lunes, 20 de febrero de 2012

AHÍ LES DUELE

La transición al nuevo régimen se llevó a cabo con una buena dosis de esperanza y otra no menor de recelos. Fue sobre todo una acumulación de errores y de miedos, que han dado lugar a un modelo de Estado desposeído, escuálido e ingobernable. Una transición en la que lo importante era contentar a todos, confiando ignorantemente en la buena fe de los nacionalistas y en la de la izquierda de entonces, que cedió en sus planteamientos republicanos en favor de la vuelta al Estado de la II República pero con un Rey al frente, una república coronada. Volvieron a surgir, como en el Siglo XI las Taifas, en forma de Comunidades supuestamente históricas y otras menos o nada históricas, que irían con el tiempo vaciando de contenidos al débil Estado que permitió uno de los mayores errores de toda la transición, le Ley Electoral.

Otra de las conquistas de la izquierda en esa época fue la reposición de los sindicatos de clase, históricos y recientes, con poderes, prerrogativas y protagonismo exagerados, devolución incluida de su dudoso patrimonio incautado; que ha dado lugar al nacimiento de una oligarquía caciquil con pretensiones de gobierno en la sombra. De ellos voy a tratar a continuación porque España está enferma de un tipo de cáncer sindical, que se ha extendido por todo el tejido social en sus dos formas, invasión y metástasis. Invasión favorecida en su momento por una laxa legislación laboral afín a sus intereses y metástasis conquistando y extendiendo nuevas parcelas de poder a través de convenios, expedientes de regulación de empleo, centros de formación, cooperativas, etc...

Los sindicatos y me refiero a los dos mayoritarios, se han convertido en empresas de servicios que prestan previo pago o comisión a afiliados y no afiliados. Abogados laboralistas en plantilla que facturan por cada consulta, pleito o ERE. Pseudo-profesores que imparten cursos de formación que cobran del erario público y de los alumnos. Contables que cobran por gestionar cooperativas de viviendas. Sesenta mil liberados sindicales que cobran de las empresas por no hacer nada. No cabe discutir sobre la necesidad de los sindicatos como contrapeso en la balanza laboral, pero los nuestros no tienen parecido con sus homólogos europeos que se nutren mayormente de las cuotas y aportaciones de sus afiliados. Los de aquí, con su mal disimulada verticalidad y oficialidad, viven de la teta del Boletín Oficial del Estado (BOE) y de las comunidades autónomas políticamente afines. Nadie sabe cuántos afiliados tienen ni lo que les aportan pero si sabemos que se han embolsado nada menos que veintinueve millones de euros en 2010 (ver Boletín Oficial del Estado) más lo que les han aportado las taifas gobernadas por la izquierda. La diferencia desde los trece millones en 2003 es lo que les ha pagado el Gobierno socialista por su colaboración y silencio.

Pero también a ellos la crisis les va a pasar factura por su vergonzoso colaboracionismo. De momento, el poder que confiere negociar en Madrid se diluye en favor de la negociación en la empresa. El negocio de la formación, limitado en muchas ocasiones a subcontratar y poner el cazo, también parece que se les escapa. Fomentar con su intransigencia los despidos para cobrar de los ERE y llenar los bufetes de sus abogados puede haber tocado fondo. La reducción del 20 por ciento de las subvenciones y la promesa de mirarlas con lupa en los nuevos presupuestos, es alentador. Ahora bien, el Gobierno se quedaría corto si no cierra el grifo a ese ejército de sesenta mil liberados, voceros y pancarteros, que salen a la calle no a luchar por los obreros sino a defender su bicoca. A ellos los obreros les importan un bledo y los parados menos, que encima están exentos de pagar la cuota. De esos sesenta mil enchufados que le dan aire nada menos que a nueve mil tarjetas de crédito, casi la mitad de ellas sin límite, hay que librar a las empresas y que los mantengan sus sindicatos con sus cuotas.

Ya está bien de tomarnos el pelo a los contribuyentes. También se quedaría corto el Gobierno si no propusiera una nueva ley de huelga y acabara de una vez por todas con la salvaje actuación de los piquetes, que no son otros que a los que he aludido antes. En esta sociedad nuestra en la que si algo sobra es información la actitud de los piquetes “informativos” nos retrotrae a épocas superadas del pasado siglo. Hay que poner fin a todo esto. Mientras Méndez y Toxo alardean de “pelucos millonarios”, restaurantes cinco tenedores y cruceros de lujo, sus huestes les aplauden como aquellos pobres ignorantes de las últimas filas del tendido de sol que jaleaban a sus líderes, sentados enfrente, en la barrera de sombra con el puro en la boca y la rubia con pamela !Qué país!
(El Pueblo de Albacete, 20/04/2012)

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