sábado, 31 de marzo de 2018

DEVOCIÓN Y ESPECTÁCULO




DEVOCIÓN Y ESPECTÁCULO

La Semana Santa española se ha convertido en una mezcla de sentimiento y fiesta, devoción, espectáculo y negocio, que haría muy difícil cumplir a Rita Maestre aquella amenaza de “arderéis como en el treinta y seis”. No precisamente porque los creyentes fueran contra ella, que ya están acostumbrados a poner la otra mejilla y aguantar a los sin Dios, sin Patria y sin conciencia, sin el menor atisbo de violencia. A Rita  le harían un auto de fe los miles de pequeños y grandes negocios que esperan esta celebración como agua de mayo, porque los millones de españoles que se desplazan  en estos días ayudan a la distribución de la riqueza y no digamos de los  miles de extranjeros que aunque solo sea por el singular espectáculo, único en el mundo, nos invaden en estos días con sus cámaras fotográficas.

La Semana Santa española es un reclamo turístico donde cada vez son menores el sentimiento y la devoción y mayores la pompa y boato, porque del espectáculo ofrecido dependen los ingresos obtenidos, de  los que la Iglesia no sale mal librada. Ya en 1980 se declararon Semana Santa de interés turístico internacional las de Cuenca, Málaga, Sevilla y Valladolid y ya van por veinticinco las así catalogadas. A estas hay que unir otras cuantas con título nacional y otras muchas con título regional. La Semana Santa en España es un museo al aire libre donde se puede contemplar la grandiosa riqueza de nuestra imaginería, la que se libró de las guerras y la que ha sido creada con posterioridad.


Desde la sobriedad de la Semana Santa castellana hasta la manifestación de luz y color de la andaluza y levantina, hay toda una variedad de matices para deleite de los que, ajenos al fondo religioso de la celebración, ven en la calle una manifestación de arte imposible de contemplar en  ningún otro lugar del mundo. Es como una competición nacional en la que cada Cofradía muestra al pueblo el arte intrínseco de sus imágenes y la creatividad de su puesta en escena, desde la sencillez del hábito y el capirote hasta las ricas galas de legiones romanas y múltiples bandas de cornetas y tambores, que junto con las dolidas saetas añaden sentimiento y música a cada “paso”.

Desde los tiempos en que al paso de las procesiones cerraban la puerta los bares –y los jóvenes nos quedábamos dentro- hasta estos nuevos tiempos en los que se colocan a lo largo de la calle asientos y gradas para verlas pasar y en las terrazas de los bares son pocos los que se levantan respetuosamente al paso de las imágenes y muchos los que continúan la fiesta ajenos a todo lo que no es propiamente suyo, han pasado muchos años, los sentimientos religiosos se han debilitado y las nuevas generaciones permaneces ajenas en gran parte a los que en su día fueron valores fundamentales para sus progenitores.

Quizás sea este el tributo que hay que pagar por mantener una celebración que cada día va más en auge a pesar de los intentos de desprestigiarla que desde algunos centros de poder y otras bandas de energúmenos se han esforzado en conseguir. El recogimiento, la devoción y la interpretación de cada momento como recreación de aquella semana que fue el embrión de nuestra fe se está perdiendo en aras a  otros valores menos profundos y trascendentales que mueven a la sociedad moderna y España es algo así como aquel templo de Jerusalén en el que  es imposible desalojar a los mercaderes.
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jueves, 22 de marzo de 2018

EL TONTO CON GORRA DE PLATO



EL TONTO CON GORRA DE PLATO

En el antiguo régimen a un tonto le ponías una gorra de plato y se sentía general. La gorra de plato significaba autoridad y en la milicia solo la llevaban los que mandaban sobre otros y según fuera el adorno en la visera así era y es  la categoría del mando; la tropa como no tenía a nadie a quién dar ordenes no necesitaba gorra de plato y así siguen, con boina o gorro cuartelero.

Recuerdo que en mi niñez las gorras de plato pululaban dignamente por mi pueblo; la llevaba el alguacil del Ayuntamiento, el inspector de abastos, el pregonero, el sepulturero, el vigilante de los peones camineros, el sereno y eso, unido a que los curas cubrían su negrura con bonete o sombrero de teja, lo cierto es que salías a la calle y andabas de susto en susto cada ver que te cruzabas con estos curiosos personajes que además te asesinaban con la mirada, siquiera porque la escasez de autoridad entre los adultos había que sustituirla por el temor de los infantes.

Hoy  la gorra de plato ha caído en desuso y con ella la estampa rural de los servidores de la autoridad. Parte de la culpa la tiene la izquierda política que cada vez que ve una de ellas les da repelús, sobre todo las de color gris asociada a la porra “cardenalicia”, que no era otra que la policial que  te dejaba el cuerpo lleno de cardenales. Ya apenas se ve una gorra de plato, si acaso la de los “gorrillas” de los aparcamientos. Pero  si es verdad que la gorra de plato ha desaparecido físicamente fuera de la milicia o la policía, no es menos cierto que sobrevive el concepto que se tenía de la misma, ahora aplicado a políticos de tercera y funcionarios de cuarta.

Dentro de la especia política existe una subespecie, que en términos de mi pueblo pintan menos que Chafachorras en Madrid y  que por toda autoridad dispone de una mesa,  un teléfono y una gorra de plato imaginaria que ellos mismos se encargan de hacer visible en forma de foto junto a un líder o placa reconociendo su mérito al peloteo. Cuando te sientas delante de su mesa notas que un aire de superioridad invade el cubil o despacho, oyes como fingen la voz  y observas como llaman dos o tres veces al ordenanza para pedirle una gilipollez o recriminarle por otra; intentan impresionarte con una llamada al conserje fingiendo que es el director general o algo así y le trasmite su interés por tu visita y tu caso; tú, ignorante de todo quedas y te marchas satisfecho y a él le ha salvado una vez más su gorra de plato.

No es solo en la especie política donde la gorra de plato, hoy virtual, cumple con su función. En la Administración pública también se da con frecuencia, sobre todo en aquellos que vieron pasar de largo la oposición y fueron elevados al puesto por concurso de méritos  “ad hoc” o nombramiento dactilar.  Estos suelen colocar como gorra de plato una foto con un líder “sustituible” o la foto con la familia, que da prestancia, respeto y buena imagen. Este funcionario de medio pelo te tantea, te examina y te califica y según seas una cosa u otra te quita del medio enviándote a una instancia superior o agarra leyes y reglamentos y los retuerce de forma que te hagan sentirte ridículo e impotente; él pone la norma o si la hay la acomoda a su interés y al final te obliga a pasar por donde quiere, siempre echando balones fuera en los que políticos y legisladores son siempre los culpables.

Por desgracia llevo unos días en los que me veo obligado a tratar con unos y con otros y de verdad que es desesperante; problemas muchos, soluciones pocas, miradas por encima del hombro todas.  Han pasado ya muchos años desde aquellos recuerdos de niñez pero he observado que siento lo mismo que entonces cuando me enfrento con la impostura de quienes no son nadie o muy poco y pretenden amedrentarte con esa imaginaria gorra de plato bajo la que se sienten fuertes y protegidos. En la política y la administración no hay gorro cuartelero, los últimos de la fila, los incompetentes y los tontos adornan sus cabezas con gorras de plato, que no se ven pero te las  hacen imaginar.
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martes, 13 de marzo de 2018

PENSIONISTAS Y MUJERES, OPORTUNISMO SINDICAL



Los pensionistas nunca han sido motivo de preocupación para los sindicatos

PENSIONISTAS Y MUJERES, OPORTUNISMO SINDICAL


La crisis económica ha dejado rastro en todo el espectro empresarial y laboral,  pero mientras el perjuicio para unos se limita a una disminución de la cuenta de resultados, el daño para otros, especialmente pequeñas y medianas empresas y el total de los asalariados ha sido de tal calado que harán falta muchos años para recuperar el nivel salarial y de bienestar anterior a la crisis, con la salvedad de que el presente influirá notablemente en la situación que encontrarán en el futuro quienes ahora componen la masa productiva del país. En estos momentos, cuando la crisis se ha dado por liquidada, grandes, medianos y pequeños se dedican a hacer caja a costa de la  precariedad de salarios con que aprovechan la gran demanda de empleo y sobre todo la del colectivo mejor preparado y formado, cuya situación es lamentable y vergonzosa.


Esto es algo que todos lo vemos día a día menos los ciegos de conveniencia, los sindicatos, los  nuevos sindicatos verticales que subsisten a costa del erario público. El desprestigio cosechado durante los años de la crisis, reflejado en el fracaso de las últimas huelgas  generales de 2011 y 2012 y su posterior silencio, les condiciona ahora para acometer el reto de hacer partícipe a la clase obrera de los beneficios que reporta la salida de la crisis, que sería  su misión principal y no la de buscar otros caminos menos pedregosos que les permitan vestir las calles de rojo sin asumir compromiso alguno que no sea aprenderse el discurso populista y demagógico y soltárselo al respetable.


Poco o nada se han preocupado los sindicados por el colectivo de parados, si acaso la preocupación por fomentar los ERE, mandar gente al paro y cobrar por la gestión . Pero si poco se han preocupado por los parados, no recuerdo que las dos grandes centrales sindicales salieran a la calle cuando Zapatero congeló las pensiones o cuando aumentó la edad de jubilación. Los pensionistas nunca han sido motivo de preocupación para los sindicatos; ni las  mujeres, que apenas forman parte de sus cuadros, pero visto el poco recorrido que les queda allá donde realmente deberían presentar batalla, han buscado en los movimiento espontáneos de pensionistas y mujeres el lugar ideal para volver a colocar las rojas banderas que portan sus paniaguados.

Pensionistas por sus derechos, sin políticos ni sindicatos
  Las manifestaciones convocadas para el 17 de Marzo por las pensiones no son sino una tapadera de su ineficacia y un intento de hacerse notar en la calle, aprovechando además la facilidad de movilización de un colectivo manejable y  muy susceptible de embaucar con arengas y consignas tan populistas y demagógicas como irreales. Los que debieran salir a la calle son los trabajadores que pueden ver peligrar sus pensiones si el Pacto de Toledo se va al garete solo porque los nuevos partidos emergentes no lo firmaron en su momento y no asumen como suyo el compromiso. Los trabajadores son los dolientes en este momento  y no los pensionistas. 


Los partidos deben ser capaces de dejar aparte peleas de patio de vecinas y volver al Pacto de Toledo para buscar soluciones a futuro. A Podemos  le va bien aprovechar que alguien salga a la calle a protestar por lo que sea para capitalizar la protesta y el PSOE y Ciudadanos  que no se quieren quedar descolgados les hacen de comparsa, a ellos y a los  sindicatos; a los sindicatos que  deberían estar luchando porque la masa salarial aumente hasta recuperar el terreno perdido  y con ella las cotizaciones que han de servir para el cálculo de las pensiones futuras, en vez de dedicarse a hacer ruido, teñir las calles de rojo y conseguir titulares en  los periódicos.


El movimiento surgido del colectivo de pensionistas, si mantiene su carácter reivindicativo sin tinte político, tiene toda la legitimidad en cuanto que reclama una forma justa de actualizar sus pensiones sin pérdida de poder adquisitivo. Los pensionistas han sufrido la crisis atendiendo a muchos de sus familiares pero han mantenido su pensión intacta en unos años de inflación cero o negativa y con  el único sobresalto de la congelación de Zapatero, poco contestada por cierto por estos que ahora reclaman; en cambio millones de trabajadores se fueron al paro perdiendo sus trabajos, sus viviendas y en parte su dignidad. Estos son los que en realidad deben preocuparnos porque de su precariedad actual no puede colegirse un futuro  brillante para sus pensiones.


 La carta del Euro que ha soliviantado a los pensionistas y dado alas a los oportunistas sindicales y populistas, es una muestra más de que el gobierno de tecnócratas de Rajoy no conecta con la ciudadanía y aunque su efectividad para hacernos salir de la crisis está fuera de duda, su lejanía con el pueblo va a pasar más factura al PP que sus casos de corrupción y a las encuestas me remito.
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miércoles, 7 de marzo de 2018

LA HUELGA VA DE FEMINAZIS





LA HUELGA VA DE FEMINAZIS


Cuando el culebrón catalán preocupa cada vez menos a pesar de seguir ofreciendo nuevos capítulos y la investigación del mismo descubriendo nuevas razones para imputar a sus mentores;  la preocupación por el paro, que es  la primera, se mantiene persistente y casi invariable; la preocupación por la corrupción, que va a impulsos siguiendo el devenir errático e interesado de la justicia o la  mala imagen que se tiene de la clase política, que es otra constante en todas las encuestas; mientras todo esto es lo que más preocupa a los españoles, los políticos siguen lanzándose el “y tú más” en las inútiles comisiones, el Gobierno pensando en cómo salir airoso del 155 y como vencer la añoranza del PNV que acaba de redescubrir a Ibarretxe o cómo bajarle los humos a este aspirante a gobernador de ínsulas que en su traslado de Barcelona a Madrid ha transmutado en mosca cojonera. Y mientras todo esto ocurre hay una cosa importantísima, la educación, que tan solo preocupa el 6,8% de los españoles y por cuyo modelo andan a la gresca los que luchan por la excelencia y la calidad y los que defienden la mediocridad y la igualdad por el listón más bajo

La izquierda en su errante deambular buscando los puntos cardinales, ha descubierto dos filones de los que puede sacar provecho sin aportar otra cosa que no sea su conocida y nauseabunda demagogia. La izquierda y sus parásitos sindicales han descubierto que hay un colectivo de  pensionistas a los que poder manipular y a  través de ellos rebajar las expectativas electorales del partido en el Gobierno, pero de esto trataré en otro momento. El otro filón al que me refiero es el de la conjunción astral entre izquierda, populismo y feminismo que habiendo llegado al éxtasis nos quieren hacer partícipes del mismo con una huelga general de féminas, pare reivindicar entre otras cosas que las abuelas no cuiden de sus nietos o que no se usen determinados productos íntimos en sus días críticos.


El feminismo como corriente de pensamiento de quienes propugnan la igualdad de oportunidades y la equiparación del género femenino al masculino en este nuevo mundo globalizado “occidental” en el que vivimos, ha de parecernos necesario, justo, oportuno y admirable en su capacidad luchadora y paciente. Pero hay otras corrientes que usurpadoras del concepto de feminismo lo utilizan como amuleto en su revolución contra todo lo establecido. Son los movimientos feminazis que pretenden el regreso a la tribu, el fin del sistema que las alimenta y protege sin reparar en que fuera de nuestro pequeño mundo civilizado solo existe la esclavitud, la opresión y la infravaloración de todo lo que comporta el género femenino.


En nuestro modelo de sociedad el machismo es un tópico que se utiliza tanto para catalogar situaciones de desigualdad como para justificar la propia inapetencia femenina de conquistar determinados “status”. A lo largo   de mis más de cuatro décadas de carrera profesional he tenido la oportunidad de compartir con mujeres, unas veces a sus órdenes, otras bajo las mías y otras tantas al mismo nivel y no recuerdo haber vivido ninguna situación de privilegio respecto a ellas sino a veces todo lo contrario. En los años finales del antiguo régimen y a pesar de todo cuanto se ha dicho y escrito sobre los demonios del mismo, mientras yo perdía tontamente quince meses de mi vida obedeciendo a sargentos analfabetos en un acuartelamiento tercermundista, mis compañeras de carrera tuvieron la ocasión de preparar oposiciones y vive Dios que la aprovecharon porque en aquellos años dio comienzo el “boom de las maestras”.

 La mayoría de los hombres de nuestra sociedad occidental estamos en contra de todo lo que conlleve desigualdad de géneros. Estamos en contra de la situación que viven las mujeres en los países del tercer mundo; en contra de la situación a que las relega el Islam o las sociedades religioso-clasistas del Continente asiático; en contra de las mutilaciones a que son sometidas en el Continente africano; en contra del mercadeo con niñas y jóvenes de corta edad en más de medio mundo; en contra de cualquier tipo de maltrato hacia las personas, mujeres incluidas.


Los hombres no somos los culpables de que muchas  mujeres opten en su formación y profesionalmente a determinados estudios y profesiones. Conocido es que las carreras de humanidades, educación, medicina o derecho son las preferidas por las mujeres frente a las carreras técnicas que atraen más a los hombres y lo mismo ocurre en la devaluada formación profesional donde las mujeres eligen los estudios y profesiones de bata blanca frente al mono o la bata azul.


El feminismo revolucionario de las feminazis solo se justifica en su afán de destruir nuestra cultura, nuestra organización social y nuestras tradiciones. El verdadero feminismo inició una revolución pacífica siglo y medio atrás y paso a paso ha ido conquistando parcelas en un mundo tradicionalmente  controlado por el hombre. Ese es el feminismo al que hay que defender, que es tanto como defender los derechos fundamentales de la mitad de la población. Lo demás es postureo, ruido y escándalo.


El jueves saldrán a la calle las de las tetas pintarrajeadas, las de la procesión del coño y otras tantas de grupúsculos antisistemas a las que el populismo y la errante izquierda protegen, patrocinan y apoyan. Ya me gustaría ver en esas “manifas” a alguien protestando contra la ablación del clítoris, contra la situación de las mujeres musulmanas o la esclavitud de castas en la India. Saldrán también muchas mujeres de buena fe sin percatarse de que esa buena fe está manejada y explotada por quienes no son feministas sino feminazis.


La izquierda y el populismo encantados. Todo lo que sea subvertir el sistema es bienvenido. La miopía de Occidente contrasta con la agudeza visual o el “verlas venir” de las sociedades emergentes. El fin del segundo imperio romano está cerca.
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