó a haber un taller de construcción de órganos y otro de fundición de campanas en la calle de la Fábrica, de los que poco o nada se sabe.


El Siglo XXI no escapa al afán destructor y si un cura convierte en una jaula la capilla del Rosario, lo más espectacular de la iglesia sisanteña, una monja destruye un antiguo torno conventual en la sacristía del convento y una gran ventana con soberbia rejería de hace tres siglos junto al altar del templo.


Tenemos calles con nombres propios de los que no sabemos nada, antiguas cofradías de las que alguna sobrevive que no conservan un documento de más allá de medio siglo. Restos de ermita, esparcidos por el suelo los que aún perduran. Edificaciones hechas por los sisanteños en plena contienda civil, llenas de escombros y destrozadas Es de agradecer que al menos el archivo de la iglesia conserve una buena parte del mismo, aunque no hace muchos años estuviera a punto de sucumbir bajo las goteras y ante la desidia de un cura que entre otras cosas, se empeño en destruir el antiguo osario. Ah, y también es de agradecer que siga en pie el “panzudo” molino de viento que, aunque jamás llego a tener maquinaria, al menos se mantiene en pie y techado.


Somos un pueblo que parece arrepentirse de su pasado. Hemos ido destruyendo las fuentes de nuestra historia, dejando todo en el olvido. Hemos actuado con una pasividad pasmosa frente a acontecimientos de capital importancia. Somos capaces de matarnos por una causa y al poco haberla olvidado. Cuentan que una sisanteña arriesgó su vida por defender al Nazareno frente a los suyos. Al poco, otro sisanteño se dispuso a afeitarlo y le destrozó la cara. El gesto de la primera no fue reconocido ni considerado, el del segundo, prontamente olvidado.


Hay pueblos con una pléyade de investigadores que rebuscan en lo más recóndito de los archivos las peripecias de sus antepasados. En Sisante, si hay alguno lo que encuentra lo retiene salvo contadas excepciones. Los foros de la red, unos medios tan maravillosamente útiles para comunicarnos en la distancia, en donde todo el mundo podría aportar su conocimiento y experiencia, solo sirven, amparados en el anonimato, para levantar calumnias, insultar y tirar por tierra el honor de muchas personas.


En “6 Flores” siempre se ha visto este asunto con preocupación y en el contenido de los treinta números publicados hemos intentado incluir temas puntuales y documentación de nuestra historia en los tres últimos siglos. Seguiremos haciéndolo al tiempo que invitamos a quienes sientan la inquietud de conocer sus orígenes y averigüen o investiguen datos de nuestra historia y ponemos a su disposición este medio para que su trabajo pueda redundar en beneficio de todos los sisanteños.


LA “GLORIOSA” Y EL PUEBLO SISANTEÑO

Emblema de la aviación republicana

 



Al hilo de lo anterior, en las páginas centrales de este número y en los siguientes vamos a insertar una separata coleccionable dedicada a recordar los difíciles años de la contienda civil y las fructíferas relaciones del pueblo sisanteño con “La Gloriosa”, la aviación republicana, que instaló en la Hoya un aeródromo por el que pasaron algunas de las figuras más famosas de la aviación española y de la rusa. La vida sisanteña cambió por completo una vez instalada esta base aérea. Cientos de efectivos, pilotos, mecánicos, observadores, armeros y tropa de servicio, ocuparon edificios públicos y algunas viviendas. Convivieron con el pueblo y dejaron un profundo recuerdo, testigo del cual son las flores que cada año son colocadas en la tumba del soldado Florentino Miguel Sánchez que falleció a consecuencia de la explosión de una bomba el 30 de Mayo de 1937.


Quizás sea esta la primera vez que se publica algo sobre la guerra civil en Sisante. Creemos que ya ha pasado tiempo suficiente, tres cuartos de siglo, como para poder abordar el asunto con la suficiente lejanía y frialdad pero aún así no vamos a entrar en los acontecimientos más escabrosos, muy puntuales pero terribles, que todavía permanecen en la memoria de testigos directos de un lado y de otro y que todos desean olvidar. La vieja tradición española de pelearnos unos contra otros defendiendo la mayor de las veces causas ajenas llevaba tras de sí otra tradición, la de los ajustes de cuentas motivados por mil razones. Todos los bandos contendientes dejaron soldados muertos en el campo de batalla. Cada familia lloró a los suyos y para todos la culpable fue la guerra. No ocurrió lo mismo en aquellos casos en los que el odio y la venganza dieron lugar a episodios de triste recuerdo.


Vamos a recrear aspectos de la vida sisanteña de aquellos años obviando los primeros dolorosos momentos. Contamos con testimonios de personas que vivieron aquella experiencia, alguno ya fallecido y con documentación que seguiremos completando fuera del pueblo porque aquí, como decía al principio, antes de terminar la guerra se destruyó prácticamente todo lo que pudiera comprometer a quienes en teoría la perdieron.


Sisante estaba dentro de la zona republicana por lo que sus hombres fueron movilizados por el ejército republicano y en él sirvieron con más o menos suerte. El pueblo se iba quedando vacío de hombres cada vez que movilizaban una nueva quinta y fueron los jóvenes soldados del campo de aviación los que acompañaron la soledad de parte de las sisanteñas a lo largo de esos tres duros años. La aviación, el arma menos politizada de cuantas intervinieron en la contienda, desde su instalación en Sisante dio muestras de sensatez y cordura y sus miembros, rusos y españoles, fueron respetuosos con el pueblo, sus habitantes y su patrimonio cultural y religioso. El primer Jefe del campo, el capitán Enrique Pereira, era un culto oficial de la marina que supo llevar por buen camino las relaciones entre militares y población civil. Sus exigencias fueron las propias de un estado de guerra pero se le recuerda como un hombre justo, que puso a cada uno en su sitio sin atender demasiado las consignas políticas. La instalación de la tropa en el convento, la militarización del edificio y el cierre del templo evitó, con alguna desgraciada excepción, la profanación y destrucción que anteriormente habían sufrido el resto de los lugares de culto sisanteños. Los pilotos rusos eran una atracción en un pueblo donde la mayoría de los hombres salían por primera vez para hacer el servicio militar y colaboraron generosamente en ocasiones que fueron requeridos. La llegada de los aviones fue un espectáculo al que acudió el pueblo entero y el hermetismo posterior de la actividad del campo le rodeó de un halo de misterio que un sector de la población no acababa de comprender. Fue una época de sobresaltos, miedo, temor pero también de anécdotas graciosas, relaciones amorosas, negocios y convivencia. Mi abuelo Juan les reparaba el calzado, mi vecino José les vendía la leche y mi pariente Quintín les hacía trajes y así muchos trabajadores y artesanos del pueblo. Todos cobraban por ello lo estipulado y suerte tuvieron los que lo gastaron porque al final de la guerra lo ahorrado no sirvió para nada.


En señal de recuerdo y agradecimiento a ”La Gloriosa” el Excmo. Ayuntamiento contempla el proyecto de un monumento recordatorio de ese periodo histórico para lo cual ha solicitado del Teniente General Jefe del Estado Mayor del Aire (JEMA), la cesión en depósito de uno de los aviones Mirage F.1 del Ala 14 de la Base Aérea de Los llanos, de la que dependió el aeródromo sisanteño, para ser colocado en un monolito donde se encontraba la entrada del antiguo campo de aviación. Desde estas páginas agradecemos la idea y confiamos en que llegue a realizarse, al tiempo que invitamos a nuestros paisanos a conservar los restos que quedan de edificaciones y refugios como testigos vivos de la reciente historia sisanteña.

(Carta del Director. "6 Flores", Revista sisanteña y de la Grajuela. Nº 31, Junio 2012)

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