Los jornaleros del Segura
Estoy de campaña electoral hasta el gorro, de las encuestas,
de las tertulias y de los debates uno a uno, tres a cuatro y dos a
tres. Lo que más agradezco es la ausencia de ruido electoral en la calle
y es que los megáfonos y los mítines en esta ocasión parece que pasaron
a la historia. Esta es una campaña mediática en la que la televisión
está jugando un papel importante, pero tan reiterativo que al final
aburre.
Así que, aunque está tan cerca el día “D” y aun se oyen los ecos del
agrio mano a mano Rajoy-Sánchez – Sánchez se libró del zarpazo de Rajoy
porque a este le convenía mantenerlo vivo-, voy a descargar a mis
lectores de la tensión de la campaña hablándoles de cosas más mundanas
pero reales, que en muchos casos son consecuencia de las decisiones de
quienes salen elegidos en los días “D”.
Estuve este fin de semana y un par de días más añadidos, dedicándome a
uno de mis aficiones favoritas, destilar el aguardiente que voy a
consumir a lo largo del año, “yo solo o en compañía” como había que
declarar en las confesiones de mi niñez en la Iglesia asociada al
nacionalcatolicismo. Después de un elaborado tratamiento de las uvas,
que también me han de proporcionar un caldo de excelencia y una vez
trasegado por primera vez el mosto, pongo al día los conocimientos
adquiridos en veinticinco años de destilador, “Maestro Aguardentero” se
llama por estos montes y me dispongo a sacar lo que mucha gente ignora
que se puede obtener de las uvas
Compartimos el rato del almuerzo con un joven jornalero que nos echa
una mano para eliminar los restos de una poda temprana. En el transcurso
del mismo sale a relucir un tema de actualidad en la zona, la próxima
temporada de la aceituna, de suma importancia para la economía de miles
agricultores olivareros que obtienen de ellos la mayoría de sus ingresos
cuando no la totalidad y no menos importante para los también miles de
jornaleros que sobreviven a caballo entre el jornal y la subvención;
ayudas que perciben de forma continuada, con poca justificación y menos
dedicación pero que en las tierras de Al Ándalus ya es endémica mientras
que aquí en el feudo de Bono y su pupilo Page nos es negada.
Nos comentaba este jornalero la dificultad que encuentra para reunir
cuadrilla en esta parte del Segura de cara a hacer la campaña de la
aceituna en tierras de Jaén, en una finca a la que lleva varios años
acudiendo. El sistema de contrato es el destajo y allá se desplazan
familias enteras que malviven en casas o almacenes facilitados por los
dueños. Nos hablaba también de cómo poco a poco la recogida de la
aceituna está cayendo en manos de inmigrantes magrebíes y rumanos, que
en muchos casos no vienen a echar a nadie sino a ocupar el hueco que los
españoles dejan, hueco que vamos dejando no solo en la agricultura sino
en la ganadería, en la asistencia domiciliaria y en muchos otros
trabajos de menor categoría en el sector servicios.
En esta zona deprimida del curso alto del Segura el número de parados
es grande pero engañoso. Cierto es que desaparecieron los trabajos en
el monte, apenas unos jornales de la Administración para mantener los
montes públicos; cayó en picado la construcción y el boom de la casa en
el campo ha quedado reducido a la labor de retejar y quitar goteras;
pasó a la historia la vendimia en Francia a causa de la mecanización
igual que está ocurriendo recientemente con la vendimia manchega, pero
la aceituna a pesar de la mecanización, requiere todavía mucha mano de
obra.
Ocurre que, con los planes de empleo ideados por el Gobierno, “Plan
E” por ejemplo u otros similares implantados por las CCAA , mucha gente
se conforma con trabajar unos meses en el empleo comunitario y
subsistir el resto del año con paro, ayuda familiar y alguna chapuza que
otra.
En el Municipio donde me encuentro, cuyo nombre omito porque no es el
único, hay en torno a tres mil habitantes y estoy por asegurar que no
pasan de cien las declaraciones del IRPF. Si utilizamos los baremos de
la UE, dos terceras partes de sus pobladores están en niveles de pobres
de solemnidad, pero nada más lejos de la realidad. No hay casa que no
disponga de todos los electrodomésticos de uso común o de un decente
cuarto de baño, agua corriente, saneamiento, recogida de basuras,
atención médica y asistencia social. No hay viejos que no dispongan de
asistencia social, hasta el punto de cobrar el uno por cuidar al otro y
viceversa y en muchos casos sus cartillas bancarias repletas.
Esta tierra es tierra de jornaleros como lo fue de caciques
terratenientes, que les tuvieron sometidos por no decir esclavizados.
Desde siempre este potencial humano ha vivido de su trabajo en el
monte, de la siega y la vendimia en la Mancha, de la aceituna en
Andalucía, de la vendimia en Francia, de la madera en los Pirineos y de
una mínima agricultura de subsistencia, familias enteras seminómadas que
malvivían cerca del tajo para ahorrar unos duros que les permitiera ir
tirando el resto del año.
Aunque parezca mentira, los planes de empleo comunitario gestionados
por los Ayuntamientos y sobre todo el PER que siguen cobrando los
andaluces con el mayor de los descaros, han dado al traste con las ganas
de trabajar de muchos hombres y mujeres que hacían de la ocupación
estacional su medio de vida. Nos comentaba este jornalero – que descansa
pocos días al año- que a la hora de buscar gente para formar cuadrilla
de aceituneros no ha encontrado más que escusas; uno que dice que está
cobrando el paro y mientras le dure no da un palo al agua; otro que
está trabajando su mujer y con lo de ella ya es bastante; otro que a
jornal sí pero a destajo no porque es ir a darse una paliza; otro que
está esperando que le llamen del hospital; otro al que el jornal le
parece muy pobre; otro que está esperando que lo saque a trabajar el
Ayuntamiento; en fin, así uno y otro y esta es la cruda realidad que se
vive en una zona deprimida en la que mucha gente se ha acostumbrado a
vivir con lo mínimo, mínimos ingresos y mínimos esfuerzos.
Siempre hay excepciones honrosas como la de este hombre que charla
con nosotros mientras almorzamos, pero no deja de ser eso, una
excepción; lo normal es lo contrario. Los predicadores de la
apocalíptica pobreza que asola España no vienen a estas Sierras a ver
qué pasa ni a ver cómo se vive, solo airean las estadísticas. Mientras
en Andalucía persista el PER y por estos pagos castellano manchegos la
subvención, la gente se acostumbra a lo poco y mientras tanto, la clase
media sangra camino de quedarse escuálida. Sesenta mil puestos de
trabajo ocasional, gestionado por los Ayuntamientos, pretende poner en
marcha el populista monaguillo de Bono. Otro “Plan E” para matar el
tiempo y alimentar ociosos.
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