EL VALOR DE LA EXPERIENCIA
Y como es jornada de reflexión,
previa a la jornada electoral, voy a hacer una pequeña reflexión sobre un
asunto que mañana va a influir notablemente en el resultado: El concepto y
valoración de la experiencia.
La vida es un continuo
aprendizaje. Desde que nacemos necesitamos la ayuda de nuestros progenitores y
de ellos aprendemos a dar los primeros pasos, a articular las primeras
palabras, a diferenciar lo bueno y lo malo, a identificar el peligro etc. etc.
Posteriormente entramos en otra época en la que nuestros maestros nos dan a
conocer el mundo, nos educan y nos preparan para valernos por nosotros mismos
en el futuro. Llegamos a una tercera etapa en la que hemos accedido al mundo
laboral, desarrollamos lo que hemos aprendido y seguimos aprendiendo de
nuestros jefes, maestros, capataces etc. a la vez que poco a poco vamos
adquiriendo experiencia que a su vez trasmitimos a los que vienen detrás de
nosotros. Formamos nuestra familia y tenemos nuestros hijos con los que
repetimos el proceso en el que nos iniciamos nosotros y a la vez que enseñamos
a nuestros hijos, seguimos aprendiendo de nuestros padres en un proceso cíclico
que se repite generación tras generación.
La edad confiere conocimientos y
experiencia, valores ambos que han de ser reutilizados, los primeros mediante
su trasmisión, la experiencia como guía, como fuente de consejos sobre cómo
actuar y como recurso al que acudir ante la incertidumbre.
La experiencia, asociada a la
madurez, son las que han dirigido todas las sociedades humanas en todos los
tiempos. De hecho muchas de las comunidades actuales tienen como principio
fundamental el reconocimiento de la edad y la experiencia como autoridad
indiscutible. En nuestra sociedad occidental cualquier tipo de autoridad,
dominio o poder han sido representados por personas de edad madura y con gran
experiencia de la vida.
Ha sido en estos últimos
cincuenta años con el desarrollo de nuevas tecnologías que han facilitado la
comunicación y la globalización de la raza humana, cuando nos percatamos de que
en determinadas cuestiones las generaciones se están quedando rezagadas frente
a las que les siguen. La forma de vida de que dispusieron nuestros antepasados
apenas si se alteró en siglos, hasta la llegada de la revolución industrial que
supuso el primer cambio brusco de lo que
hasta entonces había sido trascendental a lo que a partir de entonces sería
superfluo. En estos últimos años, con la llegada de la revolución tecnológica
el choque ha sido más brusco y más discriminatorio porque una parte de la
población humana goza de todos los medios que esta revolución tecnológica
facilita mientras la gran mayoría de ella apenas si los conoce o tiene acceso a ellos.
Es en esta sociedad desarrollada,
en donde la tecnología ha venido a facilitar la vida pero también a hacerla más
impersonal y más individualista, donde se ha empezado a cuestionar lo que en
siglos fue indiscutido, el valor de la experiencia. Solo porque manejamos
herramientas a las que nuestros progenitores apenas llegan o porque gracias a
ellas hacemos en segundos cosas que a ellos les costaban horas, no debe
llevarnos a creer que todo lo anterior no vale sino a reconocer que todo lo que
ahora disfrutamos no lo hemos hecho nosotros sino los anteriores a nosotros.
La generación que ahora está en
el paso a la jubilación es la que más poder de adaptación ha tenido frente a
las treinta generaciones anteriores y de paso una de las más creativas. Ha
visto como sus antecesores crearon un nuevo orden mundial donde había buenos y
malos, que a su vez procedía de otro anterior en el que también había buenos y
malos. Ha vivido la descomposición de este orden establecido artificialmente y
ha rescatado otras formas de organizarse en sociedad que ya estaban inventadas
desde la antigüedad. Esta generación ha entrado a formar y a comprender una
sociedad globalizada en la que todo afecta a todos, donde para muchas cosas han
desaparecido las fronteras, donde la interdependencia es cada vez mayor. Esta
generación ha creado un sistema de vida más solidario y más justo. Ha bebido en
las fuentes de la experiencia histórica e intenta no repetir los mismos errores
pero sí aprovechar los aciertos.
Ahora resulta que aparece gente
que viene y dice que todo lo anterior es inútil, que hay que cambiarlo todo,
que no les importa el sacrificio de quienes les consiguieron esta vida fácil de
que ahora disponen, que la experiencia ya no es un valor sino una rémora, que
lo viejo es viejo aunque de valor y arte se trate, que el Estado que creamos en
1978 es una antigualla, que la Constitución que entre todos nos dimos es papel
mojado, que la casta política ha de ser desterrada, que hay que ir a una
sociedad más libre en la que cada cual pueda obrar a su antojo sin más
limitaciones, que hay que poner todos los medios de producción bajo el control
del pueblo y al servicio del pueblo, que hay que eliminar todos los poderes
fácticos y crear un pensamiento único que conduzca a la igualdad de todos los
miembros de la sociedad. Y así un largo etc. que sería inasumible e
insoportable por una sociedad libre y democrática como la nuestra.
Mañana hay que ir a votar a las
urnas. Es la hora de diferenciar el conocimiento, la madurez y la experiencia,
con todos sus errores y equivocaciones, de los cantos de sirena y brindis al
sol de quienes nada lucharon por tener lo que tienen, nada valoran tener lo que
tienen y solo les mueve el odio y el desprecio a todo lo que no encaja en su
totalitario concepto de la organización social. La votación de mañana es un
ejercicio de responsabilidad en mucho mayor grado que en ocasiones anteriores.
Ahora se está a tiempo, luego no valdrán las lamentaciones.
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