sábado, 19 de diciembre de 2015

EL VALOR DE LA EXPERIENCIA



EL VALOR DE LA EXPERIENCIA

Y como es jornada de reflexión, previa a la jornada electoral, voy a hacer una pequeña reflexión sobre un asunto que mañana va a influir notablemente en el resultado: El concepto y valoración de la experiencia.


La vida es un continuo aprendizaje. Desde que nacemos necesitamos la ayuda de nuestros progenitores y de ellos aprendemos a dar los primeros pasos, a articular las primeras palabras, a diferenciar lo bueno y lo malo, a identificar el peligro etc. etc. Posteriormente entramos en otra época en la que nuestros maestros nos dan a conocer el mundo, nos educan y nos preparan para valernos por nosotros mismos en el futuro. Llegamos a una tercera etapa en la que hemos accedido al mundo laboral, desarrollamos lo que hemos aprendido y seguimos aprendiendo de nuestros jefes, maestros, capataces etc. a la vez que poco a poco vamos adquiriendo experiencia que a su vez trasmitimos a los que vienen detrás de nosotros. Formamos nuestra familia y tenemos nuestros hijos con los que repetimos el proceso en el que nos iniciamos nosotros y a la vez que enseñamos a nuestros hijos, seguimos aprendiendo de nuestros padres en un proceso cíclico que se repite generación tras generación. 


La edad confiere conocimientos y experiencia, valores ambos que han de ser reutilizados, los primeros mediante su trasmisión, la experiencia como guía, como fuente de consejos sobre cómo actuar y como recurso al que acudir ante la incertidumbre.


La experiencia, asociada a la madurez, son las que han dirigido todas las sociedades humanas en todos los tiempos. De hecho muchas de las comunidades actuales tienen como principio fundamental el reconocimiento de la edad y la experiencia como autoridad indiscutible. En nuestra sociedad occidental cualquier tipo de autoridad, dominio o poder han sido representados por personas de edad madura y con gran experiencia de la vida.


Ha sido en estos últimos cincuenta años con el desarrollo de nuevas tecnologías que han facilitado la comunicación y la globalización de la raza humana, cuando nos percatamos de que en determinadas cuestiones las generaciones se están quedando rezagadas frente a las que les siguen. La forma de vida de que dispusieron nuestros antepasados apenas si se alteró en siglos, hasta la llegada de la revolución industrial que supuso el primer cambio  brusco de lo que hasta entonces había sido trascendental a lo que a partir de entonces sería superfluo. En estos últimos años, con la llegada de la revolución tecnológica el choque ha sido más brusco y más discriminatorio porque una parte de la población humana goza de todos los medios que esta revolución tecnológica facilita mientras la gran mayoría de ella apenas si los conoce  o tiene acceso a ellos.


Es en esta sociedad desarrollada, en donde la tecnología ha venido a facilitar la vida pero también a hacerla más impersonal y más individualista, donde se ha empezado a cuestionar lo que en siglos fue indiscutido, el valor de la experiencia. Solo porque manejamos herramientas a las que nuestros progenitores apenas llegan o porque gracias a ellas hacemos en segundos cosas que a ellos les costaban horas, no debe llevarnos a creer que todo lo anterior no vale sino a reconocer que todo lo que ahora disfrutamos no lo hemos hecho nosotros sino los anteriores a nosotros. 


La generación que ahora está en el paso a la jubilación es la que más poder de adaptación ha tenido frente a las treinta generaciones anteriores y de paso una de las más creativas. Ha visto como sus antecesores crearon un nuevo orden mundial donde había buenos y malos, que a su vez procedía de otro anterior en el que también había buenos y malos. Ha vivido la descomposición de este orden establecido artificialmente y ha rescatado otras formas de organizarse en sociedad que ya estaban inventadas desde la antigüedad. Esta generación ha entrado a formar y a comprender una sociedad globalizada en la que todo afecta a todos, donde para muchas cosas han desaparecido las fronteras, donde la interdependencia es cada vez mayor. Esta generación ha creado un sistema de vida más solidario y más justo. Ha bebido en las fuentes de la experiencia histórica e intenta no repetir los mismos errores pero sí aprovechar los aciertos.


Ahora resulta que aparece gente que viene y dice que todo lo anterior es inútil, que hay que cambiarlo todo, que no les importa el sacrificio de quienes les consiguieron esta vida fácil de que ahora disponen, que la experiencia ya no es un valor sino una rémora, que lo viejo es viejo aunque de valor y arte se trate, que el Estado que creamos en 1978 es una antigualla, que la Constitución que entre todos nos dimos es papel mojado, que la casta política ha de ser desterrada, que hay que ir a una sociedad más libre en la que cada cual pueda obrar a su antojo sin más limitaciones, que hay que poner todos los medios de producción bajo el control del pueblo y al servicio del pueblo, que hay que eliminar todos los poderes fácticos y crear un pensamiento único que conduzca a la igualdad de todos los miembros de la sociedad. Y así un largo etc. que sería inasumible e insoportable por una sociedad libre y democrática como la nuestra. 


Mañana hay que ir a votar a las urnas. Es la hora de diferenciar el conocimiento, la madurez y la experiencia, con todos sus errores y equivocaciones, de los cantos de sirena y brindis al sol de quienes nada lucharon por tener lo que tienen, nada valoran tener lo que tienen y solo les mueve el odio y el desprecio a todo lo que no encaja en su totalitario concepto de la organización social. La votación de mañana es un ejercicio de responsabilidad en mucho mayor grado que en ocasiones anteriores. Ahora se está a tiempo, luego no valdrán las lamentaciones.


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