CAQUITA DE PERRO
Llegando estaba ya a mi casa, después de haber hecho el
recorrido casi diario hasta la Base Aérea por el camino de la Ciudad Deportiva,
cuando he tenido un pequeño percance con una joven mujer y su diminuto perrito.
Pero antes voy a contar lo que ocurre a diario en ese camino, que hasta la Base
se llama “de la Ciudad Deportiva” y después el “de la mala noche”.
Desde que se inauguró el circuito peatonal/velocípedo/canino
que lleva a la Pulgosa, quedó bastante en desuso el que conduce a la Base, a
pesar del arreglo de firme y del acerado
que un día fue de tierra y ahora de incómodo chinarro. Ahora es
utilizado por gente como yo que prefiere evitar los continuos saludos y paradas
de la nueva “calle Ancha” que lleva a la Pulgosa o por gente, también como yo,
que gusta de ver el campo , crecer las siembras y oír los pájaros –esta mañana
era una delicia andar oyendo cantar las
perdices-, lógicamente lo utiliza otra
gente por motivos totalmente diferentes a los míos, pero casi siempre personas solitarias y a lo sumo algún
ciclista o grupo de corredores a pie.
Quienes sí lo utilizan con frecuencia son los propietarios de
perros, que en el camino de la Pulgosa no pueden dejar sueltos y en éste,
aprovechando la poca concurrencia, campan a sus anchas. En algunas ocasiones
los propietarios los retienen mientras se cruzan con los viandantes, en otras
no lo hacen, por descuido, por incapacidad o por eso de que hay que respetar no
sé qué derechos de los animales.
Con frecuencia los perros sueltos se acercan, te miran, te
huelen, te acechan y respondiendo a las voces de sus amos te dejan ir en paz no
sin antes haberte dado el susto. Ni que decir tiene que los canes cagan a
placer donde les place -valga la
redundancia- y que los dueños ni se
molestan en retirar los excrementos, al fin y al cabo es en el campo y el campo
o la tierra pertenece al viento (Zapatero dixit).
En fin y a lo que iba, eran sobre las nueve y media de esta
fresca mañana y al enfilar la calle Matemáticas desde la nueva circunvalación en dirección a mi casa, me veo venir una mujer
joven tirando a veces y sujetando otras a un perrito minúsculo y horrorosamente
feo. Conforme se aproxima observo que se trata de una joven rubia, alta, un
cuerpo diez, vamos, todo un monumento. De pronto se para a instancias del
perrito que al parecer siente la necesidad de evacuar, como así fue. Aliviado el perro, la chica, sin
mirar siquiera al suelo, aligera el paso
como huyendo de algo, pero no, se cruza conmigo altiva, sin bajar la cabeza ni
mirar para otro lado, como dándome a entender que la necesidad de su perrito
estaba por encima de mi opinión al respecto.
Cuando llego al lugar de los hechos, unos pasos más adelante
y veo el regalo del animal, me vuelvo y la llamo, ¡eh, oiga, chica!, ella vuelve
la cabeza y le digo: “oiga, que a su perrito se le ha caído una mierda”. A
continuación vuelve la cabeza airada y aligera el paso hasta entrar en una de
las viviendas del principio de la calle.
Esto, que suele verse por toda la ciudad, en el barrio de la
Universidad es una constante. Si pisas en los jardines al principio de la
carretera de Murcia te arriesgas a pillar lo que no quieres y si te tumbas,
como hacen algunos jóvenes, el riesgo es infinitamente mayor a pesar de que al
principio del jardín hay un habitáculo para perros que muy poca gente usa.
Por las calles hay que ir mirando el suelo, calles como
Literatura, Matemáticas, la acera colindante con las instalaciones deportivas,
el jardín de la Avda. de la Mancha a la altura de Mercadona, etc. etc. no andas
diez metros sin encontrarte algún presente perruno. Y lo curioso es que la
parte nueva de este barrio está habitada por gente muy joven, de poder adquisitivo decente, de los que
exigen sus derechos en cada momento y piensan que todo son derechos y nunca
obligaciones. Hasta lo de cagarse el perro en la calle lo considerarán un
derecho de su animal, faltaría más. Cualquiera les tose a esta generación de
progres para los que lo más importante de este mundo es su individualidad
frente a toda norma, costumbre o uso. Que les pregunten a los barrenderos de la
zona.
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