27-N, DÍA DEL MAESTRO
Esta mañana
he recibido un mensaje por WahtsApp que decía “!Feliz Día del Maestro! ¡Qué
tiempos aquellos! Un fuerte abrazo” y confieso que me ha sorprendido tanto como
me ha agradado. Me ha sorprendido porque
hace ya muchísimos años que abandoné esa digna y meritoria profesión y me ha agradado porque el
remitente me ha recordado en esas lides y porque pienso que el Magisterio, al
igual que el Orden Sacerdotal, imprime carácter y todo aquel que hizo esa
carrera, aunque no la hubiera ejercido, mantiene un poso didáctico que sin
percatarse de ello aplica constantemente a lo largo de su vida.
Qué tiempos
aquellos, me decía mi amigo Ernesto. Qué tiempos aquellos digo yo cuando recuerdo que fui el último maestro de
Deyá, un pueblecito pequeño de la Sierra de Tramontana mallorquina del que hizo
su pequeño paraíso el escritor inglés Robert Graves, mi protector frente a la
Iglesia que me denunció al Régimen por aplicar al pie de la letra la Ley Villar
Palasí en cuanto a las clases de religión. Tiempos del movimiento hippie en los
que yo, a mis veinte años, lucía una poblada barba y una media melena, que allí
parecía normal pero en mi pueblo hacía rechinar los dientes a más de uno.
La Escuela
de Magisterio “Pablo Montesinos” de Madrid era un auténtico laboratorio
pedagógico. Allí se estudiaban las nuevas técnicas y las nuevas corrientes de
la enseñanza, que una vez practicadas en la escuela de primaria aneja a la
misma se extendían al resto de las “Escuelas Normales” y a las escuelas
públicas. Allí experimentamos con la ya olvidada matemática de los conjuntos,
tres años antes de que se implantara en las otras “Normales”. Por nosotros no pasó el
“Mayo del 68” del que todos presumen y que muy pocos vivieron. Nosotros
asistíamos a clase obligatoriamente con
corbata; ya éramos unos “señores” con apenas cumplidos los dieciséis años. El
Régimen nos “pedía” que acudiéramos al Instituto de Estudios Sindicales para hacer cursos de estudios sindicales y
cooperativos, con los cuales se nos preparaba para ser los promotores del
cooperativismo agrario incipiente.
Cuando
accedimos a la escuela, unos con la oposición aprobada y otros sin ella, éramos
lo que se conoce como “don sin din”. Mucha autoridad, mucho prestigio, mucho
reconocimiento pero poco dinero. En eso seguíamos la misma tónica que nuestros
antepasados a través de los tiempos. En la Delegación de Palma me dieron las
gracias por ir a pedir una escuela; ser maestro en aquellos tiempos en los que
un camarero de hotel ganaba como mínimo el doble era muy difícil y gracias al
interés de los residentes extranjeros por aprender el idioma podíamos ir
sobreviviendo.
Se criticaba
mucho que los maestros vivieran en “guetos” en los pueblos, pero a pesar de
ello, vivían en el pueblo y con los del pueblo y conocían a sus alumnos y a sus
familias, sus alegrías y sus tristezas, sus problemas, sus carencias y aunque
esto nos parezca ultramoderno, la educación personalizada ya se aplicaba
entonces. Hoy en día las casas de los
maestros han desaparecido en la mayoría de los pueblos. Son muchos los maestros
que ya no residen en los pueblos, si acaso de lunes a viernes y en gran parte con
desplazamiento diario; el trato con los alumnos y con sus familiares es muy
diferente, el conocimiento del medio familiar se ha reducido y aquellas
categorías que distinguían a los maestros, autoridad y prestigio ya se ha encargado esta sociedad
moderna de tirar por tierra, en una alocada carrera por querer hacer de sus
hijos héroes de los que sea y en la que
un preparador yudoca tiene más autoridad que el maestro de la escuela.
“Si el niño
aprueba es porque es listo. Si suspende es porque el maestro no trabaja lo
suficiente”. Es la frase que define la nueva concepción familiar de la
educación, en la que la figura del
maestro se encuentra muy devaluada sin que las autoridades en la materia hayan
analizado los porqués y hayan tomado las medidas necesarias. Tengo bastantes
compañeros y amigos en la enseñanza, veteranos ya en su mayoría y les observo
un gesto de desilusión, de tristeza, de decepción, por lo mucho que han luchado
y lo poco que la sociedad en general y los gobernantes en particular se lo han
agradecido.
Leía esta
mañana en la prensa que en la escuela primaria tan solo uno de cada cinco
docentes es varón cuando hace cuarenta años eran mitad y mitad. Algo pasa para
que la escuela ya no sea atractiva para el sexo masculino. Eso también deberían
analizarlo los políticos. Las tendencias no cambian así porque sí. Que se lo
hagan mirar.