SOCIALISMO CATALÁN
Después de
leer mi artículo de la semana pasada “El Fascismo se impone en Cataluña”, un
buen amigo mío, de tendencia política de izquierda moderada, me comentaba con
pesar el triste protagonismo de los socialistas en Cataluña y el perjuicio que
su indefinición ha causado a la sociedad catalana, favoreciendo el crecimiento
y la implantación del movimiento independentista hasta el punto de desalojarlos
de la ventajosa situación que disfrutaban a nivel local y relevante a nivel
regional.
Hasta 1978
los socialistas catalanes estaban
divididos en tres formaciones, dos de ellas con signo
nacionalista-independentista, PSD-Congrés y el PSC-Reagrupament y por otra
parte la Federación Catalana del PSOE. En ese año se llegó a la reunificación
fusionándose en el PSC como partido con identidad propia pero asociado al PSOE,
apareciendo electoralmente como PSC-PSOE.
Con él comenzó el declive |
La
aportación a los resultados electorales nacionales fue importante aunque con
notables altos y bajos, 17 Diputados en 1979 y 2000, 21 Diputados en 1986 y 2004
y el máximo conseguido, 25 en las elecciones de 1982 y 2008. A partir de ese
año el declive fue creciendo,
sumando solo 14 Diputados en
2011, 8 en 2015 y 7 en 2016.
En las
elecciones autonómicas catalanas el PSC nunca obtuvo en primer lugar; en 1988
obtuvo 42 escaños con Raimon Obiols a la cabeza, en 1999 Pascual Maragall
obtuvo 52 escaños y en 2015 con Miguel
Iceta se obtuvieron los peores resultados, tercera posición con tan solo 16 escaños, como consecuencia de
la división entre nacionalistas e independentistas, muchos de estos últimos
fueron a engrosar los resultados de ERC.
Los
socialistas catalanes fueron fuertes en los primeros años de la transición,
cuando controlaban el poder municipal en todo el cinturón industrial de
Barcelona, Tarrasa, Hospitalet, Cornellá, San Feliu, Igualada, Santa Coloma,
Reus, etc. y eran el segundo partido más votado a nivel regional, a escasa
distancia de CIU. Eran los años en los que la inmigración de la década de los
sesenta ya se había instalado en las fábricas y los movimientos de izquierda y
el sindicalismo cobraban fuerza. El socialismo de aquella época tenía dos
almas, la española y la catalanista,
predominando la primera y ambas muy alejadas de los movimientos
independentistas. Fue un socialismo poco reivindicativo que, siguiendo órdenes
de Felipe González, ejercía una oposición descafeinada a los gobiernos de
Pujol, en contrapartida al apoyo del pujolismo a los gobiernos de Madrid.
Montilla, el puntillero |
Cuando los
hijos de estos primeros inmigrantes, ya nacidos en Cataluña, accedieron al
mundo laboral, ya habían sido objeto de una incipiente educación catalanista y
aún siendo castellano hablantes en su mayoría, se fueron distanciando de los
principios heredados de sus padres y creando una realidad distinta, más próxima
a la integración, que ahora trasmiten a la tercera generación que ya acude a
colegios, institutos y universidades, donde recibe una educación a la medida
del independentismo, gracias al traspaso de competencias en educación y a la
dejación de los Gobiernos de Madrid, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, todos
por igual, que no intervinieron los programas educativos encaminados a crear
una ficción sobre Cataluña que ahora es muy difícil erradicar.
La segunda
generación se encontró con que había que disimular cuando no combatir su
condición de charnego para acceder a una sociedad que les ponía por delante la
zanahoria pero con condiciones. Comenzaron por traducir sus nombres al catalán,
Carles, Francesc, manteniendo todavía sus apellidos originales. Fueron
aproximándose al mundillo republicano independentista
que les ofrecía ilusionantes futuros y poco a poco fueron abandonando aquel
tipo de socialismo que profesaban sus padres,
que entraba en contradicción con las nuevas corrientes promovidas por la
izquierda republicana independentista, apoyadas desde la educación infantil por
los programas educativos excluyentes de CIU.
Los jóvenes
accedían a un mundo en el que porvenir era sinónimo de renuncia. “Olvídate de
dónde vienes y céntrate en dónde estás”, esa podía ser más o menos la consigna
y ellos la siguieron a pie juntillas. Al igual que siglos antes hicieran los
judíos y moriscos, esta segunda generación se convirtió a la nueva religión, al
catalanismo, no como valor positivo de la sociedad catalana sino como realidad
enfrentada a todo lo relacionado con lo español. “La fe del converso” que
reviven estos nuevos pupilos que tienen que demostrar que son más catalanes que
los autóctonos y cuyo ejemplo más significativo es el charnego Gabriel Rufián
Romero, tercera generación de los Rufián emigrados hace medio siglo, al
que el odio ha cegado de tal forma que
sus intervenciones en los medios, en las redes o en el Congreso rozan el esperpento.
Rufián, el producto |
El viejo
socialismo catalán no ha sabido mantenerse firme en su ideario de no renunciar
a su españolidad y ha ido dando bandazos, aquí y allá al rebufo de quienes han
aprovechado su indecisión para debilitarlos. Tampoco han sabido trasmitir a las
nuevas generaciones que es posible integrarse en una sociedad con unas
características especiales sin renunciar a sus orígenes por muy distantes que
estos fueran.
El segundo
paso de estos jóvenes hijos y nietos de charnegos es catalanizar sus apellidos
–ya lo hicieron con los nombres- y la Generalidad
ya ha dado instrucciones concretas para traducirlos “Instrucción de 20 de
Octubre de 1998 para la Expedición de Certificados que acreditan la corrección
ortográfica de los apellidos catalanes”. En Cataluña el apellido más usual es
García (22,5%) seguido de Martínez (15,7%), López, Sánchez, Rodríguez, Fernández
etc. El primer apellido catalán “Vila” aparece en el número 26, por eso el
empeño de catalanizar todos de forma que los Sánchez se conviertan en Sanchís,
Pérez en Père, García en Garriga, Fernández en Ferrandis etc. etc.
Comentaba el
diario “El Mundo” el 2 de Diciembre de 2008, que en un concurso de traslados en
la Consejería de Justicia de la Generalidad, se publicaban una centena de
apellidos traducidos unilateralmente al catalán de entre un total de
cuatrocientos. Dos de ellos son para echarse a reír o a llorar: Yolanda Hidalgo Cumplico se convertía en
“Yolanda de Gentilhome Complert” y Teodosia Vega Conejo en “Teodosia Horta
Conil”.
Ahora les
toca a los moros y a los rumanos, que también hay traducciones para ellos.
Dentro de mil años se podrá rodar el film “Ocho apellidos catalanes”.
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