YESTE, ¿Y AHORA QUÉ?
Hace veintitrés años publicaba yo con este título un artículo
haciendo balance del devastador incendio de 1994, en el que ardieron catorce
mil hectáreas, casi la tercera parte del término municipal. Traslado la
pregunta de entonces al momento actual y aunque comparativamente el terreno
calcinado haya sido cinco veces menor, el daño en cambio puede ser
imprevisible, porque la economía de Yeste se encuentra muy debilitada desde
aquel Agosto negro y pronto se verá, como se vio entonces, que los políticos se
hicieron la foto y se olvidaron.
Son muchas las preguntas del porqué de este incendio, que se inició
junto a La Parrilla sin que hubiera tormenta eléctrica ni actividad humana en
el entorno. Desgraciadamente, la mayoría de los fuegos que han asolado Yeste
han sido intencionados, con tan buena suerte para los incendiarios que jamás ha
sido descubierto y detenido ninguno. ¿Y las razones?, miles de ellas, desde las
venganzas personales, las envidias, las a menudo tensas relaciones con los
responsables de la vigilancia, los intereses económicos que en su tiempo pudo
haber cuando la madera tenía valor, los otros intereses también económicos de
quienes crearon el aparato y el producto para luchar contra el incendio y
tienen necesidad de venderlo, los pequeños y localizados fuegos de aviso que
cada primavera reclamaban la contratación de personal, pero sobre todo, la
presión a la que está sometida una parte de la población serrana que tiene aquí
sus raíces e intenta seguir en su tierra saliendo adelante con miles
sacrificios e incomodidades.
En esta parte de la Sierra todo son prohibiciones y
dificultades, para utilizar los montes, para disfrutarlos, para explotarlos, para
establecer negocios, en definitiva para vivir. Para cualquier actividad la legislación es tan
intensa y restrictiva que poco a poco ha ido limitando las posibilidades de los
lugareños. Ya no se permite la explotación de plantas aromáticas ni que el
ganado entre en los montes públicos con lo cual éstas, a falta de renovación
están disminuyendo cuando no desapareciendo. Las trabas para la caza son cada
vez más intensas de modo que los jabalíes, cabras montesas y ciervos asolan las
pocas parcelas de huerta que aún quedan, llegando a alimentarse en los mismos
contenedores de las Aldeas. Si hablamos de la pesca, el coto de Yeste que en su
tiempo fue de los más importantes de la Sierra y atraía durante la temporada a
decenas de pescadores murcianos y valencianos, este año ha echado el cierre,
porque ya para repoblar tiene que ser a base de truchas de no sé cuántos colores,
colas y aletas y contar con
instalaciones tan sofisticadas que encarecen de tal forma la actividad que la
hace inviable. Todo por ese mismo empeño
de legislar y regular todos los aspectos de la vida de los pocos pobladores que
aún resisten en esta inhóspita tierra. Ese empeño de poner puertas al campo que tienen como vicio la
legión de burócratas y políticos de medio pelo que pululan por las Consejerías
y que de alguna forma han de justificar su existencia. El Parque Natural de Los
Calares del Mundo y de la Sima no ha venido sino a empeorar la ya calamitosa
situación de los pocos valientes que resisten. Pegas y trabas para todo, para
hundir, para remozar, para construir, para montar un negocio, para explotar las
riquezas de la tierra. Trabas y burocracia unidas tienen un efecto demoledor en
el ánimo de la gente y en más de una ocasión se ha oído decir que el Parque iba
a arder por los cuatro costados y en ello están, movidos a veces por la misma
desesperación.
Del incendio último
poco queda que decir que no se haya dicho. Un minúsculo foco en las mismas
narices de la tan cacareada base de Molinicos, que los lugareños hubieran
apagado en cuestión de minutos, como siempre lo han venido haciendo, ha
terminado con más de tres mil hectáreas calcinadas en un desbarajuste
organizativo que llegó hasta producir la destitución del responsable de la
extinción.
Cuando la incompetencia y la soberbia se unen, el desastre
está asegurado y eso fue lo que pasó. Despreciaron la experiencia de los
nativos y les prohibieron cualquier intervención, hasta que llegó el Ejército,
la UME, que aún sufriendo la indiferencia y el menosprecio de quienes dirigían la
extinción, dieron ejemplo de profesionalidad y competencia; reunieron a los lugareños y contaron con su
opinión y ayuda para establecer los cortafuegos en los lugares más indicados y
hacerse en definitiva con el control del incendio.
¿Por qué se tardó tanto en decretar en nivel dos y llamar a
la UME?, ¿Por qué se dudó en decretar el nivel tres que hubiera permitido a la
UME hacerse con el control del incendio? Está claro que una decisión de ese
tipo no podía tomarla un funcionario o político de tercer nivel y más estando
al frente del Ejército la ex presidenta Cospedal. Las equívocas decisiones que
se tomaron solo pudieron provenir del primer nivel, de Presidencia. En
consecuencia, el gobernante que por un asunto de enfrentamiento político o personal
consiente o produce un perjuicio a uno solo de sus gobernados no merece la
consideración de estos pero sí la calificación de sinvergüenza, máxime si
encima les conmina a que se abstengan de tocarle los atributos. Mientras el Presidente y su séquito de
marisqueros se daban el festín en Peñarrubia, más de una quincena de los
valientes que arriesgaban el pellejo en el incendio resultaban intoxicados
gravemente al parecer por ingestión de bocadillos
en mal estado. Esto en un país auténticamente democrático sería razón
suficiente para presentar la dimisión pero aquí eso de dimitir es cosa de los
demás no de uno mismo; con cesar al responsable de la dirección técnica del
incendio se da por saldada la ofensa.
Promete Page no sé cuántos millones para Ayuntamientos, limpieza
de montes públicos y privados y relanzamiento de la actividad económica en la
zona afectada. Bono también prometió dos mil millones de Pesetas en 1994 pero los
afectados por el incendio no vieron ni un céntimo. Gran parte de lo prometido
se lo llevó la empresa pública Tragsa en
un supuesto acondicionamiento de las infraestructuras afectadas y el resto
destinado a reforestación se lo llevaron multitud de empresas creadas ad hoc en
las que figuraban allegados a muchos de los responsables técnicos y políticos
de la Consejería. A los particulares se les obligó a darse de alta como
autónomos, contratar y asegurar al personal necesario y presentar un proyecto
de repoblación de acuerdo con la normativa vigente. La segunda opción era dejar
todo en manos de estas empresas, que aseguraban un trabajo de calidad, que no fue así en la
mayoría de los casos y a las que iría a parar el importe total de la
ayuda. Al final, lo repoblado por la propia naturaleza o lo subvencionado, como
el resto de los montes de propiedad privada se convirtieron en un bosque infranqueable
que es un riesgo para todos.
El monte en sí ya no tiene valor económico. La madera no
tiene precio y cortar un pino, pelarlo, ajorrarlo y quemar los despojos cuesta tres
veces más que lo que se percibe por él. Por esta razón los propietarios
privados han abandonado el cuidado de sus montes y aquí es donde los poderes
públicos deberían intervenir cogiendo el toro por los cuernos y obligando a
hacer o dejar hacer, limpieza, cortafuegos y toda serie de medidas preventivas, con ayudas,
expropiaciones o cualesquiera otros métodos. Con un programa intenso de prevención y la debida idoneidad y
competencia del personal pueden evitarse en el futuro estos desastres.
Dicho todo esto solo me queda dar ánimos a los valientes que
aún subsisten en estas sierras pese a las dificultades. Pero ánimo sin
sustentarlo en las vacuas promesas de Page, que no sé si llegarán a verse reflejadas
y en qué cuantía en los nuevos presupuestos. Ahora Page está en cómo compartir
litera con Podemos, los dos quieren estar arriba y Page tiene todo que perder. El
fuego de Yeste ya es agua pasada, un ligero calentamiento de cabeza veraniego solucionado
con una destitución.
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