EN BLANCO Y NEGRO
Corren por las redes mensajes describiendo la diferencia
entre una concentración/manifestación de gente civilizada y las convocadas por
la izquierda más arcaica de la mano de podemitas, antisistemas, anticapis, okupas,
indepes, cuperos y demás familia.
La mayoría de estos mensajes hacen referencia a que en la concentración
en la Plaza de Colón, calificada por
toda la izquierda como ultranacionalista, de extrema derecha, enemigos de la democracia
y de la Constitución, resulta que no ha habido altercados, no se han visto
pintadas en las paredes, no ha habido
marquesinas ni escaparates rotos ni contenedores ardiendo ni coches volcados,
no ha habido detenidos ni policías heridos como tampoco toneladas de basura,
cascotes y mobiliario urbano destrozado. Justo lo contrario de cuando estas
concentraciones o manifestaciones las convocan los autocalificados como
demócratas, es decir la chusma izquierdista a que hago referencia en el párrafo
anterior.
La izquierda siempre creyó que la calle era suya y en ella
tenían derecho a todo porque para ellos el derecho de manifestación y los
destrozos en bienes particulares y públicos es lo mismo, todo forma parte del espectáculo y habrá que
buscar en las hemerotecas si ha habido alguna “manifa” que no haya terminado de
este modo. Cuando la gente que no piensa como ellos sale a la calle son
calificados como extrema derecha, fascistas y enemigos de la democracia aunque
en casos como la concentración del domingo hubiera entre la multitud destacados
socialistas –de los de verdad- portando la bandera o cubriéndose con ella.
Recuerdo las dos grandes manifestaciones en Madrid,
convocadas por Rajoy contra la política de Zapatero. Más que por el éxito de
las mismas, que Zapatero se pasó por el arco del triunfo, por la extrañeza de
la izquierda y su comparsa mediática del hecho de que la derecha saliera a la
calle con gran desparpajo y despliegue de enseñas nacionales, lo que
calificaron como atentado contra la democracia a manos de la extrema derecha y
el fascismo. Y es que a la izquierda menos civilizada le produce urticaria la
bandera roja y gualda y la más civilizada la utiliza a conveniencia. Ese fue el
gran pecado de la segunda República, dividir a los españoles en dos bandos con
dos banderas de forma que ochenta y ocho años después seguimos aferrados a cada
una de ellas.
El domingo en la Plaza de Colón y calles adyacentes se dieron
cita decenas de miles de españoles hartos de la deriva del gobierno socialista
en su alianza con los enemigos de España, podemitas, etarras e independentistas
y por las continuas cesiones a todos y en especial a estos últimos. Portaban la
enseña nacional porque esa fue la consagrada en la Constitución y lo hacían
defendiendo lo que esta enseña significa, la unidad de todos los españoles bajo
una misma Bandera y una misma Constitución. (Salvo la excepción de Albert
Rivera , flanqueado por dos inmensas banderas
del arco iris, él sabrá el porqué). Por eso los que no reconocen ni a
una ni a otra montaron en cólera y se deshicieron en descalificaciones cuando
no en insultos, desde la vicepresidenta Calvo (la cara es el espejo del alma)
hasta el último mono del rojerío gobernante o paniaguado.
En “blanco y negro” veía el doctor Sánchez la concentración.
No sabía yo que además de narcisista, vengativo, traidor y felón fuera
también daltónico acromático, porque
solo a un daltónico acromático se le escaparía la grandeza de los vivos colores
de nuestra Bandera y como el doctor Sánchez, vería la Plaza de Colón en blanco
y negro, quizás los mismos colores que definen en el doctor su vida y su alma.
Puede que lo del domingo no sirva para nada porque a Sánchez
le aprietan más otros zapatos y de hecho hoy el debate de Presupuestos en el
Congreso y el juicio a los secesionistas en el T. Supremo pueden condicionar
más su futuro. No debe tenerlas todas consigo ni claro el camino por donde
tirar cuando ha echado mano una vez más del recurrente destino de la momia de
Franco.
Los independentistas se están dando cuenta de que contra
Rajoy se vivía mejor porque al menos podían mantener la llama encendida,
mientras que las concesiones a Sánchez no solo apagan esa llama sino que
desaniman a quienes aportaban la leña. Sánchez amenaza con elecciones el 14 de
abril y al mismo tiempo lo desmiente, pero lo más probable es que no salgan adelante
los presupuestos y sus socios le obliguen a convocar elecciones. Si consigue
sacarlos adelante tendrá un respiro hasta la sentencia del T. Supremo, pero entonces
las exigencias de sus socios independentistas serán mayores y la imposibilidad
de contentarlos le hará desistir.
Mientras tanto y jugando a ser adivino, pienso que el doctor
Sánchez va a esperar al 26 de mayo para
ver caer a los barones que han osado levantar su voz contra él y deshacerse de
ellos para permanecer como único e indiscutible líder de cara a las elecciones
generales. Antes de convocarlas aprovechará el rechazo de los independentistas
a la sentencia del Supremo, que a buen seguro irá acompañado de disturbios,
pronunciamientos y una segunda versión de la proclamación de la república catalana, para acto seguido implantar el 155, a lo que Casado y Rivera no
podrán negarse y de esta forma concurrir a elecciones vendiéndonos la burra de
que ha sido él el que ha hecho todo lo posible por mantener el diálogo con los
secesionistas y culpándoles de su cerrazón. Bastará con que su oráculo le diga “ya”
y Tezanos le convenza de la veracidad de los resultados del CIS, cosa que hasta
ahora no ha conseguido.
Lo que el doctor Sánchez veía en blanco y negro no era la
concentración de fachas del domingo sino su propio destino. Dios lo quiera.
1 comentario:
Muy bueno. Una crítica a quienes lo merecen y una visión acertada del momento y de lo por venir.
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